El peligro no es la comercialización per se sino nuestra constante identificación con su manifestación interna y externa, en la cual la inteligencia de la humanidad es llevada en sentido opuesto a su evolución natural y espiritual.
¿Qué es el mal, después de todo, sino nuestra identificación con él?
“Compartir es la clave para resolver los problemas del mundo”. Tal declaración es tan simple que puede fracasar en hacer un llamamiento, por lo que si queremos comprender lo que significa debemos ir mucho más profundo en esta materia. A fin de entender cómo el compartir es la guía más segura hacia la justicia, la paz y las correctas relaciones humanas, debemos investigar su significado y significación desde muchos ángulos – incluso psicológica y espiritualmente, así como desde una perspectiva social, económica y política. En el transcurso de nuestra indagación es por ende necesario observar de cerca el movimiento de nuestros pensamientos de modo que en nuestras mentes no entren ideologías, creencias o ismos. Existen miríadas de maneras de ver el compartir porque por naturaleza este principio es una usina dentro de las Leyes de la Vida, y cualquiera puede intuir y experienciar su extraordinaria versatilidad. Sin embargo, si es cierto que el compartir es tan importante para nuestra evolución continuada en esta Tierra, la primera pregunta que necesitamos examinar es: ¿por qué este principio no es comprendido como una respuesta a la crisis de nuestra civilización?
Una manera de descubrir cómo el compartir ha sido subvertido en nuestras sociedades es observar cómo la comercialización se ha lentamente estructurado en nuestra conciencia. Es fácil decir que compartir es la solución a los males del mundo, pero este aserto se vuelve meramente una noble creencia más a menos que consideremos también cómo la comercialización está endureciendo su aferramiento sobre nuestra evolución hora a hora. A fin de encontrar la clave para resolver los problemas de la humanidad, debemos también preguntarnos cómo y por qué hemos permitido que la autoridad del político domine nuestros acuerdos sociales y económicos, nuestra educación y nuestra vida diaria. Lo que es más importante, también necesitamos examinar, a través de la auto-reflexión y la conciencia interior, cómo nuestra complacencia y nuestra errónea educación han llevado a una indiferencia colectiva para con el sufrimiento de otros.
Todos entendemos lo que significa compartir en un nivel personal, ya que todo el mundo comparte dentro de sus hogares y comunidades. ¿Pero por qué tan pocas personas entienden la necesidad de implementar el principio de compartir a un nivel nacional y global? Gran parte de la respuesta a esta pregunta puede expresarse simplemente así: porque los fundamentos de nuestra sociedad han sido construidos de tal manera que las fuerzas del mercado han quedado sueltas. Hemos desarrollado complejos sistemas económicos y políticos que son crecientemente encaminados hacia la ganancia y la comercialización: las estructuras de impuestos, las grandes corporaciones, las innumerables regulaciones legales que son creadas para defender intereses privados – todo esto crea una sociedad altamente complicada y divisiva. Al final nadie entiende el sistema, pero el sistema entiende precisamente cómo manipularnos para sus propios propósitos. Y en una sociedad tan compleja, con tantas leyes y políticas creadas para facilitar la comercialización, el principio del compartir es casi inexistente.
En tanto y en cuanto vivamos en una sociedad que sea conducida por la ganancia y la comercialización, el principio del compartir siempre se verá eclipsado. En cada esfera de actividad humana puede observarse que cuando la comercialización entra, el compartir sale. La misma realidad aplica al medio ambiente: cuando la comercialización entra, la naturaleza sale. De hecho cuando la comercialización entra puede ser tan invasiva, tan destructiva, que puede romper familias. Puede romper tradiciones e identidades nacionales, como hemos visto con muchos acuerdos de libre comercio y la integración económica de Europa. Dondesea que estas fuerzas sean desatadas pueden llevar a una creciente brecha entre ricos y pobres, a una pérdida de la solidaridad comunitaria, a un contagio de la turbulencia espiritual y a una desviación de la inteligencia del hombre dada por Dios en sentido opuesto al progreso y la evolución social. Y si se deja a la comercialización guiar ciegamente a una sociedad por un período de tiempo lo suficientemente largo, puede incluso comprometer la vida humana.
El significado de la comercialización
No estamos hablando del comercio per se, sino de la avaricia y el egoísmo que están involucrados cuando las fuerzas del mercado son dejadas sueltas, y de la complacencia y la indiferencia que son el resultado. No significa que para que esto se nos aplique tengamos que trabajar en el comercio– se aplica a todos, porque todos vivimos en un mundo que está impregnado por las fuerzas del mercado. El peligro no es ni siquiera el proceso de comercialización per se, sino más bien nuestra constante identificación con su manifestación interna y externa. De nada sirve tratar de aprehender o definir la comercialización en términos psicológicos, porque de una definición de diccionario no podemos entender a las fuerzas maléficas que subyacen a sus procesos. La situación mundial se ha deteriorado a tal extremo que un significado de glosario de la comercialización no nos da una pista de lo que en realidad está sucediendo hoy en nuestra sociedad. La antigua comprensión del comercio como un simple comprar y vender casi se ha perdido porque, desde cierta perspectiva, las fuerzas del mercado han infiltrado nuestras células como una enfermedad y se han transmutado en una asesina silenciosa llamada comercialización. Es parte nuestra y está viviendo dentro de nosotros. La comercialización es el sistema que hemos creado en relación con la tierra y con cada otro, y es inherente al movimiento de las personas y la vida dentro de la sociedad. Por supuesto, no hay nada fundamentalmente erróneo en el intercambio sistemático de bienes y servicios dentro o entre las naciones, pero así como un cuchillo puede ser usado para cortar verduras o matar personas, también el comercio puede ser usado para el bien o para el mal.
Nuestra indagación concierne por lo tanto a cómo la comercialización ha desencaminado a nuestra creatividad del satisfacer las simples necesidades que todos tenemos en común, y sesgado nuestros motivos hacia la insensata persecución de la ganancia y el consumo sin fin. ¿Por qué fallamos en reconocer, y por ende restringir, el poder destructivo de la comercialización a pesar de todo el daño que está infligiendo sobre la sociedad y el medio ambiente? También puede darse una respuesta a esta pregunta con simpleza: porque todos estamos buscando la felicidad. Y la comercialización es muy astuta en prometernos la felicidad, una “buena vida”, una vida más cómoda y seguridad. Todos estamos buscando seguridad. Pero lo que se nos está vendiendo es un falso sentido de la seguridad – una fantasía peligrosa.
De nuevo, no estamos hablando de la seguridad per se, tal como la clase de seguridad física que una familia necesita de pan y refugio, sino más bien de la búsqueda de seguridad psicológica que en última instancia nos lleva a aislarnos más uno del otro, y que esencialmente niega nuestra inteligencia y libertad. La necesidad de seguridad psicológica es lo que constantemente nos impele a buscar el engaño personal que llamamos felicidad. Y las fuerzas de la comercialización son expertas en ofrecernos felicidad desviando nuestras mentes del apercibimiento del Yo, que es el único lugar donde puede ser hallado cualquier contento o alegría real. La felicidad en el contexto de una sociedad altamente comercializada e inequitativa es una de las fantasías sociales más feas a la que estamos apegados, porque en una sociedad así la felicidad sólo puede existir al lado de la miseria y la tristeza. Como un lavabo, siempre viene con dos canillas; la caliente y la fría. El anhelo de una felicidad ilusoria también puede ser peligroso, empero, cuando quedamos emocionalmente atrapados y auto-absorbidos en ese proceso, y nuestras vidas se vuelven imitativas y no creativas. Antes de mucho, nuestra tendencia natural a amar y a empatizar con aquellos menos afortunados que nosotros puede ser neutralizada por la complacencia, la indiferencia y el miedo. Lo que nos deja una importante pregunta: ¿cuál es la relación que existe entre el miedo y la búsqueda de la felicidad?
Abduciendo el conocimiento del Yo
La capacidad de mirar hacia el interior de uno mismo sin miedo ha sido rápidamente abducida por las fuerzas de la comercialización. Incluso en nuestras relaciones personales más cercanas vivimos en el miedo como resultado de nuestra continua búsqueda de felicidad y seguridad, que es el punto en el cual la comercialización entra en los asuntos humanos y nos daña psicológicamente. Crea deseos sin fin por objetos y posesiones, y pone un límite dentro de nuestra conciencia para que no veamos más allá de nuestros apegos emocionales. Puede reducirnos a hacer fila toda la noche por la última moda o dispositivo, y es capaz de ponernos en trance hasta que pensemos que salir de shopping es nuestra religión, o que el significado más profundo del sentido común es “compre dos y llévese uno gratis”. Puede llevar a una persona a mirar a un candidato potencial y pensar: “es lindo, pero ¿tendrá dinero?” O puede inducir al adolescente a copiar a sus compañeros de colegio y aspirar a ser también como ellos, o a usar la siempre cambiante moda y ostentar el costoso “look”. Es muy fácil para la comercialización manipular los cerebros de los niños jóvenes y distorsionar el verdadero significado de la educación, que concierne a la libertad interior y el conocimiento del Yo, no el conformismo o la competencia. La comercialización nos hace a todos pequeños, nos hace temerosos, degrada nuestra humildad, y ni siquiera somos conscientes de ello. Estas fuerzas han construido en nuestras mentes tal condicionamiento y miedo que el modo más simple de compartir ya no hace un llamamiento, conduciendo a una ceguera mental del orden más elevado.
Observen la dinámica psicológica básica que es estructurada en nuestra conciencia por la comercialización: la medida y la comparación constantes entre distintas personas y la adoración instintiva del éxito. El deseo de “lograrlo”, de llegar a “ser alguien”. Y la misma adulación del éxito y el logro está arraigada en nuestros niños desde la edad más temprana; para hacer que un día quieran mirarse al espejo y decir: “lo hice”. Incluso el artista se esfuerza para decir “lo logré”, o desea que otros digan de él: “¿Conoces a ese hombre? Ha logrado tanto”. Pero cuando nos definimos en relación con otros, cuando constantemente nos medimos y comparamos con otros que tienen lo que no tenemos, terminamos creando un peculiar complejo de inferioridad que obstaculiza la expresión de nuestro potencial espiritual y las correctas relaciones humanas. Esta dinámica le viene muy bien a la comercialización. Porque en nuestra continua adoración del éxito y los logros sustentamos las fuerzas de la ganancia y la materialidad en cada área de nuestras vidas – en nuestras escuelas, en nuestros lugares de trabajo, en nuestros hogares, incluso en nuestros sueños.
Imaginen si una celebridad famosa o un multimillonario es traído ahora a la sala, cómo nuestra actitud hacia esa persona sería muy diferente de lo normal. Porque somos así también, estamos condicionados para pensar: “vuélvete exitoso, entonces eres alguien”. Todos somos impelidos a través del condicionamiento social a inclinarnos interiormente ante la autoridad de un “alguien”, que es esencialmente cómo la comercialización crea de las personas, máquinas. Su primera tarea es hacernos creer que el éxito es el camino, pero para conseguirlo se nos dice que tenemos que trabajar muy duro, que tenemos que tener logros. Entonces aprendemos que para tener logros tenemos que competir con todos los demás, que tenemos que volvernos un “ganador”. No pasa mucho hasta que perdamos nuestras innatas empatía y creatividad, hasta que comencemos a seguir ideologías y creencias, y hasta que nos conformemos y volvamos complacientes.
Éste es el resultado inevitable de adorar el éxito y los logros: nuestra complacencia y la indiferencia para con el sufrimiento de otros. Porque esto es lo que inexorablemente hace la obsesión con el logro individual en nuestras sociedades; alimenta la indiferencia. Tanto como para que incluso la persona virtuosa a quien podríamos llamar de criterio razonable – un ciudadano respetable, respetuoso de la ley que está más o menos psicológicamente saludable – dirá: “siempre ha habido hambre, y siempre la habrá”. Asimismo, es curioso observar el oscuro efecto emocional que la comercialización tiene sobre la persona que mira a este infortunado planeta y dice: “quiero ayudar, pero me siento tan impotente”. Por supuesto que siempre hay algo que podemos hacer para ayudar a aliviar el sufrimiento del mundo, pero son las fuerzas de la comercialización las que mayormente nos llevan a sentirnos abrumados, separados e impotentes como individuos. El desencadenamiento de las fuerzas del mercado en cada departamento de la vida humana está gradualmente llevándose nuestra compasión, llevándose nuestra voluntad, llevándose nuestra conciencia, llevándose nuestro sentido común. Esas mismas fuerzas han hostigado al principio del compartir con todo su poder durante muchas décadas, creciendo de un modo tan elusivo y refinado que ser complaciente es ahora la norma.
Un tsunami invisible
Por tanto, no es exagerado decir que la comercialización es la bestia negra de la evolución humana, como un tsunami invisible que lentamente inunda todos los niveles y aspectos de la sociedad. Las personas que creen en el diablo que mejor piensen bien dónde está, si es que existe algo así. Nuestra complacencia y nuestra errónea educación han llevado a que la comercialización se vuelva como un poderoso martillo, mientras que el compartir se ha vuelto un minúsculo clavo. Al extremo de que se ha vuelto un modo de vida saber que las personas se están muriendo de hambre en otras partes del mundo, mientras que nosotros mismos no hacemos nada para impedirlo.
No es que podamos excusarnos de nuestra complacencia e indiferencia. Nuestra complacencia debería ser llevada a la corte, donde todos deberíamos ser juzgados por crímenes contra la humanidad. Deberíamos hacer una fila colectiva fuera de la Corte Penal Internacional de Justicia en La Haya, porque todos somos cómplices. A través de nuestra complacencia e indiferencia colectivas hemos permanecido en silencio mientras la tierra era saqueada y destruida, y hemos mirado para otro lado mientras nuestros hermanos y hermanas estaban muriendo en la pobreza. En último análisis, las personas que profanaron la tierra y aquellas que no hicieron nada para detenerlas son una y las mismas, porque las unas no pueden existir sin las otras. Podríamos incluso decir que el que mira para otro lado es aún más culpable, porque el que está acaparando los recursos del mundo y destruyendo la tierra es completamente dependiente de la complacencia de otros – si no fuera así no podría hacerlo.
En realidad, la comercialización es nada menos que una guerra silenciosa, una guerra contra el crecimiento y la evolución de la humanidad. Esto no puede ser lo suficientemente fuerte enfatizado: la comercialización es una guerra. No sólo una guerra entre bandos distintos, entre naciones que compiten o entre tribus rivales, sino una guerra en sí misma. Es una guerra que está siendo librada dentro de cada hogar, comunidad y nación, porque la comercialización es tan artera, tan inteligente, que conoce exactamente las debilidades de la humanidad. Conoce nuestra naturaleza emocional íntimamente bien porque es ahí donde reside, y desde donde manipula. Y desde aquí infiltra nuestras creencias e ideologías, y fomenta facciones diferentes, y alimenta a los partidos para luchar uno contra el otro. Es tan sutil que es capaz de comprar participaciones y acciones en nuestras creencias e ismos, y es ahí donde invierte a fin de crecer.
La realidad oculta es que a lo largo de varias décadas se está lentamente construyendo otro Auschwitz, pero esta vez de una forma distinta, conduciendo a la humanidad a rendirse por completo ante las fuerzas de la ganancia y la comercialización. La guerra global hoy en día está siendo librada no sólo en forma de tanques y armas, sino en la destrucción que está oculta en el credo de las fuerzas del mercado que gradualmente ha adumbrado casi toda región del mundo. ¿Quién puede negar que las miles de muertes por causas innecesarias relativas a la pobreza no son ya el equivalente a un Auschwitz que sucede todos y cada uno de los días? Conforme se va deteriorando la situación económica en distintos países, conforme los mercados bursátiles del mundo continúan rugiendo y luego colapsando, las fuerzas de la comercialización están llegando a ser aún más triunfantes en generar conflictos internacionales, caos social y extremos de inequidad que amenazan la vida. La minoría rica se está volviendo cada vez más rica, y la mayoría pobre incluso más pobre, hasta que cada vez más pueda tomar forma un Auschwitz global de muertes masivas debido a la pobreza y el hambre. En cada plano de nuestra existencia se está librando una guerra grande, silenciosa, mientras los hombres y mujeres de buena voluntad en todo el mundo están apenas empezando a sentirlo, siquiera inconscientemente. Cómo respondemos a esta emergencia en el planeta tierra determinará las perspectivas futuras de la raza humana. Se insta al lector a reflexionar por sí mismo cuidadosamente sobre lo que se ha dicho.
Los siguientes puntos resumen sólo algunos de los efectos velados, omnipresentes y peligrosos de la comercialización rampante en la humanidad, que:
- Sustenta el condicionamiento mental que es polución para el alma.
- Crea y profundiza un complejo de inferioridad en las personas dondesea que estén, llevando a una persona a creer que tiene que llegar a ser “alguien”, y en ese proceso de llegar a ser pierde su verdadero propósito espiritual en la vida.
- Infunde en las mentes de las personas un sentido de miedo psicológico inconsciente y que frecuentemente dura de por vida que impide cualquier curiosidad o apertura mental acerca del significado espiritual de la vida, y que asegura que la complacencia sea sustentada en todo momento.
- Desvía constantemente la atención de las personas a fin de inhibir la conciencia del Yo y el momento del ahora durante la vida diaria, y por todo el curso de una vida.
- Lleva a los individuos y grupos a ser capturados en todo tipo de creencias, y de esas creencias son nutridos y perpetuados los múltiples ismos.
- Impide que las personas sean creativas, comunicativas y generosas en la sociedad.
- Debilita los servicios sociales.
- Produce una separación entre los ciudadanos y el Estado, llevando a la erupción esporádica de caos y disturbios.
- Crea la ilusión de que el actual sistema de educación – basado en ismos, creencias y la adoración del éxito y los logos – conduce al orden social.
- Hace que los niños se vuelvan estresados, indiferentes e perdidos por dentro.
- Engendra y sustenta falta de confianza entre las distintas personas en la sociedad, hasta que el cinismo y el miedo de uno al otro se vuelven la norma.
- Reemplaza una cultura de la ética y la moralidad con la vulgaridad de los extremadamente ricos que exhiben su riqueza delante de los pobres.
- Conduce a agudos sentimientos de soledad en las personas de toda condición, una soledad que puede llevar a cualquiera a sentirse pobre y sin valor por dentro.
- Fomenta la depresión global al punto en que los individuos y grupos ya no reconocen su verdadero propósito espiritual en la vida.
- Resulta en una sociedad altamente compleja en la cual la simple comprensión de las correctas relaciones humanas es reemplazada por la interminable, estresante y en última instancia violenta persecución de los derechos humanos.
- Refuerza la creencia de que es necesario el crecimiento perpetuo del actual sistema, incluso cuando la economía mundial está de rodillas. El mismo sistema que está llevando y ha llevado al trastorno económico, a las divisiones sociales y al dolor y sufrimiento universales.
- Causa tal destrucción a la tierra y el aire que cualquiera que tenga madurez en los temas ambientales estará seriamente preocupado hasta el punto de no ver la luz al final del túnel.
De ahí que la comercialización es en realidad una guerra silenciosa – una guerra en que las bombas son constantemente arrojadas sobre el verdadero significado de la educación, esto es, el conocimiento del Yo. Es una guerra que tanto psicológica como materialmente conduce a millones de personas a la pobreza, y que eventualmente puede llevar a una guerra abierta entre todas las naciones.
Un círculo vicioso
Para repetir: el comercio de por sí no es peligroso, ni tampoco lo es el capitalismo. Pero sí lo es la implementación de las simientes de la adoración del éxito que sustenta el proceso de comercialización de un modo peligroso, destructivo y socialmente divisorio. O para decirlo de otra manera: las fuerzas de la comercialización nos sustentan para adorar el éxito, y nosotros, al adorar el éxito, sustentamos las fuerzas de la ganancia y la comercialización. Es un círculo vicioso. Necesitamos estas fuerzas en nuestras vidas para sustentar nuestra búsqueda de éxito y logros, y estas fuerzas nos necesitan a fin de sustentarse a sí mismas. Y cuanta más energía le demos a los políticos en el mundo para glorificar los poderes de la comercialización, más esos discípulos del credo de las fuerzas del mercado serán criados en los gobiernos. Pese a que, al final, nadie gana. Incluso si dejamos la ciudad para llevar una vida tranquila y pacífica en una campiña apartada, nos estamos dividiendo del resto de la sociedad y sus problemas. Incluso si recibimos la educación más exaltada de las mejores universidades, al momento de dejar la escuela hay fuerzas malevolentes esperando por nosotros, una inmensa marea de presión social que es ineludible y omnipresente, e inevitablemente nos hundiremos en el tsunami invisible. Nunca podremos ganar en tanto y en cuanto las fuerzas del mercado sean dejadas sueltas, en tanto y en cuanto la conciencia humana sea conducida por la ganancia, en tanto y en cuanto los jóvenes estén condicionados para adorar el éxito y los logros.
¿Cómo podemos entonces hablar del compartir en su esencia sin tener nuestros ojos puestos en los efectos destructivos de la comercialización? Es imposible, así como es imposible hablar de justicia sin tener nuestros ojos puestos en nuestros hermanos y hermanas que están muriendo de hambre. ¿Cómo podemos compartir cuando la influencia del egoísmo y la avaricia tienen tal aferramiento sobre nuestras sociedades, y cuando seguimos adorando al éxito y los logros? A través de sus ingeniosas y manipuladoras maneras de condicionar nuestras mentes, la comercialización ha moldeado al principio del compartir hasta volverlo la miserable sombra de los pobres y la madre impotente de los millones hambrientos. Frente a su poder abismal y perpetuo diluvio, es muy normal que las personas vean al principio del compartir como naif o utópico, y pensarán que ustedes están engañados cuando dicen que el principio del compartir es la clave para solucionar los problemas del mundo.
Mohammed Sofiane Mesbahi es el fundador de STWR.
Traducción: Martín Dieser.