Tras décadas de ineficacia política, solo la buena voluntad de la sociedad civil en conjunto, por medio de enormes y continuas protestas en todos los países, será capaz de poner fin a la pobreza en un mundo de abundancia. Así es que vayamos por la línea de menor resistencia y proclamemos conjuntamente los derechos humanos hace tiempo acordados en el Artículo 25 —alimentación, vivienda, atención médica y seguridad social adecuadas para todos— sabiendo que esta es la ruta más segura para impeler a nuestros gobiernos a redistribuir recursos y reestructurar la economía global, escribe Mohammed Mesbahi.
Parte I: El fracaso de los gobiernos
Parte II: Una breve argumentaciónIII: La cuestión ambiental
Parte IV: Involucrando el corazón
Parte V: Educación para una nueva tierra
Para un breve resumen de los cinco estudios de abajo por favor haga clic aquí (artículo en inglés)
Parte I: El fracaso de los gobiernos
"Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad”. —Artículo 25.1
Una de las mayores esperanzas para la humanidad hoy día yace en tomar conciencia del Artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para todo hombre, mujer y niño en el mundo, ya que estas modestas disposiciones constituyen la clave para resolver muchos de nuestros inabordables problemas. Como se afirma una y otra vez en esta serie de estudios,[1] es imperativo que el Artículo 25 se convierta en una ley fundamental y en un principio rector dentro de cada país, lo cual está lejos de la realidad actual tanto en las naciones más ricas como en las más pobres. Se alienta a la juventud en particular a adoptar el Artículo 25 como su lema de protesta, objetivo y enfoque, teniendo en cuenta que sus exigencias básicas tienen implicaciones inimaginables para el rumbo futuro de las relaciones internacionales y el desarrollo global. Ahora es el momento de llevar a cabo manifestaciones enormes, continuas y mundiales que propugnen los derechos del Artículo 25 acordados hace ya tiempo —derechos a la alimentación, vivienda, atención médica y seguridad social adecuadas para todos— hasta que los Gobiernos reordenen sus distorsionadas prioridades e implementen finalmente el principio del compartir en cuanto a los asuntos internacionales.
Sin embargo, en sociedades altamente complejas e intelectualizadas como las nuestras, una instrucción tan sencilla tiende a encontrarse con una letanía de interrogantes y objeciones. Por esta razón resulta necesario examinar desde muchos ángulos el potencial del Artículo 25 para iluminar el camino hacia un mundo justo, sostenible y pacífico basado en relaciones humanas correctas. Si la solución a los problemas de la humanidad es verdaderamente tan simple y aún así los problemas mismos son tan arraigados y complicados, entonces es obvio que tenemos que abordar estos temas de nuevo y con un tipo de energía y percepción diferentes. La mente humana ha sido condicionada y engañada profundamente por los erróneos métodos educativos del pasado, de ahí que para percibir la verdad en su simplicidad necesitemos ser internamente libres y objetivos —o, como mínimo, libres de los -ismos e ideologías divisorias que continúan suprimiendo nuestro sentido común e inteligencia espiritual innata.[2]
Por consiguiente, intentemos investigar con actitud de renovada atención lo que conlleva la plena realización de los derechos universales presentados en el Artículo 25 como prioridad principal de los gobiernos del mundo. ¿Cuáles serán los efectos de erradicar la pobreza y asegurar un nivel de vida adecuado para la totalidad de la población humana, no solo social, económica y políticamente, sino también en términos de crecimiento y evolución espiritual de la humanidad? ¿Cómo se traducirá la priorización del Artículo 25 en soluciones para todas las crisis entrelazadas del mundo, incluyendo la degradación ambiental y los conflictos a nivel global? Y, por lo tanto, ¿por qué deberían agruparse millones y millones de personas para propugnar estos derechos fundamentales, día tras día en protesta pacífica hasta que los Gobiernos actuaran decididamente en una escala proporcional a las necesidades humanas? En pocas palabras, ¿por qué deberíamos cambiar nuestra táctica abogando por el Artículo 25 como estrategia universal para la transformación mundial, sabiendo que todas las soluciones para salvar nuestro planeta brotarán como hongos de estas exigencias básicas?
En primer lugar, antes de examinar estas importantes preguntas, nos vemos obligados a reconocer por qué nuestros Gobiernos han fracasado en garantizar la plena realización de los derechos humanos económicos y sociales en todos los países, dejando literalmente a miles de millones de personas sin el acceso adecuado a las necesidades vitales. No hay duda de que los Gobiernos podrían asegurar que todos y cada uno tuviéramos acceso a un nivel de vida apropiado, dada la vasta cantidad de riqueza y recursos disponibles en el mundo. También es cierto que los derechos humanos incluidos en el Artículo 25 ya han sido realizados en gran medida en muchos de los países pudientes durante el siglo XX, como demuestran fehacientemente muchos de los estados de bienestar de los países escandinavos y otros países con nivel de renta elevado. Sin embargo, tales derechos apenas han existido para la mayoría de la población en los países más pobres, incluso cuando en muchas de las naciones más desarrolladas se está renegando de las garantías de protección social anteriores o están siendo desmanteladas lentamente.
Existe una amplia bibliografía que examina las complejas razones que originan esta situación, aunque la causa inmediata podría explicarse sin rodeos: muchos países tienen un presidente o primer ministro cuyo cometido no es priorizar las necesidades básicas de todas las personas, sino más bien firmar acuerdos con las grandes corporaciones y dar prioridad absoluta al crecimiento de la economía. Podemos considerar a tales líderes como "político-contables" que, interesados sobre todo en el lucro para la nación y las oportunidades comerciales a través del comercio y las finanzas globalizadas, se aferran al poder a toda costa en lugar de cooperar con otros partidos para que "los iguales e inalienables derechos de todos los miembros de la familia humana" se conviertan en una realidad común.
Para ver los problemas mundiales de la manera más amplia y franca posible, podríamos observar que uno de los mayores obstáculos para garantizar el cumplimiento del Artículo 25 para todas las personas son las prioridades erróneas de nuestros Gobiernos y las prácticas nocivas de la implacable actividad económica motivada por el lucro. Existen numerosos informes y libros de la sociedad civil que catalogan la indiferencia de las corporaciones multinacionales respecto a los derechos humanos de los ciudadanos extremadamente pobres o desfavorecidos. Estas entidades globales generadoras de ingresos han desarrollado una destreza profesional en lo que podríamos llamar "robo y destrucción dentro de la legalidad", que podría comportar la apropiación de la tierra y otros recursos vitales que pertenecen al pueblo de una nación, por ejemplo, o la explotación de los trabajadores y su privación de un salario vital, o simplemente la evasión del pago de impuestos a las arcas públicas.
Y en un mundo donde las corporaciones gigantes son más poderosas que muchos gobiernos, nuestros representantes políticos no tienen tiempo para el Artículo 25 cuando miles de sus contratos de negocios están potencialmente en juego. Sin lugar a dudas, el verdadero asesor de los líderes mundiales actualmente no es el Artículo 25 y sus claras directrices, sino más bien las fuerzas de comercialización que dictan cada vez más toda política gubernamental en cualquiera que sea el país que estudiemos.[3] Aunque un Gobierno o un político intentara servir al bien común de todas las personas y la nación entera, no pasaría mucho tiempo antes de que poderosos lobbies o grupos de presión corporativos e intereses financieros lo arrastren en dirección opuesta. Y no cabe la menor duda de que a ese mismo político bienintencionado que intenta cambiar el mundo le cambiará pronto el propio mundo en el proceso, a través del poder absoluto de un sistema maléfico que se basa en los antiguos conceptos del lucro, el privilegio y el interés individual competitivo.
Las prioridades distorsionadas de nuestros Gobiernos se tornan más visibles a nivel internacional, donde las políticas exteriores se inclinan fundamentalmente a la persecución agresiva de los objetivos hegemónicos y la dominación económica, y muy poco a las prerrogativas del Artículo 25. El comercio internacional sigue basándose, como siempre, en el afán de dominio de los países más poderosos sobre los más débiles, lo que a su vez es coordinado por las estrategias geopolíticas de los países ricos que determinan en gran medida la trayectoria de los asuntos mundiales. Si pudiéramos seguir el movimiento de todos los millones de contratos comerciales lucrativos que se originan en todo el mundo, podríamos identificar el origen de todas las tensiones y conflictos más importantes que continúan estableciendo el panorama internacional. Una nación quiere una porción del pastel en África, otra quiere su parte en América el Sur, otra contiende por sus derechos sobre los activos energéticos localizados en alguna parte de Asia o Medio Oriente, y así sucesivamente, sembrando semillas de desconfianza constantemente entre gobiernos rivales y fomentando la guerra a nivel global. Así, las naciones poderosas profesan a través de la arrogancia y duplicidad de la política exterior sus valores moralistas, que permanecen consagrados en leyes constitucionales e internacionales, y luego proceden a explotar y aprovecharse de otros países en lugar de dar, ayudar y servir de verdad en nombre del bien común.
Desde la inauguración de las Naciones Unidas, existe una clara conexión entre el incumplimiento del Artículo 25 y la política exterior norteamericana específicamente, pues son las ambiciones dominantes y egoístas de los Estados Unidos, junto con el apoyo permanente de sus sumisos aliados y adeptos, las que han provocado tantas guerras y tanta destrucción por todo el mundo. En efecto, las estratagemas globales y maniobras encubiertas del Pentágono, la CIA y otras servicios estadounidenses de inteligencia son un ejemplo de la negación indirecta del Artículo 25 en muchas de las naciones más empobrecidas o asoladas por conflictos. Sin embargo, la política mundial en su totalidad es como un campo de investigación ilimitada sobre la creación accidental de la pobreza, que generalmente se escuda detrás de pretextos supuestamente honestos tales como el interés nacional o la seguridad estatal. Incluso el término "política exterior" connota división e injusticia en un mundo de excesivas desigualdades de riqueza y representa la antítesis de unas relaciones humanas adecuadas, sin importar lo que la documentación oficial y la retórica política establezcan de forma enrevesada. De hecho, en un mundo tan desigual que se encuentra gobernado descaradamente por el principio del interés propio, no existe ni una sola política exterior que se base en la justa relación entre las personas de distintas naciones o sus gobiernos representativos.
Por lo tanto, somos ingenuos si creemos a nuestros Gobiernos cuando aseveran estar preocupados por erradicar la pobreza y garantizar los derechos humanos del Artículo 25, cuando la única manera de que puedan permanecer en el poder es priorizando los grandes e influyentes intereses privados corporativos, tanto en el ámbito nacional como internacional. Es realmente una hipocresía que jefes de Estado organicen una conferencia internacional para poner término supuestamente a la existencia de la innecesaria miseria humana cuando esos mismos Gobiernos continúan firmando acuerdos para que las corporaciones multinacionales se apropien de la tierra, extraigan recursos naturales y privaticen servicios públicos esenciales en países extranjeros, frecuentemente con consecuencias devastadoras para la personas y comunidades más necesitados. Erradicar por completo la llamada "extrema" pobreza para el año 2030, tal y como recogen los últimos compromisos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, puede ser una ambición decente y moral pero no es la primera vez que los líderes mundiales han hecho semejantes vanas promesas para alentar a los más pobres de los pobres. Si seguimos contando con las mejores intenciones de los burócratas y los legisladores, seguirá siendo imposible que cualquier aspiración como esta se logre en el contexto del “paradigma de la comercialización”, por acuñar un término apropiado.
Solo existe una ruta para erradicar la pobreza y equilibrar a esta Tierra, independientemente del tiempo durante el cual la humanidad haya ignorado la obligación perenne de organizar cooperativamente la economía global para compartir los recursos del mundo, y, desde ahí, redistribuir la riqueza donde pertenece por legítimo derecho. Considerando la abrumadora escala de pobreza severa que persiste en corazón de nuestra población en rápido crecimiento, no puede haber ninguna expresión verdadera de buena voluntad a nivel mundial sin que se produzca una redistribución masiva de recursos a los países más desfavorecidos y atormentados, basada en dos principios que merecen repetirse una y otra vez: esto es, el compartir económico y (apenas vista hasta ahora) la cooperación internacional auténtica.
A medida que pasan los años, ¿cuántos millones de personas habrán muerto de causas evitables relacionadas con la pobreza, independientemente de que experimentemos o no otra crisis financiera global? ¿Y cuánto tardarán los Gobiernos más ricos del mundo en compartir su excedente alimentario y otros bienes materiales con los millones de personas empobrecidas que necesitan ayuda y sustento con urgencia? Alcanzar dicho logro implicaría necesariamente el desvío de considerables sumas de apoyos financieros adicionales a las organizaciones humanitarias insuficiente financiadas, e incluso el uso del personal y equipo militar que está siempre disponible para "otros" propósitos. Sin duda, esto podría lograrse con una mera fracción del dinero y recursos que permanecen a disposición de los Gobiernos, corporaciones, individuos acaudalados e instituciones privadas.
Pero hasta que el sentido común del compartir gobierne las relaciones económicas, que Dios le ayude a cualquiera que viva en un enorme barrio marginal o una pobre aldea con nueve niños a los que no pueda cuidar adecuadamente y no cuente con ninguna ayuda gubernamental ni objetivos de desarrollo para impedir que una familia así viva en la miseria absoluta. De ahí que el Artículo 25 sea la cucaracha que los políticos se encontrarán en el bolsillo durante cualquier conferencia internacional sobre la erradicación de la pobreza global, y podemos esperar más de las mismas conferencias cada diez o quince años siempre que sigan el paradigma dominante de la comercialización —si es que la humanidad puede sobrevivir mientras tanto.
Asimismo, nos engañamos a nosotros mismos tanto como a los pobres si creemos que nuestros Gobiernos pueden conseguir abordar las causas fundamentales de la pobreza y el hambre, mientras la mentalidad de la caridad impregne nuestra sociedad y nuestra cultura. ¿Qué es la caridad, realmente, sino el resultado de la manipulación por parte del Estado de la benevolencia de su propia población, al mismo tiempo que abandona a su suerte a los menos privilegiados de entre nosotros para que luchen únicamente por su alimento y sustento en este abundante planeta? Desde la perspectiva más holística podemos observar cómo la existencia misma de la caridad resulta indigna en un mundo de abundancia material y económica, cuando hoy en día podría concederse a todas las personas los medios para garantizar su salud y bienestar. Cabe argumentar que es la indiferencia histórica de nuestro Gobierno ante la inseguridad económica de la población más necesitada la que ha propiciado la existencia de la caridad a lo largo de los siglos, en cuyo sentido la caridad per se nace de la injusticia social y no del verdadero compartir, solidaridad o amor. Podríamos preguntarnos si el ejercicio de la caridad habría surgido alguna vez si los derechos humanos enumerados en el Artículo 25 se hubieran establecido en todos y cada uno de los países del mundo hace miles de años.
Empero, pese a todo el progreso de la humanidad en los ámbitos de la ciencia y tecnología, el único sistema internacional establecido que tenemos para plasmar las correctas relaciones humanas son las donaciones voluntarias del exterior para "ayuda al desarrollo", que siempre se han visto degradadas en gran medida por el interés propio y la búsqueda de lucro, como reconocen las organizaciones de la sociedad civil desde hace tiempo. De forma similar, podemos también observar cómo la idea misma de ofrecer "ayuda humanitaria" es una afrenta a nuestra pertenencia común a una familia de naciones, cuando los excedentes de alimentos y otros recursos no deberían haberse acumulado por los países ricos en primer lugar, sino que deberían haberse compartido debidamente desde el inicio. Desde un punto de vista planetario, hablar de ayuda humanitaria podría tener sentido si las personas de Marte o Venus nos ayudaran a nosotros, aquí en la Tierra, pero la humanidad es una familia interdependiente a la que siempre se le ha otorgado la producción y la capacidad para asegurar la satisfacción incondicional (y eterna) de las necesidades básicas de todos. ¿Describiríamos nuestras acciones como asistencia humanitaria si nuestros propios niños se estuviesen muriendo de hambre, (Dios no lo quiera), y compartiésemos con ellos una cantidad mínima/exigua de las provisiones de las que disfrutamos despreocupadamente cada día, para después congraturlarnos orgullosamente de ser buenos filántropos? ¿O los ayudaríamos urgentemente y sin reservas en un humilde acto de amor, preocupándonos únicamente por su vida y bienestar sin reparar en que estamos siendo caritativos?
Tratar esta cuestión con conciencia y compasión revela cómo el propio término de "ayuda humanitaria" es una expresión psicológicamente absurda y sin sentido que nos revela cómo la humanidad se ha vuelto tan dividida y corrupta. Cuán arrogante y degradante es utilizar una fraseología como la de "U.S. Aid" (Ayuda Estadounidense) en fletes de excedentes de producción que son transportados a las personas más desfavorecidas del exterior, por ejemplo, ante la injusticia rampante y el robo institucionalizado que perpetúan las crudas diferencias en los estándares de vida de los países ricos y pobres. Hemos observado antes cómo dichas naciones ricas acumulan primero sus excedentes de producción a través de prácticas económicas injustas que explotan sistemáticamente el trabajo y los recursos naturales de los países menos desarrollados, antes de redistribuuir una diminuta proporción de esas ganancias ilícitas para ayudar a aliviar la pobreza que ellos mismos causan —y que más tarde llaman ayuda humanitaria.[4]¿Podemos percibir entonces cómo este concepto convencional de ayuda es contrario al significado real de buena voluntad y humildad, especialmente cuando los Gobiernos han acordado hace tiempo que las necesidades vitales deberían ser accesibles para el beneficio de todos (como de hecho está expresado en el Artículo 25)? Al igual que la palabra caridad, una frase así nunca habría llegado a existir si nuestras sociedades estuviesen basadas en el sentido común y en las correctas relaciones humanas desde el comienzo, porque no existe la "ayuda humanitaria" desde el interior de la conciencia psicológica del amor.
Quizás hemos aceptado esta terminología relacionada con la ayuda sin reparar en su trascendencia porque estamos acostumbrados a dejar tales asuntos a los políticos, esperando que ellos hagan todo por nosotros. Pero si somos capaces de percibir la duplicidad de nuestros Gobiernos, que profesan estar preocupados por erradicar la pobreza mientras continúan explotando a las personas y países más pobres, tal vez sea hora de que despertemos y les preguntemos: ¿Dónde está la parte que falta? ¿Dónde están el amor, la bondad, el sentido común de impedir que las personas mueran de hambre en un mundo de abundancia? Quizás todos nosotros deberíamos irrumpir en esas cumbres presidenciales y cónclaves sobre la erradicación de la pobreza y preguntar de manera conjunta a nuestros representantes políticos: "Si realmente les preocupa ayudar a los pobres, ¿por qué no comparten entonces los recursos del mundo de manera más equitativa entre todas las naciones, en lugar de proponer objetivos de desarrollo no vinculantes y redistribuir únicamente cantidades insuficientes de ayuda en el exterior?"
Y si nosotros, como gente corriente, estamos verdaderamente interesados en terminar con la injusticia del hambre de modo que no suceda nunca más, entonces tal vez deberíamos formularnos la misma pregunta: ¿Dónde está la parte que falta? ¿Dónde están el cuidado, la compasión, la preocupación por defender los derechos básicos de los que viven en un estado continuo de necesidad y miseria?¿Es suficiente presionar a nuestros políticos para enviar más ayuda a los países pobres en nuestro nombre, o el amor que tenemos por nuestros semejantes nos impulsa a acudir ante el gobierno y decir: "Esta vergonzosa situación no puede continuar. ¡Ha llegado el momento de salvar a nuestros hermanos y hermanas que están muriendo de hambre y que esto sea la máxima prioridad colectiva!" ¿Qué clase de educación y condicionamiento nos han llevado a aceptar esta situación y qué nos va a impedir exigir a los Gobiernos del mundo: ¿DÓNDE ESTÁ LA PARTE QUE FALTA?
Como consecuencia de nuestras arraigadas y degradantes actitudes hacia la caridad y la ayuda internacional, las organizaciones benéficas seriamente comprometidas con aliviar los problemas sociales y ayudar a los pobres se ven forzadas a politizarse y, por tanto, oponerse a las políticas gubernamentales y la actividad corporativa que perpetúan aún más las causas de la pobreza. De lo contrario, cuanto mayor sea la energía que reciba la caridad de manos de grupos y ciudadanos bienintencionados, mayor será la medida en que los gobiernos puedan continuar persiguiendo sus prioridades distorsionadas y perjudiciales, tales como la acumulación cada vez mayor de armamento en lugar de alimentar urgentemente a los hambrientos.
Nada de esto pretende cuestionar la venerable necesidad de la caridad que, tal y como este escritor ha reconocido reiteradamente, es en gran medida y afortunadamente una fuerza al servicio del bien en nuestro orden social grotescamente desigual.[5] Por el contrario, intentamos observar holísticamente lo absurdo de nuestros Gobiernos al prometer erradicar la pobreza (a través de medios caritativos y no mediante una justicia o distribución reales) en un mundo que tiene recursos más que suficientes para todos, incluso con los crecientes niveles de población de hoy en día. Con suerte, un día miraremos hacia atrás en el tiempo y percibiremos la existencia de la caridad en el siglo XXI en su verdadera esencia: como derivado inevitable y, en última instancia, innecesario de la indiferencia política y la complacencia pública.
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En nuestras sociedades disfuncionales con sus políticos confundidos y mentalmente en bancarrota, resulta instructivo reflexionar sobre la relación que existe entre la prosperidad, el crecimiento económico y el Artículo 25. ¿Qué significa prosperar en un mundo en el que existen tantas naciones cuya población se encuentra en gran parte viviendo en la mayor de las pobrezas, en medio de una minoría de naciones que son relativamente ricas y privilegiadas en su forma de vida?
Imaginen una ciudad donde todos sus habitantes son tan "prósperos" que dejan que los excedentes de comida se pudran en enormes almacenes y desperdigan desechos costosos en vertederos, aún cuando una ciudad vecina es tan pobre que ni tan siquiera tiene recursos suficientes para asegurar el derecho de todos los habitantes a un nivel de vida adecuado que garantice su salud y bienestar, según lo establecido en el Artículo 25. ¿Tiene sentido que el alcalde de la ciudad rica proclame orgullosamente su alto nivel de crecimiento y prosperidad económicos, sin importarle las penurias y miseria que acechan en el horizonte? Si el alcalde decide no compartir los recursos de su ciudad con la población vecina, tarde o temprano será esta quien acuda a ellos de un modo u otro: incluso los perros y gatos de la ciudad asolada por la pobreza intentarán comer en la otra por cualquier medio. A pesar de la simplificación excesiva que supone aplicar una analogía así a la situación mundial, ¿es acaso tan diferente a cómo los distintos países se relacionan entre sí a nivel internacional o regional, donde las naciones más pudientes viven en un marco de relativa indiferencia a la carencia que experimentan la mayoría de los países pobres del resto del mundo?
Por ello debemos ser psicológicamente conscientes de lo equívocos, desagradables y vulgares que son los términos "prosperidad" y "crecimiento económico", expresiones tan frecuentemente repetidas por políticos y economistas en nuestras pantallas de televisión. En este mundo desafortunado en el que los niveles de crecimiento de población y pobreza aumentan rápidamente, cuyo medio ambiente ya devastado continúa siendo saqueado incesablemente, donde el cambio climático ya está causando estragos y destrucción a millones de familias pobres, ¿cómo puede la prosperidad no ser sino precaria y llevar al desorden, esto es, a menos que la prosperidad se distribuya equitativamente en todo el mundo? ¿Cómo pueden estos términos ser otra cosa que desagradables, vulgares e incluso ridículos en la realidad actual de extrema desigualdad global? ¿Y cómo pueden tener sentido desde un punto de vista moral en un mundo que permite que millones de personas mueran de pobreza innecesaria y que niega a muchos otros millones el tener suficientes alimentos nutritivos para comer, o agua limpia o vivienda adecuada, o incluso la forma más básica de atención médica para mantenerlos vivos y sanos?
Pese a que nuestros dirigentes políticos declaren su voluntad de que todos y cada uno de los ciudadanos de su país progresen y prosperen, ¿cómo alcanzar esa prosperidad dentro de una sola nación cuando el mundo está infectado por un virus mortal cuyo nombre no es Ébola, sino más bien fuerzas de la comercialización? Una plaga rampante en nuestras sociedades que no solo te programa a tener éxito a expensas de otros, sino que también te induce a pensar que eres mejor que aquellos menos afortunados que tú hasta que tú mismo también formes parte de la arrogancia e indiferencia colectiva de la humanidad. Lo que llamamos "el sistema" se encuentra actualmente tan profundamente influenciado por la búsqueda egoísta de la riqueza y el éxito que incluso ha creado una nueva línea de pensamiento, que puede definirse a grandes rasgos como el odio hacia los pobres del propio país así como hacia las personas de otras naciones que son menos privilegiadas que uno mismo.
Por lo tanto, la búsqueda del crecimiento económico infinito es peligrosa en nuestras confundidas y fragmentadas sociedades, eclipsadas casi por completo por las fuerzas de la comercialización, en cuyo contexto tal crecimiento solo puede conducir a una mayor división, desorden, tristeza y, en última instancia, violencia. Bajo toda la propaganda engañosa y el condicionamiento mental de los tiempos modernos, la persecución miope del crecimiento económico comporta una creciente separación entre los ciudadanos y el Estado, y realmente se traduce en un "vamos a permitir que los ricos se vuelvan aún más ricos y a crear más multimillonarios entre los pobres". El crecimiento económico en estas circunstancias es equivalente a la contabilidad privada de las grandes corporaciones y, desde una perspectiva psicológica, su significado es ahora tan absurdo como el concepto de la caridad en un mundo de abundancia.
Por consiguiente, es un grave error que los políticos sigan utilizando esta fraseología que connota un "crecimiento económico" y no el crecimiento de una economía saludable, justa o sostenible. ¿Para qué sirve el crecimiento económico en una sociedad que se está volviendo cada vez más desigual y dividida? Incluso en el pasado reciente, cuando muchas naciones no tenían los mismos niveles de deuda que hoy en día, había aún así una pobreza y hambre generalizadas tanto en el mundo rico como en el pobre. Así que deberíamos preguntarles a nuestros representantes políticos: Crecimiento económico, ¿con qué propósito y en beneficio de quién? ¿Por el bien de un sistema que ha causado un inmenso caos y sufrimiento y que ahora está rápidamente derrumbándose desde dentro?
Ningún político puede hablar realmente/No existe político alguno que pueda hablar realmente acerca del crecimiento económico mientras permita que las fuerzas de la comercialización se hagan cargo de su agenda. Un estadista aún con la intención más inclusiva y honorable suscitará peligro y futuros desastres al promover un mayor crecimiento del sistema actual, si su propósito miope es "crear más puestos de trabajo". Nuevamente deberíamos preguntar a nuestros políticos: Empleo, ¿con qué propósito y en beneficio de quién? ¿Con el propósito de construir megacasinos, centros comerciales privados, apartamentos de lujo y más fábricas de armamento en medio de una población espiritual, moral y económicamente quebrada, y en beneficio de los millonarios que pagan a sus trabajadores desechables el salario mínimo legislado?
Únicamente podemos hablar realmente de hacer crecer la economía y crear empleo decente mediante nuevos acuerdos económicos basados en el principio del compartir, pese a que entonces nuestro atención deberá expandirse más allá de nuestras preocupaciones nacionales para abarcar las necesidades del mundo como un todo. Y eso obligará inmediatamente a nuestros políticos a administrar un sistema reformado de gobernanza global que pueda asegurar una distribución de recursos más equitativa entre todos los países, con una revocación de las prioridades gubernamentales en pos de asegurar las urgentes necesidades de los más pobres de manera inmediata, comenzando con aquellos que carecen de alimentos y otros recursos necesarios para su supervivencia.
Si el Gobierno de cualquier nación se preocupa verdaderamente por satisfacer las necesidades de todos sus ciudadanos, tal vez entonces sí pueda hablar con conocimiento sobre el crecimiento económico —siempre y cuando hable del Artículo 25 como su biblia. Porque en tal caso, el Gobierno tendrá que reestructurar la economía para asegurar que la riqueza, los recursos y las oportunidades económicas se compartan de manera equitativa entre la población. Y la precondición para asegurar una distribución justa de los recursos es liberar todos los ámbitos de la vida social de las garras de la comercialización y reorientar las prioridades presupuestarias del Gobierno a temas que no sean armamento y otros subsidios corporativos nocivos. Al mismo tiempo, la sociedad ya no puede seguir degradando el medio ambiente a través de un consumo manifiesto y despilfarrador si el principio que rige la actividad económica es asegurar que todos tengan siempre cuanto necesiten para disfrutar de una vida digna. Cualquier político en su sano juicio debería coincidir en que esta es una suposición evidente en sí misma en tanto que la economía únicamente puede mantenerse en el seno de una biosfera saludable y autorenovable que ya no se vea forzada más allá de todo límite de resistencia.
Pero incluso aunque una nación más progresista consagre el Artículo 25 como ley y se comprometa a una distribución de recursos sostenible, justa y equilibrada entre su propia población, su contento y prosperidad serán efímeros si intentan aislarse de los problemas de otras naciones. Para recordar nuestra analogía con las ciudades vecinas, una rica y otra empobrecida, no pasará mucho tiempo hasta que la nación que comparte equitativamente sus recursos se vea asediada por la población pobre de lugares remotos que intenten traspasar sus fronteras —y por cualquier medio posible, existan o no controles migratorios punitivos y un aparato de seguridad estatal.
No puede existir una sociedad saludable en nuestro mundo dividido y sin embargo económicamente integrado mientras la codicia, el egoísmo y el robo sean las fuerzas motrices que impulsen la actividad económica y financiera. Si suponemos que un único país implementa el Artículo 25 en su plena extensión al mismo tiempo que el resto de las naciones que, aun teniendo los medios para ello, continúa en el sendero de la comercialización desenfrenada, no significa que algo vaya mal en todos los países excepto en aquel que acumula y comparte su riqueza de forma colectiva. Significa que algo va mal con toda la humanidad, porque la humanidad es una en su naturaleza, o una a los ojos de lo que podríamos denominar “Vida” o “Dios”. Somos una única familia humana dentro de una evolución espiritual, lo cual no es una observación estrictamente religiosa o New Age sino una verdad eterna que está siendo gradualmente apercibida en numerosos campos de investigación científica. Todas las naciones del mundo se encuentran interconectadas no solo en un sentido material u objetivo a través del comercio global, los viajes y las comunicaciones, sino también energética y subjetivamente en términos de la Única Vida que compartimos con cada ser vivo del Planeta Tierra, desde el reino mineral hasta los reinos espirituales no físicos y más elevados.
Desde esta comprensión trascendente y reveladora de nuestra existencia, que bien puede ser advertida intuitivamente o reconocida mediante un estudio de las enseñanzas de la Sabiduría Eterna así como de las cosmologías indígenas, podemos observar que la humanidad es como un cuerpo físico que tiene que cuidarse como un todo, sin descuidar ciertas extremidades al cuidar las otras. Si un lado del cuerpo humano funciona correctamente pero el otro se desatiende y cae enfermo, no cabe duda de que la enfermedad afectará a la salud y el bienestar de toda la persona. Del mismo modo, ninguna nación puede permanecer separada de otras (no importa cuán justa y saludablemente intenten vivir), especialmente en un mundo en el que la comercialización aumenta a tanta velocidad que ni la sociedad ni el medio ambiente pueden soportar la tensión durante mucho más tiempo.
Esta es la paradoja de la política económica en esta era de crisis y transición planetaria: ningún político puede darse el lujo de hacer algo bien para su país en soledad, ya que ese bien debe lograrse en el resto de países simultánea y absolutamente. De ahí que ninguna nación pueda lograrlo sola, sino que todas las naciones pueden lograrlo juntas a través de los principios de cooperación y distribución. No tenemos otra estrategia de salida para los problemas del mundo y de ahí que esto debe conseguirse con urgencia, estén nuestros Gobiernos preparados o no; de otro modo el fin de todos nosotros podría llegar pronto. No puede haber un país de los más de 190 en este mundo que implemente el Artículo 25 en su plena extensión, a menos que decidamos llamar a ese único país "humanidad" e ignoremos lo demás. Porque solo existe la Única Humanidad, indivisible del todo.
¿Qué otra razón se necesita para compartir los recursos del mundo y así tomar conciencia de los derechos fundamentales de cada hombre y mujer, si no es el permitir al alma llevar a cabo su propósito vital en la individualidad de su reflejo? Esta es la realidad más profunda de nuestras vidas que ha existido y existirá jamás, independientemente del grado de corrupción que hayan sufrido nuestra concepción de buena voluntad mundial y relaciones humanas correctas debido a la fusión de nuestro egocentrismo, ignorancia y confusión a lo largo de muchas vidas. Con el fin de que la humanidad llegue a unirse alguna vez como reflejo de quiénes somos en nuestra naturaleza espiritual, es imperativo que los activistas, los ciudadanos comprometidos y nuestros representantes políticos exijan que el Artículo 25 sea implementado exhaustivamente en cada país del mundo y como prioridad gubernamental decisiva para todas las naciones. Ha llegado la hora de que no solo levantemos nuestras voces por el bien de nuestro propio país, sino también por el bien de todas las personas del mundo. Los ciudadanos afortunados cuyas necesidades básicas ya se encuentran satisfechas deberían solidarizarse y unirse a los muchos grupos que no las tienen, y proclamar de ese modo el Artículo 25 y el principio del compartir como nuestra causa común.
Todas y cada una de las personas de América del Norte, Europa Occidental, Australia y otras regiones prósperas deberían reflexionar y formularse la siguiente pregunta: ¿Qué ocurre con los y las que no tienen acceso a los recursos básicos que yo doy por sentado? Estas son las palabras que nuestros políticos también deberían utilizar con respecto a las millones de personas que viven en la pobreza en el extranjero, así como dentro de las fronteras de sus propios países: ¿Qué ocurre con el resto? Al menos en ese momento estaremos dispuestos a compartir los recursos excedentes de nuestra nación y a exigir que nuestros Gobiernos trabajen con otras naciones para satisfacer el objetivo permanente de que todo el mundo viva sin miseria en todas partes. En entonces cuando una nación se convierte en una aliada del Artículo 25 y del principio del compartir, cuando la idea misma de "inmigrante ilegal" se torna incompatible al entendimiento de cualquiera sobre la manera en que el mundo funciona, junto a cualquier noción contemporánea de "donación caritativa", "ayuda humanitaria", "política exterior" o "interés nacional".
Parte II: Una breve argumentación
Siguiendo la línea lógica anterior, podemos percibir fácilmente los diversos y complejos factores que impiden el cumplimiento pleno y permanente del Artículo 25 en todas las naciones, desde las prioridades equivocadas de nuestros Gobiernos hasta la indiferencia absoluta de las corporaciones multinacionales, la avaricia e inhumanidad de los objetivos de la política exterior, y las actitudes arraigadas de caridad en lugar de justicia. También podemos comenzar a percibir los inimaginables resultados que tendrían lugar al asegurar esas necesidades básicas para cada hombre, mujer y niño sin excepción, algo sobre lo que es necesario reflexionar a fin de comprender intelectualmente las múltiples razones por las cuales la proclamación del el Artículo 25 supone una estrategia viable para el rescate y la rehabilitación mundial.
Como ya se ha recalcado, el dinero y los recursos necesarios han estado disponibles desde hace mucho para garantizar los derechos humanos sociales y económicos de todas las personas y en un período de tiempo relativamente corto si todos los Gobiernos —en colaboración con las Naciones Unidas y sus organismos competentes— unieran sus fuerzas para detener inmediatamente la indignación moral que suponen las fatalidades prevenibles relacionadas con la pobreza. Pero incluso las políticas de los países más ricos reflejan solo mínimamente las necesidades de los ciudadanos relativamente pobres dentro de sus fronteras, y mucho menos sirven a los intereses de la población pobre más excluida y desatendida de otras naciones, lo que origina una cifra enorme de muertes que podrían evitarse cada día.
Es extraordinario que los líderes mundiales se reúnan y alíen para ir a la guerra en cuestión de semanas y sin embargo no puedan aliarse lo suficiente como para acudir en ayuda de los hambrientos y empobrecidos del mundo. La única respuesta internacional adecuada de la que hemos sido testigos y que alivia esta intolerable situación tuvo lugar en el Informe de la Comisión Brandt de 1980, en el que se propuso un programa de emergencia de distribución económica para acabar con el hambre y la pobreza absoluta de una vez por todas, pero que ahora yace enterrado y olvidado en los archivos de la Historia.[6]
Después de tantos años de inactividad política solo la buena voluntad en masa de las personas comunes puede traer moralidad y lucidez a los asuntos mundiales, e influenciar un reordenamiento de las prioridades gubernamentales mediante enormes y continuas protestas públicas en todos los países. La unión de los pueblos del mundo es la única fuerza que puede impulsar a las naciones a cooperar en la implementación del Artículo 25. Tal vez solo entonces veremos a los políticos íntegros saltar a la palestra, y convocar a los aliados y recursos militares necesarios para salvar vidas a escala monumental en vez de ponerlas en peligro o destruirlas. Quizás entonces veremos el inmenso compromiso público que cada activista progresista ansía, hasta que ningún líder político pueda permanecer en su puesto sin compartir las preocupaciones benévolas de los ciudadanos comunes que le eligieron para representarles. Es posible que, gracias a tal efusión mundial de compasión sin precedentes hacia los menos afortunados de entre nosotros, en un futuro no exista lugar para el político-contable interesado únicamente en mantener su prestigioso trabajo, jugando a ser un diplomático poderoso con un traje y corbata caros.
No olvidemos que estamos considerando la injusticia de la pobreza que tiene lugar en todo el mundo, y eso no se traduce en unas pocas personas muriendo de hambre en los países menos desarrollados cada semana: significa que mueren al menos 40 000 personas cada día por causas relacionadas con la pobreza, muchas de las cuales tienen lugar en países de renta media y se sabe que son evitables en gran parte.[7] ¿De verdad queremos seguir siendo testigos de la pantomima repetitiva de estas conferencias globales sobre la pobreza y la desnutrición, cuando no se hace nada al respecto y a escala suficiente para ayudar la población trágicamente desamparada? ¿No es cierto que los millones de dólares gastados en organizar tales cumbres de alto nivel a lo largo de tantas décadas bien podrían en cambio haber servido para salvar muchas de estas vidas? Mientras tanto, nosotros —la minoría privilegiada que da por sentados los derechos humanos del Artículo 25— continuamos consumiendo en exceso y desperdiciando la comida y otros productos esenciales del mundo, en lugar de exigir que nuestros Gobiernos redistribuyan los excedentes de recursos de nuestra nación allá donde más se necesiten. ¿Cuántos Informes Brandt más necesitamos para remover nuestra conciencia sobre esta tragedia en curso que, al parecer, merece tan poco nuestra atención?
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Ahora intentemos dejar a un lado nuestras objeciones e imaginemos que nuestros Gobiernos se ven firmemente impulsados a implementar el Artículo 25 por la voluntad del pueblo y consideremos entonces las dramáticas implicaciones que conlleva lograr esta meta definitivamente alcanzable. Obviamente, es inviable que todos vivamos dignamente con lo básico a menos que la economía se estructure de manera que los recursos esenciales sean distribuidos de forma más equitativa y los servicios públicos indispensables sean accesibles a todos. Pero tal entendimiento de sentido común es incompatible con la ideología de las fuerzas del mercado que ha llegado a dominar el pensamiento político imperante, desembocando en la creación de leyes e instituciones que promueven los intereses privados y el lucro potencial de las grandes corporaciones.
Entonces, ¿qué ocurriría con estas reglas e instituciones corporativizadas que sustentan nuestra sociedad si garantizar el Artículo 25 se convirtiera en la máxima prioridad gubernamental de cada nación? Sin lugar a dudas el efecto sería social, económica y políticamente transformador, especialmente cuando consideramos que para las fuerzas de la comercialización el Artículo 25 no cuenta casi para nada. Su implantación significaría que, por ejemplo, a las corporaciones ya no les estaría permitido apropiarse indiscriminadamente de la tierra, especular sobre los alimentos, ni acaparar o destruir sus excedentes de producción mientras hubiera gente muriéndose de hambre en el mundo. Y los políticos ya no podrían priorizar el crecimiento económico y el lucro corporativo a través de la comercialización de los servicios públicos, si realmente les preocupara satisfacer todas las necesidades de las personas mediante una redistribución sistematizada de los recursos del país. Después de cierto tiempo, sería necesario revertir o reformar de manera significativa muchas leyes complejas que promueven exclusivamente el ánimo de lucro y crear otras nuevas que fuesen verdaderamente morales y justas, permitiendo así que la buena voluntad humana se abriera paso en los asuntos mundiales.
En efecto, si la consideración principal detrás de cualquier política o ley estatal fuera salvaguardar los derechos humanos del Artículo 25, entonces pronto sería evidente que los acuerdos de comercio global existentes son intrínsecamente sesgados e injustos. Ejemplifiquémoslo de la siguiente manera: si yo fuera presidente de un país pobre que ha establecido el Artículo 25 como ley orgánica o fundacional que rige todas las decisiones de gobierno, dicha ley me apremiaría a asegurarme de que todas las familias estuvieran bien cuidadas y alimentadas antes de tratar de hacer cualquier otra cosa. En tal caso, no podría permitir que mis agricultores y trabajadores fueran explotados al exportar sus bienes a un precio bajo, solamente en beneficio de los consumidores ricos de ciudades o países distantes, por lo que tendría que exigir que se modificaran las normas comerciales de modo que los agricultores pudieran en primer lugar alimentarse a ellos mismos y a su propia comunidad. Y las corporaciones multinacionales que dictan los términos del comercio desleal no podrían hacer nada para detenerme si el Artículo 25 fuera la ley de todos los países y la luz que guiara la política global, supervisada por las Naciones Unidas con el respaldo mundial de la opinión pública.
Desde cualquier ángulo que se mire, las implicaciones lo abarcan todo una vez se refrenan la influencia dominante del lucro, la codicia y las desbocadas fuerzas del mercado a través de intervenciones y regulaciones estatales apropiadas. Las incesantes presiones empresariales y el estímulo de ganar dinero a partir del robo legitimado se verán inevitablemente comprometidas y debilitadas de forma progresiva, de ahí que la implementación del Artículo 25 sea uno de los peores enemigos a los que puedan enfrentarse las corporaciones motivadas únicamente por el lucro. A medida que la actividad empresarial comience a tomar una ruta diferente mediante la guía de políticas económicas que se basen en el principio de la redistribución, tal vez ya no pase mucho tiempo antes de que la corrupción endémica que ciega todos los Gobiernos —tanto en países ricos como pobres en distinto grado— también disminuya gradualmente. ¿Qué incentivo podría haber para que aquellos ávidos de poder se incorporen al ámbito político si la gobernanza nacional sirve realmente al bien común, tal y como debería ser naturalmente en vez de funcionar primordialmente en nombre de las corporaciones globales y los más ricos?
Intenten visualizar la repercusión de los Gobiernos de todo el mundo actuando para salvaguardar los derechos humanos del Artículo 25 debido a la irresistible presión de manifestaciones interminables, enormes e implacables en las calles de cada país. Mientras que los más pobres de las naciones menos desarrolladas acogerán con alegría este despertar de la conciencia pública en pro de su crítica situación, la primera consecuencia de redistribuir los recursos globales para ayudarles puede desvelar al completo la corrupción del Gobierno. Mientras esta corrupción persista y los políticos opresores hagan mal uso de la ayuda que reciben en nombre de su población, habrá definitivamente un levantamiento de la gente corriente hasta que la persona responsable sea destituida de su cargo y reemplazada. Y si aun así un dirigente dictatorial se aferrase al poder a través de la violencia y represión estatal, ¿por qué no enviar representantes de las Naciones Unidas a supervisar sus actividades y recabar cualquier prueba incriminatoria? Así como las Naciones Unidas envían inspectores a observar guerras o buscar armas nucleares, ¿acaso no es posible que una agencia especializada de la ONU colaborase para asegurar que toda ayuda donada se utilice para su propósito previsto?
Podemos profetizar aún más las consecuencias de implementar el Artículo 25 para aquellas instituciones multilaterales que hace tiempo renunciaron a su deber de trabajar en nombre de la gente común y los pobres. En primer lugar, esta clasificación incluiría al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, organismos difamados en gran medida por imponer sus atroces "normas" económicas al resto del mundo. A la luz de que el Artículo 25 se convierta en los cimientos de un nuevo orden económico global, estas organizaciones tendrían que ser desmanteladas o bien reformarse completamente para que desempeñen un papel vital a fin de facilitar un proceso de redistribución masiva de los recursos, reestructuración de la gobernanza global y regulación del comercio internacional, medidas que constituirían un gran primer paso hacia un mundo mejor. Después de todo, ninguna institución se mantiene por sí misma sino exclusivamente por las personas que la sostienen, y aquí vislumbramos el comienzo de una era más ilustrada de nuestra civilización, caracterizada por la preocupación ecuánime por el bienestar de todas las personas y no solo del de los individuos pudientes y privilegiados o de las naciones poderosas y egoístas.
En nuestro mundo dividido de hoy día, la implementación del Artículo 25 tendría claramente un efecto extraordinariamente transformador en las relaciones internacionales y las políticas exteriores de los principales países industrializados, resultado que puede considerarse nuevamente desde muchos ángulos y en términos simples. Para empezar, es evidente que un reordenamiento drástico de las prioridades globales con vistas a satisfacer las necesidades básicas de todas las personas está sujeta a lograr una rápida reducción de la actividad militar, así como importantes recortes presupuestarios de armamento. Esto es esencial no solo para los Estados Unidos, que continúa excediendo en mucho los gastos del resto de países, sino también para aquellas naciones menos desarrolladas con altos índices de pobreza que están destinando una cantidad cada vez mayor a gastos de defensa, y a menudo más que a la atención sanitaria, la educación o la asistencia social.
Por otra parte, hemos considerado previamente cómo la política mundial se basa ampliamente en los principios opuestos a la distribución económica y la cooperación internacional genuina, al tiempo que las políticas exteriores de los Estados Unidos y otros países del G-7 en particular anuncian al mundo de manera eficaz que la "comercialización es la mejor manera de vivir para la humanidad", provocando un creciente rechazo del Artículo 25 en muchos de los países menos desarrollados. Por lo tanto, la insostenible trayectoria de los asuntos mundiales nos obliga a imaginar qué significará implementar este bendito Artículo para las relaciones a largo plazo entre los Estados nación. Desde el principio, los Estados Unidos tendrán que dejar de jugar a ser la gran hegemonía imperial y utilizar finalmente sus amplios recursos para encabezar la marcha hacia la erradicación de la pobreza mundial, en lugar de continuar su arrogante persecución de poder y dominación globales. Rusia deberá aprender a vivir en paz como una verdadera comunidad de estados independientes federados y concentrarse en evolucionar de manera conjunta con una mayor autonomía regional en vez de continuar con su capacidad militar e influencia internacional coercitiva. Del mismo modo, China tendrá que dejar de desarrollar su flota naval y maquinaria de guerra como una póliza de seguro para su creciente supremacía económica y renunciar a sus estrategias de apropiación de tierra cooperando con otras naciones para compartir los recursos del mundo.
Puede parecer excepcionalmente idealista anticipar tal vuelco en las relaciones económicas y políticas entre los gobiernos competidores, pero… ¿quién quiere contemplar un escenario alternativo en el que el modus operandi de los asuntos globales continúe por tiempo indefinido en el futuro? Las implacables y mercenarias políticas exteriores supuestamente moralistas nos están conduciendo poco a poco a una tercera guerra mundial en un futuro no muy lejano, como consecuencia de las extremas y renovadas desigualdades en cada uno de los países y entre ellos mismos, y debido a la competencia intensificada por unos recursos cada vez más escasos. Es indudable que los políticos y diplomáticos más racionales son conscientes de que esta familia de naciones deberá tomar pronto la decisión definitiva: cooperar y compartir para remediar estas peligrosas condiciones o ser testigos de la lenta pero irreversible ruina de la humanidad.
Nosotros mismos podemos extrapolar aún más las numerosas ramificaciones positivas que significaría implementar el Artículo 25 en todo el mundo, considerando cuántas naciones avanzarán hacia la reestructuración de sus economías y hacia una verdadera cooperación con otras naciones en pos de esta meta común e imperativa. Cuando se obligue debidamente a los Gobiernos a velar para que cada niño y adulto de los más de 7 mil millones de personas del planeta esté bien alimentado, sano y económicamente seguro (así como a garantizar una educación pública gratuita y de calidad tal y como establece el Artículo 26), descubriremos que otros muchos problemas globales se habrán ido resolviendo automáticamente sobre la marcha. Esto resulta razonable y puede deducirse de las medidas coordinadas internacionalmente y manifiestamente necesarias en esta era moderna de la globalización para garantizar los derechos económicos y sociales de todas las personas.
Es posible conjeturar que muy pronto todas las naciones se verán obligadas a realizar un inventario de los recursos excedentes a su disposición —incluyendo tecnología, conocimientos, mano de obra y capacidad institucional, así como alimentos, medicinas, productos manufacturados y cualesquiera otros materiales básicos o bienes esenciales. Una transferencia a gran escala de estos recursos a los países y regiones más pobres debería organizarse a través de las Naciones Unidas y su red global de agencias humanitarias o bien a través de una nueva agencia de la ONU que sea establecida con el propósito expreso de supervisar un programa de emergencia a corto plazo que probablemente deba continuar a un ritmo acelerado durante varios años. Incluso Corea del Norte podría unirse si hubiera voluntad política para acordar un programa así entre sus países vecinos, mediante el cual se garantizaría a todas las personas el acceso suficiente a los recursos esenciales del planeta a través de un proceso de redistribución internacional sin precedentes.
Una vez alcanzado el objetivo primordial de aliviar el hambre y proporcionar socorro inmediato a todos aquellos que viven en condiciones de pobreza absoluta, será de crucial importancia instaurar una reforma integral de los sistemas políticos, económicos y financieros internacionales a fin de establecer una distribución de los recursos mundiales más equilibrada y equitativa entre todos los países. A nivel nacional ya se sabe mucho y se ha probado en lo que atañe a los acuerdos apropiados que se necesitan para instituir sistemas eficaces de redistribución que garanticen el acceso universal a la protección social y los servicios públicos. Del mismo modo, la historia moderna en el período de posguerra da fe de las numerosas políticas y regulaciones que prohíben una permanente concentración de riqueza y poder en manos de una pequeña minoría de la población de un país. Sin embargo, hasta la fecha han sido pocos los economistas, financieros o políticos de renombre que han contemplado los nuevos acuerdos institucionales y prácticas económicas que serán necesarios para establecer un sistema permanente de distribución de recursos a escala global. Por consiguiente, si creemos que algún día los líderes del mundo verán la necesidad de reformular la naturaleza y propósito del desarrollo, podríamos prever un exhaustivo proceso de investigación y diálogo antes de que sea posible llevar a cabo la propiedad compartida y la administración cooperativa de los recursos del mundo por parte de la comunidad internacional.
Al comienzo de este esfuerzo magnánimo, sería buena idea que los Gobiernos retomaran y revisaran las recomendaciones de los Informes Brandt de 1980 y 1983 que, aunque estén desactualizados después de 35 años, todavía contienen un acertado esbozo sobre lo que conlleva la implementación del Artículo 25 como guía principal para las actitudes políticas y la actividad económica global.[8] No cabe duda de que esas propuestas estaban limitadas por las ortodoxas premisas económicas de la época, y de ahí que resulten insuficientes para abordar la extensión de las crisis interrelacionadas de la actualidad. Pero si la Cumbre de Cancún se hubiera tomado en serio en 1981, hoy el Artículo 25 podría haber estado bien establecido como legislación efectiva dentro de cada nación, que gobernara tanto su sociedad como el funcionamiento de las instituciones políticas, económicas y sociales.[9]
En el caso de que hubiera tal transformación de los propósitos de los gobiernos del mundo, las Naciones Unidas deberían reformarse y volver a empoderarse democráticamente como máxima autoridad internacional a fin de cumplir su mandato humanitario original. Sin lugar a dudas, la histórica tarea de unificar la gobernanza económica global bajo un sistema reestructurado de las Naciones Unidas sigue siendo requisito excepcional en los albores del siglo XXI. Si bien cada país necesita implementar el cuerpo legislativo del Artículo 25 a su manera y conforme a los métodos más apropiados, será necesario que la Asamblea de Naciones supervise e imponga los principios de esas leyes como código inviolable a seguir por parte de todos los países en lo que respecta a la forma de gestionar sus asuntos a nivel global.
De esta manera, las Naciones Unidas podrían verdaderamente hacer honor a su nombre como institución global suprema que esencialmente solicita a los Estados miembros que preserven la paz, protejan a los vulnerables y promuevan las relaciones internacionales cooperativas. Si se refuerzan sus múltiples agencias en su papel de defensoras decisivas de los derechos básicos del Artículo 25 para todas las personas, los demás artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos finalmente comenzarán a cobrar significado. Así, en sentido figurado, podemos empezar a contemplar el Artículo 25 como la ley suprema de la dignidad humana, y su implementación marcará el inicio de “los derechos humanos" como un concepto del cual sentirnos orgullosos una vez más. En ese momento la belleza y la promesa de la visión inicial de las Naciones Unidas serán reconocidas de nuevo en los corazones y mentes de la gente corriente, con una comprensión renacida de su futuro e imprescindible potencial.
No obstante, esto no estará relacionado en absoluto con el Consejo de Seguridad y sus inmerecidas funciones y poderes, que constituyen un remanente de los nacionalistas y competitivos métodos del pasado simbolizados por la quimera de "todavía soy poderoso y siempre lo seré". Los presidentes y primeros ministros defienden a las Naciones Unidas únicamente cuando se trata del interés propio de las naciones económicamente dominantes, e intentan manipular su sistema para sus propios fines; pero cuando se trata de los intereses de todos los ciudadanos de cada país en general, entonces es como si las obligaciones que las Naciones Unidas imponen a los países miembros ya no existieran. El Consejo de Seguridad no tiene relación con la búsqueda de la paz o seguridad real, ya que más bien funciona como un club privado cuyos miembros están representados por prominentes políticos-contables que votan a favor o en contra de sus resoluciones dependiendo del tamaño de la porción que adquieran de la torta global. Y es precisamente esta constante competición leonina por los recursos globales lo que caracteriza las apariencias de seguridad nacional en este Consejo pasado de moda, en contraposición con los propósitos y principios fundacionales de las Naciones Unidas tal y como se establecieron en el Capítulo Primero de su Carta. Para empezar, el Consejo de Seguridad nunca debía haberse establecido y debería haberse disuelto hace tiempo para permitir que la Asamblea General tomara su lugar como un foro global verdaderamente democrático (sin derecho a vetar las decisiones abolidas). Mientras tanto, la realidad de la guerra seguirá manteniéndose sobre la base supuestamente legítima de la política de poder, el egoísmo nacional y la explotación de las poblaciones más débiles en la persecución de metas puramente comerciales o materialistas.
Podemos extendernos con facilidad sobre esta línea de razonamiento y concebir cómo una espectacular petición pública a favor de implementar el Artículo 25 conducirá a una reestructuración económica global y a la cooperación internacional genuina, a una disminución significativa de la tensión y el conflicto que caracteriza las relaciones intergubernamentales, y a la disolución final del Consejo de Seguridad acorde con el destino legítimo de las Naciones Unidas. ¿Qué necesidad habrá de que exista un Consejo de Seguridad, en cualquier caso, si las naciones cooperan en la distribución de los recursos del mundo y eliminan por tanto las raíces económicas del terrorismo y el conflicto? Pero, seamos claros: esto no implica que la implementación del Artículo 25 traerá consigo un sistema alternativo al hipercapitalismo globalizado, y resolverá de golpe todos los problemas del mundo. No hay duda alguna de que aunque todas las personas vieran súbitamente satisfechas las necesidades básicas consagradas en el Artículo 25, esto no bastaría para plantear un desafío efectivo a las estructuras de poder existentes y a los regímenes políticos no democráticos, ni para remediar las profundas desigualdades en riqueza y renta entre los países ricos y pobres.
Por lo tanto, el cuestionarse si garantizar los derechos humanos del Artículo 25 es el único antídoto para los problemas del mundo sigue un razonamiento equivocado, ya que, evidentemente, es necesario que se produzcan numerosos cambios económicos y políticos antes de pronosticar el cumplimiento de las múltiples y nobles aspiraciones de las Naciones Unidas, desde la Declaración Internacional de Derechos Humanos a la Declaración de Río. El debate sobre los medios requeridos para lograr estos fines es interminable, pero el propósito de nuestra investigación es probar y alcanzar una comprensión común de la estrategia de la sociedad para anunciar las necesarias transformaciones futuras. Como ya hemos establecido, no podemos esperar el cambio de las prioridades gubernamentales a favor de los dos tercios más pobres de la población mundial sin el compromiso cívico inmenso e incesante del tercio más privilegiado de la humanidad. Sin este protagonista crucial y ausente en el escenario global —esto es, la influencia benevolente e integral de la opinión pública en nombre de las necesidades no satisfechas de la mayoría mundial pobre— es inviable que cualquier modelo estructural para construir un mundo mejor pueda llegar a buen término.
En este sentido, la única alternativa al actual orden socioeconómico se encuentra en la voz unida de las personas de buena voluntad en todo el mundo, ya que la complacencia generalizada del hombre y la mujer comunes es la que nos da la impresión de que "no hay alternativa". Si aceptamos que el principio del compartir debe subyacer a toda alternativa global sistémica para un futuro sostenible, entonces el Artículo 25 refleja ese principio y exige que sea implementado en los asuntos mundiales. Ciertamente no existe una verdadera alternativa hasta que cada hogar sea consciente de la urgencia de erradicar la privación humana extrema y esa consciencia se cultive en los corazones y mentes de las personas corrientes como su preocupación más acuciante.
Ese es el dilema de los pensadores y activistas progresistas que proponen una nueva visión de la sociedad junto con las políticas necesarias para conseguirla, porque nunca ocurrirá a menos que todo el mundo adopte de manera conjunta esa visión y trabaje en pos de su cumplimiento. Como continuaremos explorando en mayor detalle, esto es lo que explica por qué el Artículo 25 contiene en sí mismo la alternativa que todos estamos buscando y por qué sus simples indicaciones pueden conducirnos a esa alternativa de manera directa, natural y aparentemente prodigiosa. En su debido momento quizá nos demos cuenta de que la implementación del Artículo 25 es un portal directo a múltiples soluciones económicas y el camino más seguro a la libertad y la justicia —pese a que su desconocido potencial solo cobre vida y se revele cuando la humanidad pronuncie la palabra mágica. Y la palabra mágica se expresa a través de enormes manifestaciones internacionales fervientemente enfocadas en este fin y que perseveran sin interrupción.
Parte III: La cuestión ambiental
Una objeción esencial que puede surgir en la conciencia de muchas personas concierne la cuestión de la sustentabilidad ambiental y si la proclamación del Artículo 25 (como principal causa de la sociedad) conlleva desatender la urgencia de los asuntos ambientales. Este es otro tema importante sobre el que reflexionar en tanto la humanidad se enfrenta claramente a dos emergencias globales de una magnitud sin precedentes en la actualidad: la contaminación atmosférica y la degradación ambiental, así como el hambre y los crecientes niveles de pobreza, desigualdad y exclusión social. Entonces, ¿cómo plantearía la implementación del Artículo 25 una solución a todas estas crisis sistémicas entrelazadas?
En primera instancia, la respuesta a esta pregunta puede entenderse lógicamente y a través de un simple razonamiento deductivo, incluso si dicha conclusión se encontrase lejos de la principal corriente de pensamiento en la actualidad. Esta es la premisa que deberíamos considerar: que nunca podremos hacer frente al cambio climático ni a la crisis medioambiental sin remediar también la injusticia de la pobreza en un marco de abundancia, que es donde comienza la solución a todos nuestros problemas ecológicos. Y, de nuevo, esto debería contemplarse desde muchos ángulos, incluso desde perspectivas psicológicas, morales y espirituales.
Hemos analizado cómo una enorme oleada de apoyo popular a favor de la implementación del Artículo 25 debe traducirse inmediatamente en cambios drásticos en las prioridades de gasto de los Gobiernos de todos los países, tales como la reasignación de subsidios a servicios públicos y bienestar social y no a presupuestos de armamento, así como una ayuda sin restricciones a las naciones menos desarrolladas. Publicitar el Artículo 25 reclama en sí mismo una redistribución de una envergadura y alcance nunca antes vistos. Mediante la gestión colectiva de los recursos y riquezas de una nación y su redistribución de acuerdo a la necesidad humana, tanto a nivel global como nacional, es posible que muchos otros graves problemas se resuelvan en un período de tiempo mucho más breve.
Por ejemplo, si el Artículo 25 hubiese sido implementado en todas las regiones del mundo hace décadas, tal vez ciertos grupos extremistas y terroristas como Al Qaeda y el Estado Islámico (o ISIS por sus siglas en inglés) nunca habrían existido. Si a cada familia de los países pobres se le hubiera ofrecido la base material para depositar su confianza y seguridad en la sociedad, tal vez los jóvenes no serían tan receptivos a las ideologías religiosas violentas, y no habría ninguna razón para que lucharan contra el gobierno y derrocaran su administración (si ya no está totalmente corrupta). Y si ya se hubiese instituido un programa de emergencia para acabar con el hambre y la privación extrema mediante transferencias masivas de recursos, extensas reformas agrarias y una gran reestructuración de la arquitectura económica global, tal vez los Gobiernos se habrían percatado en la práctica de los verdaderos beneficios de la cooperación internacional. Y tal vez de esta forma se habrían embarcado hace mucho en la tarea de derrotar el resto de las amenazas inminentes que se ciernen sobre el futuro de la humanidad, algo que solo la cooperación genuina puede lograr, dando lugar a un abandono posterior del ímpetu belicista y a iniciativas coordinadas e inigualables para limitar las emisiones de carbón y sanar el medio ambiente.
En efecto, si hubiésemos compartido los recursos del mundo y erradicado la pobreza global, especialmente el hambre, tal vez los problemas medioambientales de hoy habrían sido mínimos y los patrones de desarrollo global habrían tomado un curso muy distinto y más sostenible. En muchos aspectos, el lamentable destino del medio ambiente fue sellado tras la Cumbre Norte Sur en Cancún en 1981, cuando los líderes políticos allí reunidos fracasaron en lograr un acuerdo sobre las propuestas de Brandt, momento que los historiadores del futuro podrán calificar como el punto de inflexión para todo lo que ha ocurrido después. Si tan solo la Madre Tierra hubiera podido hablar, les habría dicho a los hombres de Estado allí reunidos: "¿Así que se niegan a cooperar y no quieren compartir las abundantes riquezas que les ofrezco libremente y en confianza? ¡Entonces no me culpen por las consecuencias de sus propias acciones!"
Reagan y Thatcher y sus camarillas pueden haberse mofado de los procedimientos de la Cumbre, pero ahora que ya no están somos nosotros los que estamos siendo testigos de los resultados de su decisión de ignorar el llamado a la acción de Brandt, eligiendo en su lugar liberar las fuerzas de la comercialización y seguir su sendero divisorio de separación, codicia y competición egoísta. En los años posteriores, los sucesivos gobiernos han permitido que las fuerzas del mercado obtengan una influencia cada vez más desenfrenada en los asuntos sociales, económicos y políticos. Es más, han abandonado su responsabilidad de gobernar en nombre del bien común, cediendo en cambio sus poderes de toma de decisión a los caprichos del mercado global y, en la práctica, han dado la espalda a las Naciones Unidas y su visión fundacional, persiguiendo los juegos de poder del Consejo de Seguridad que hace del derecho internacional una farsa. El resultado inevitable de estos factores combinados es una aceleración de la ruina medioambiental hasta el punto en que hoy nos encontramos, en el que dos emergencias amenazan las perspectivas de futuro de nuestra raza: la desigualdad extrema y el cambio climático, si bien en la época de la Cumbre de Cancún nos podríamos haber enfocado principalmente en la última.
Desde la perspectiva más egoísta, aún habría tenido sentido priorizar la eliminación de la pobreza a fin de prevenir la escalada de problemas ambientales, suponiendo que nuestros líderes políticos tuviesen una visión a largo plazo de un mundo sostenible y pacífico. Sobre todo, es bien sabido que la pobreza es un factor subyacente al rápido crecimiento de la población en los últimos 60 o 70 años. Si esta tendencia persiste a lo largo del próximo siglo, como se ha previsto, habrá serias repercusiones para el medio ambiente, sobre todo en cuanto al aumento en consumo de recursos en países en desarrollo y, en consecuencia, al aumento de emisiones de CO2. Si bien es cierto que los ciudadanos de naciones ricas consumen la mayor parte de los recursos globales y tienen por ende un mayor impacto sobre el medio ambiente, no se puede negar el hecho de que una explosión poblacional continuada podría derivar en una tensión insostenible sobre la base de recursos y el sistema ecológico de la Tierra. Pero hay suficientes pruebas para mostrar que los niveles de población decrecen y se estabilizan cuando las familias disfrutan de un estándar de vida adecuado, algo que solo puede entenderse verdaderamente al empatizar con la forma de pensar de los menos afortunados. Existen razones muy tristes por las que los que viven en la pobreza tienden a tener tantos bebés, principalmente con la esperanza de que alguno de sus hijos —si es que no mueren prematuramente de malnutrición o enfermedades prevenibles— ayude a sus padres cuando estos sean mayores. Dichas actitudes culturales tan arraigadas en los países en desarrollo solo pueden cambiar cuando todos los ciudadanos tengan una confianza y fe plenas en que su Gobierno garantizará en todo momento las necesidades básicas humanas tal y como refleja el Artículo 25.
Como testigos del drástico aumento de los niveles de población global que ya ha tenido lugar durante el siglo XX, cabe imaginar que los Gobiernos se habrían comprometido incondicionalmente a corregir las condiciones que perpetúan esta situación y habrían otorgado la máxima consideración a la lucha contra la pobreza, la enfermedad y la malnutrición, junto a toda la ayuda internacional necesaria y el apoyo de programas demográficos. Ya hemos alcanzado el momento en que el crecimiento interrelacionado de la pobreza y la población humana se ha vuelto tremendamente peligroso, no solo debido a la tensión global en el medio ambiente, sino también a la bomba de relojería contenida en esta ecuación expresada en términos de devastadores conflictos sociales, económicos y políticos. Sin embargo, lejos de comprometerse a una serie sensata de medidas correctoras a largo plazo, nuestros Gobiernos continúan recorriendo el sendero obcecado de la comercialización que saborea perversamente el rápido crecimiento de la población mundial, sin importar los riesgos que entraña para el futuro de la humanidad en tanto que los beneficios de las corporaciones poderosas sigan aumentando.
Aquí radica el misterio detrás del dilema demográfico que hace que cuestionemos las verdaderas razones por las que el mundo está tan superpoblado, algo que se puede apreciar ahora en las grandes ciudades de todos los países desarrollados así como dentro del mundo en vías de desarrollo. ¿Todavía podemos decir que la pobreza es la causa básica subyacente? ¿O son las fuerzas de la comercialización las que están influyendo en estos hechos en las décadas recientes como consecuencia de la proliferación de la inseguridad social, la desigualdad y la migración incontrolable, todo en nombre de crear más ganancias corporativas y un mayor crecimiento económico?
Este razonamiento demuestra cómo la población humana podría haberse mantenido en un nivel sostenible si hubiésemos compartido los recursos del mundo desde la creación de las Naciones Unidas, objetivo de gran trascendencia para el estado del medio ambiente. Por un lado, ya no existiría la visión dantesca de 11 mil millones de personas o más viviendo en un planeta sobrecargado y degradado hacia finales del siglo XXI, lo cual es una proyección en absoluto inevitable pero que sí podría evitarse si primero implementásemos el Artículo 25 en todo el mundo como prioridad internacional urgente, especialmente en las regiones más pobres. Por otro lado, también hemos abordado cómo la implementación del Artículo 25 plantearía un desafío directo a las fuerzas de la comercialización por todas las razones señaladas anteriormente, lo que supondría que el afán de ganancias ya no constituiría un factor tan destructivo en la sociedad o el medio ambiente, porque en realidad la motivación económica parece detestar la tierra y la humanidad misma. Por medio de la distribución mundial de recursos, la redistribución de la riqueza y la cooperación internacional en pos del fin indispensable que supone la implementación del Artículo 25, no cabe duda de que las corporaciones multinacionales tendrían que funcionar rápidamente de forma más humana, socialmente benevolente y ambientalmente consciente.
¿Quién puede negar que esto se haga para beneficio de todos nosotros, incluyendo los ejecutivos de las corporaciones que se ven obligados a destruir el medio ambiente involuntariamente de forma directa o indirecta como parte de su responsabilidad fiduciaria para con los accionistas? ¿Es posible que, a menos que gestionemos la implementación del Artículo 25 rápidamente, no haya otra manera de impedir que estas grandes entidades corporativas apresuren sus furiosas actividades destructivas? La única manera de que continúen obteniendo unos márgenes de ganancias excesivos es devastando aún más el mundo natural, incluso en contra de lo que les aconseja su propio sentido común, y es que las propias corporaciones también comenzarán a ser testigos del terrible impacto en la biosfera del planeta. Mientras estas cegatas fuerzas comerciales continúen siendo la influencia reinante en los asuntos mundiales, no cabe duda de que el medio ambiente se deteriorará hasta el punto en que no sea apto para ser habitado por el hombre, al tiempo que incluso las propuestas más modestas para compartir la riqueza de la sociedad (como la asistencia social universal) se volverán cada vez más idealistas, inalcanzables y, en última instancia, utópicas.
No obstante, muchas personas de buena voluntad todavía no se dan cuenta de que no puede haber solución a la emergencia ambiental en el mundo actual sin tratar también la emergencia del hambre y la pobreza endémicas. Por lo tanto, vamos a intentar admitir por qué no tiene ningún sentido luchar por los derechos de la Madre Tierra si entretanto pasamos por alto los derechos básicos de la empobrecida gran mayoría de la humanidad. Podemos deducir un razonamiento simple de lo que hemos razonado anteriormente, ya que existen dos clases de medio ambiente: el natural y el humano, y ambos son interdependientes entre sí. Los bosques, la tierra, los océanos, la atmósfera y todo lo demás son lo que normalmente entendemos como la suma total del medio ambiente natural, pero deberíamos considerar también la salud de la suma total del medio ambiente humano como un factor causal de todo lo que falla en este mundo.
De acuerdo con este razonamiento, los millones de personas que subsisten en pobreza severa son el peor desastre medioambiental humano posible, y ello ha dictaminado el desenlace de nuestros problemas ecológicos más generales luego de haberse tolerado vergonzosamente durante tantos años. Por consiguiente, el defensor del medio ambiente ha cometido un gran error de criterio, ya que si pudiéramos volver atrás en el tiempo al año 1950 y restablecer la salud de nuestro medio ambiente humano implementando en primer lugar el Artículo 25, la salud de nuestro planeta en la actualidad sería mucho menos precaria. La riqueza y los recursos se habrían distribuido de forma más equitativa para satisfacer las necesidades básicas de todos; los intereses puramente lucrativos habrían quedado necesariamente relegados al lugar que les corresponde; los niveles de población de la mayoría de los países del sur se habrían estabilizado con el paso del tiempo y habrían comenzado a disminuir; y una economía internacional reestructurada habría desembocado en un estilo de vida más simple, sustentable e igualitario en las naciones altamente industrializadas.
No estamos culpando a los ambientalistas de los problemas del mundo ni denigrando su trabajo vital, sino que estamos intentando comprender por qué la mayoría de las personas no percibe fácilmente la conexión causal entre la pobreza y los asuntos ambientales. ¿Podría ser que si existe pobreza a gran escala en este planeta los problemas ambientales la sucederán de un modo casi misterioso? ¿Y es verdad que la realidad habitual de las familias pobres se refleja en la realidad de las precarias condiciones climáticas? Porque lo que nos ha conducido a esta pobreza en un mundo de abundancia no ha sido sino el afán de lucro y poder basado en la codicia, indiferencia e ignorancia humanas: los mismos factores que han incitado a las corporaciones multinacionales a saquear la tierra en nombre del crecimiento económico y el consumismo. Si lo analizamos con atención, veremos que existe una conexión inseparable entre la crisis ambiental y la pobreza, que podría ilustrarse con un diagrama en forma de triángulo con las palabras "cambio climático", "hambre/pobreza" y "crecimiento poblacional" en sus ángulos respectivos, y las palabras "lucro/comercialización" en el medio. El proceso de creación de beneficios mediante la comercialización desenfrenada crea más pobreza y causa estragos cada vez mayores en la atmósfera. Y cuanto más se incrementan los niveles de pobreza, más se incrementa la población del mundo, provocando el aumento del poder de las fuerzas de la comercialización y la intensificación de sus tendencias autodestructivas in perpetuum.
De ahí que mientras los pueblos del mundo no exijan la plena implementación del Artículo 25 mediante la distribución de los recursos globales, el afán de lucro comercial continuará destruyendo nuestro medio ambiente natural. Y dado que la producción mundial no se comparte, los excedentes de alimentos se dejan echar a perder al tiempo que millones de personas pasan hambre, y la raza humana continúa ignorando el sufrimiento de sus miembros más pobres, el desequilibrio que sufriremos en los ecosistemas y patrones meteorológicos del planeta será inevitable. Porque no podemos lidiar con los problemas ambientales sin tratar también la injusticia de la pobreza, la injusticia de la explotación humana, la injusticia de acaparar y no compartir el producto de la tierra que nos pertenece a todos. Por lo tanto, ¿es suficiente sensibilizar al público sobre la crisis climática, sin ni siquiera mencionar la palabra "hambre" o la falta de distribución en nuestro mundo? ¿O es esa la interpretación de nuestra ignorancia, considerando que el bienestar del planeta empeora a medida que intentamos afrontar los problemas ambientales y prestamos una atención insuficiente a la miseria humana generalizada?
Basándonos exclusivamente en motivos morales, es lamentable creer que hacemos frente a nuestros problemas ambientales sin afrontar también la pobreza global, puesto que no hay razón por la que no podamos salvar a la vez a los hambrientos y al planeta. En la actualidad vemos muchas movilizaciones populares para detener el cambio climático o la destrucción ambiental, pero ¿con qué frecuencia vemos acciones coordinadas globalmente que exijan un cese inmediato de las mortíferas condiciones de hambre y pobreza? Aunque si podemos organizarnos globalmente para intentar detener una guerra ilegal y conseguirlo (como sucedió especialmente en 2003), o incluso para sensibilizar sobre una catástrofe ecológica inminente que la mayoría de los líderes mundiales parecen ignorar, seguro que podemos organizar protestas internacionales masivas para implementar el Artículo 25 —y motivadas por una actitud de "¿y los demás, qué?"
Quizá deberíamos relajarnos y preguntarnos por qué el asunto del cambio climático ha adquirido tanta importancia en nuestros hogares, al tiempo que la muerte de 17 millones de personas al año por causas relacionadas con la pobreza no es motivo de preocupación real en nuestras vidas diarias. ¿Es más importante para nosotros respirar aire limpio el día de mañana que una persona pobre y desesperada coma un pedazo de pan hoy, a pesar de que el hambre haya sido una realidad cotidiana para millones de personas incluso antes de que naciera Greenpeace? Nos quedan unos 10 o 15 años para prevenir el catastrófico cambio climático, pero ¿cuántos años o incluso días le quedan al niño necesitado que está muriendo lentamente de desnutrición? Estas preguntas se plantean como una protesta personal de quien escribe estas líneas, alguien que nunca ha entendido ni entenderá las respuestas. La vejación de la pobreza ha existido durante mucho más tiempo que nuestro problema actual de contaminación ambiental, pero por alguna extraña razón el clima ha sido el único en tener voz en las manifestaciones públicas mundiales. Como si al medio ambiente se le hubiera concedido un asiento en primera fila en el activismo global, mientras que los pobres ni siquiera tienen un aula donde sentarse. Y los ciudadanos más pobres rara vez hablan de su drama o se rebelan: como siempre, se encuentran condicionados a aceptar su destino o morir silenciosamente en la pobreza más absoluta.
Esto nos preocupa profundamente si suponemos que las naciones ricas podrían lograr restablecer su medio ambiente local a un estado de equilibrio, pese a los continuos y desastrosos patrones climáticos en África, Asia y otras regiones con una elevada incidencia de pobreza. De ocurrir esto, ¿pensaríamos en los demás e instaríamos a nuestros Gobiernos que les ayudasen, o continuaríamos con nuestro actual modo de vida aislado, indiferente y complaciente? El hecho es que los temas ambientales tratan principalmente sobre nosotros mismos, nuestro futuro y la vida de nuestros hijos, pero otorgan mucha menos consideración al futuro de los niños extremadamente pobres en países lejanos. Estamos educando a nuestros hijos a preocuparse por el bien del medio ambiente, a reciclar el plástico y las latas en un contenedor de este u otro color, pero hemos fracasado en enseñarles a cuidar de los millones de otros niños que languidecen en la extrema pobreza en el extranjero sin siquiera el privilegio de tener una comida nutritiva al día. Por cada botella que un niño recicla en los países ricos, al menos dos niños se están muriendo en ese momento por causas relacionadas con la pobreza en otra parte del mundo.
Es obvio que generar conciencia acerca de temas ambientales es indudablemente crucial y loable, ya que el planeta se encuentra degradado y la humanidad apenas ha actuado en consecuencia. Pero tal vez deberíamos hacer una pausa nuevamente y preguntarnos: ¿me preocupo más del cambio climático que de la realidad del hambre global simplemente porque me influencian los seguidores de una causa atractiva? De hecho, la semana pasada ¿cuántas veces reciclé los residuos domésticos y cuántas veces dediqué un momento a pensar en los cientos de miles de personas que murieron innecesariamente a causa de la pobreza? Si hubiera hablado sobre el medio ambiente con algunas de estas personas empobrecidas antes de que fallecieran, pueden estar seguros de que habrían respondido: "No puedo pensar en los bosques ni en las emisiones de CO2, ¡solo quiero algo de comida, agua potable, atención sanitaria, un medio de vida sostenible y una vivienda digna!"
Una vez más, no nos equivoquemos: educar a otros sobre la emergencia ambiental es lo correcto, pero también tenemos que preguntarnos qué clase de educación es esta en un mundo dividido, angustiado y moralmente censurable. ¿Qué tipo de vida mejor podemos esperar cuando la comercialización está asumiendo las agendas de los partidos políticos dominantes, cuando la injusta economía global está causando penurias y desesperación en incontables familias, cuando las tensiones internacionales están generando una epidemia de ansiedad y depresión, y cuando la muerte diaria de miles de personas a causa de la pobreza pasa desapercibida? ¿Por qué queremos que el medio ambiente se recupere si el mundo continúa por el mismo camino injusto? Ni siquiera tenemos estadísticas fiables sobre cuántas personas padecen hambre o sufren silenciosamente en la pobreza absoluta, pese a que tenemos acceso a un torrente interminable de información sobre los aleatorios patrones climáticos y los flujos de gases de efecto invernadero que podrían afectar a las naciones pudientes. Tal vez no resulte sorprendente que cualquier debate público sobre el medio ambiente se considere un debate de principios y civilizado, mientras que apenas se menciona una palabra en una conversación culta sobre la tragedia de los que continúan muriendo de pobreza en los rincones más oscuros del mundo.
Pero incluso ahora, en medio del caos climático y las turbulencias financieras, aún es posible que las naciones aúnen sus esfuerzos para alimentar al hambriento, curar al enfermo, cuidar de los desahuciados y al mismo tiempo prevenir el cambio climático galopante y reparar el medio ambiente. Siempre ha sido posible, en la medida en la que hayan existido estos problemas. Sin embargo, la única forma de lograr hoy este objetivo sin precedentes es eligiendo a políticos que lo apoyen, con la ayuda de los ciudadanos unidos —y ese es el quid de la cuestión: el que nuestra apatía y complacencia estén profundamente arraigadas.
Si observamos los problemas mundiales desde la perspectiva más holística y espiritual, podría decirse que la crisis climática es el resultado de que la inteligencia humana haya tomado el camino equivocado como consecuencia de nuestra adoración colectiva del lucro, la riqueza y el poder, que ha desembocado a su vez en una indiferencia generalizada hacia los bienes comunes ambientales. Pero todos desempeñamos un papel en esta realidad adversa que nos obliga a reconocer que estamos atrapados en la trampa del colapso medioambiental debido a nuestra complicidad con las causas de este asunto actual tan decisivo. La trampa es que creemos que "queda poco tiempo para salvar el planeta", mientras que contribuimos constantemente en los procesos que están empeorando la destrucción del mundo natural. Debido a los sistemas educativos inadecuados y nuestra consecuente falta de autoconocimiento, no nos conocemos a nosotros mismos ni el propósito de nuestras vidas, de ahí que nos dejemos influenciar fácilmente por el deseo miope y egocéntrico de llegar a ser "felices" identificándonos con lo material. Y las fuerzas de la comercialización son admirablemente expertas en explotar nuestra ignorancia y conformidad con el fin de generar dinero a toda costa, como ilustran brutalmente la locura del consumo en exceso en Navidad o la compra irracional en las ventas del Black Friday. Gracias a nuestra necesidad psicológica de seguridad y felicidad somos muy susceptibles al condicionamiento de nuestra sociedad que nos compele a convertirnos en alguien que sea mejor que el resto o, en caso contrario, nos adoctrina para que aspiremos a vivir en el lujo con grandes casas, hábitos de consumo despilfarradores y vacaciones extravagantes.
¿Vemos cómo se traduce esto en un marco global caracterizado por millones de contratos de negocios y actividades con fines lucrativos en todo el mundo, junto con políticas exteriores basadas en una competencia agresiva sobre los escasos recursos globales que, en líneas generales, tiene un impacto devastador y continuado sobre el medio ambiente? Los individuos son educados para aspirar a convertirse en alguien exitoso, lo que conlleva actitudes egoístas y cierta indiferencia para con los demás, que se expresa tanto a nivel nacional como internacional. Y ese egoísmo acumulado es el orgullo de las corporaciones multinacionales, que provocan unas pautas masivas de consumo excesivo y la degradación del medio ambiente natural.
En última instancia, ni los Gobiernos ni las corporaciones son los factores determinantes detrás de la tala de bosques tropicales, la minería a cielo abierto en busca de minerales valiosos, la incesante perforación en busca de combustibles fósiles y demás, sino más bien las personas de cada nación que han sido educadas para desear el estilo de vida de sobreconsumo que hace necesaria esta destrucción, sin importar las repercusiones que provoca sobre las personas de las naciones en donde tiene lugar dicha destrucción. Como hemos señalado anteriormente, la idea materialista y egoísta del Sueño Americano se ha exportado a casi todos los países del mundo, y representa una forma de condicionamiento social que no solo es sinónimo de comercialización sino también de ruina ambiental.[10] Observando este complejo desorden en su totalidad, de cuya perpetuación todos somos responsables en mayor o menor grado, la cuestión de si la culpa de causar el calentamiento global es del ser humano no es sino una distracción a la que bien podríamos responder: ¿en realidad, qué importa?
Reflexionar sobre cómo somos partícipes de la prolongación de la crisis climática actual también puede llevarnos a comprender que la causa mayor del problema se origina en la manera en que vivimos juntos e interactuamos con la sociedad. Porque nacemos en un mundo en el que a las personas les falta alegría, se encuentran profundamente condicionadas, no son creativas y están separadas psicológicamente unas de otras en sus relaciones, todo lo cual causa serios desequilibrios al medio ambiente y la atmósfera. De ahí que la frecuente motivación de volverse rico y tener éxito en medio de la pobreza y la miseria sea también una causa de las perturbaciones que se sienten en los elementos de la naturaleza. Esta es una percepción esotérica pero esencial que debemos tener en cuenta si queremos comprender por qué no podremos curar nunca los ecosistemas del planeta a menos que resolvamos también nuestros problemas sociales en todas sus dimensiones. En otras palabras, lo que el hombre hace no es lo único que afecta al medio ambiente, sino también lo que piensa y siente, porque existe una compleja relación entre el pensamiento humano y el mundo natural.
Si entran a la habitación de un depresivo o un adicto a las drogas y les afecta negativamente de manera sutil o emocional, entonces tiene que ser posible que todos los pensamientos y emociones negativas de los humanos tengan un efecto nocivo sobre la naturaleza y las condiciones climáticas globales. ¿Y cuál es el contenido predominante de los pensamientos que el ser humano produce ahora mismo sino la idolatría del lucro, el poder y la riqueza, mezclados con una indiferencia endémica al bienestar de los demás? La codicia per se representa el desequilibrio y si extrapolamos a nivel global toda la codicia, egoísmo e indiferencia expresada dentro de los individuos, entonces podemos suponer el efecto que tendría sobre la vida a nuestro alrededor, incluyendo los patrones climáticos, los niveles del mar y el comportamiento de las plantas y animales.
Así que no son solo las actividades mundanas de las corporaciones multinacionales las que causan destrucción ecológica, sino también los pensamiento e intenciones de muchos millones de ejecutivos de negocios cuando realizan presión corporativa o firman acuerdos perjudiciales. Similarmente, un Gobierno poderoso que vende armamento a otras naciones no solo es responsable de perpetuar la guerra y la muerte en regiones lejanas, sino también de difundir miedo y depresión en la conciencia de las personas por todo el mundo, algo que queda reflejado en última instancia en las perturbaciones de la atmósfera y ecosistemas del planeta. Incluso los muros de segregación alrededor de Cisjordania y Gaza tienen un efecto tremendamente negativo sobre los elementos de la naturaleza y extienden la depresión psicológica, ansiedad y odio que asolan nuestro dividido mundo. Si existe un plan evolutivo divino para la humanidad, entonces dicho muro representa su polo opuesto y debería considerarse como uno de los monumentos más horrendos construidos a finales del siglo XX. Porque el ser humano es Vida y todos los átomos del universo están inextricablemente conectados, lo cual es un postulado básico con profundas implicaciones para los acuerdos sociales y las relaciones humanas una vez comprendido y aceptada su validez por completo.
Pero hasta que eso ocurra todos somos culpables en cierto modo por la continuidad de nuestras crisis tanto sociales como ambientales, y solo estamos verdaderamente unidos en términos de nuestra ignorancia o indiferencia a las conexiones entre estos problemas interconectados. Así como la entidad corporativa transnacional es indiferente a la destrucción que perpetra en la naturaleza, nosotros también somos indiferentes de manera colectiva a los millones de personas que están en riesgo de muerte como resultado del hambre y otras causas relacionadas con la pobreza. Si en la práctica la gran corporación aborrece la naturaleza por amor al beneficio, nosotros en la práctica aborrecemos a nuestros hermanos y hermanas más pobres por amor a alcanzar nuestra propia felicidad y comodidad. De ahí que todos seamos iguales en cuanto a nuestro egocentrismo, ceguera, arrogancia, ignorancia e indiferencia. No obstante, hemos ignorado tanto tiempo los problemas del hambre y la pobreza creados por nosotros mismos que ahora la pobreza nos está pasando factura con las agitaciones sociales y los desastres medioambientales —porque todo lo que sucede en esta Tierra está interrelacionado espiritualmente.
¿Se han dado cuenta de cómo se ha deteriorado el clima súbitamente a lo largo de las últimas décadas desde que la comercialización corre por nuestras venas y la humanidad ha comenzado a consumir recursos más ferozmente que nunca? ¿Se han dado cuenta de lo rápidamente que las calles se están abarrotando de gente y que la pobreza empeora cada día, de cómo nos estamos volviendo cada vez más confusos y exhaustos por el sufrimiento, dolor y depravación moral de nuestro mundo? ¿Y han observado cómo este sistema disfuncional que sustentamos mutuamente ha desarrollado ahora un inteligente mecanismo que se reproduce a sí mismo, forzándonos a permanecer atrapados en sus procesos divisivos incluso si ya no queremos formar parte de él? Entonces sepan la verdad: el cambio climático es un reflejo del trastorno que se contempla claramente en nuestra sociedad disfuncional de hoy día, y que ha nacido de toda la angustia, injusticia, codicia, desigualdad y, sobre todo, de la indiferencia endémica en este planeta. Reviertan todo eso y tendrán un medioambiente saludable mientras vivan y por mucho más tiempo. Porque ser indiferente al hambre y la pobreza es negarse a sí mismo aquellos momentos de libertad de origen divino en los que elevar la mirada al cielo azul en completo silencio interior, donde el clima todavía goza de la dignidad de sus cuatro estaciones y donde el amor del mar nunca dice no a los ríos del mundo que desean entrar en su vientre.
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Al percibir que las causas principales de la crisis ambiental están enraizadas en nuestra conciencia y en nuestras relaciones con los demás, podríamos simplemente concluir que todos los problemas de la humanidad son el resultado de una falta de visión y amor. No son solo los gobiernos los que están fallando a la hora de escuchar a su propia gente, sino que nosotros también estamos fallando al no escuchar la voz de nuestros propios corazones. Y esta es la contaminación más severa que amenaza el futuro del mundo, más que las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, porque es una contaminación de las cualidades de nuestros corazones que también nos ciega al sentido común y la razón. Sabemos que las élites acaudaladas siempre han visto a los pobres como una especie de polución social que debería abordarse erradicando a los pobres mismos, en lugar de erradicar las condiciones que determinan sus privaciones. Pero ignoramos también las cualidades de nuestro corazón en la medida en que continuemos aceptando una situación en la que millones de personas mueren en la pobreza, algo totalmente innecesario y debido a causas humanas en un mundo de abundancia.
¿Sentimos alguna empatía con la forma de pensar de una persona que vive durante muchos años en la más abyecta pobreza? Ser tan pobre y engendrar hijos y más hijos sin tener los medios para cuidar adecuadamente de ellos, a sabiendas de que probablemente muchos morirán antes de tener la ocasión de vivir, significa que se sienten defraudados por su comunidad, olvidados por su sociedad y, de hecho, abandonados por la propia humanidad. Existe un agudo sentido de pérdida en la mente de dicho hombre o mujer , y un sentimiento terrible de soledad que solo el pobre y desesperado puede experimentar: sentirse totalmente indeseado, interiormente inútil y traicionado por Dios. Ese es el efecto destructor de la indiferencia del ser humano al sufrimiento de los menos afortunados de entre nosotros, porque cuando ustedes se encuentran desesperadamente desfavorecidos, cuando viven en la miseria y la indigencia absoluta, se sienten como si fuesen seres humanos sin alma. No pueden ver ningún propósito en la vida. Ni se gustan ni se odian a ustedes mismos. Y la única emoción que experimentan es la de su corazón pidiendo a gritos una ayuda que nunca llega.
Esta es la realidad psicológica que sufren millones de personas cada día en los pueblos y barrios marginales de muchas regiones subdesarrolladas a lo largo y ancho de este mundo. Nosotros podemos ser amables y caritativos, estar llenos de generosidad y buenas intenciones, pero si nunca hemos experimentado esa clase de pobreza no tenemos ni idea de lo que se siente al no tener comida para las próximas dos semanas, sin esperanza de contar con el apoyo del gobierno o la ayuda pública. La consecuencia de nuestra complacencia e indiferencia colectivas es mucho más grave de lo que podríamos imaginar y, sin embargo, aún tenemos que comprender sus implicaciones verdaderas en nuestras actitudes y costumbres culturales. Dar la espalda a aquellas personas que se mueren de hambre y están desamparados innecesariamente es negar la inviolabilidad del propósito divino de su alma y privarlos del derecho conferido por Dios de evolucionar, lo cual es el mayor crimen ajeno que todos somos culpables de cometer, como este escritor ha afirmado reiteradamente con anterioridad.
Mediten sobre lo que acaba de decirse y luego reflexionen nuevamente sobre el contenido del Artículo 25 con el fin de intuir por ustedes mismos lo que debería hacerse hoy en nuestros debates, protestas, comunicaciones y demás. Todas y cada una de las personas de cualquier origen pueden desempeñar un papel en este gran esfuerzo cívico para enmendar con urgencia el antiguo error del hambre y la pobreza, ya sea a través de medios económicos, políticos, sociales, artísticos o incluso científicos. Lo que debería ser prioritario en nuestros pensamientos y activismo no son solo temas ecológicos porque podrían afectarnos en casa, sino también nuestra conciencia de la interconexión entre las crisis globales medioambientales y las de la pobreza, lo que nos ayudará a comprender que compartir los recursos del mundo es la solución a los problemas de la humanidad a todos los niveles.
Salir a las calles y manifestarse para que los Gobiernos aborden el cambio climático es muy distinto que exigir que los pobres del mundo sean alimentados y protegidos, ya que esto último representa el comienzo de una transformación de nuestra percepción consciente basada en la compasión por los menos afortunados que nosotros. Se trata de pensar "¿y los otros, qué?" con una preocupación sincera y empática y olvidarse temporalmente de la vida y las preocupaciones egoístas de uno mismo. Es sentir la relación holística de todos los problemas del mundo, una comprensión a partir de la cual lo ideal sería participar en todas las manifestaciones por la justicia social o climática que se organicen en cualquier momento. En última instancia, es saber que la humanidad es Única y la justicia per se no puede dividirse, reconociendo así que el hambre es una injusticia en sí misma porque afecta al mundo como un todo, incluso en términos de caos meteorológico y un planeta críticamente enfermo.
Entender la interrelación de los problemas del mundo también significa que reconocemos nuestra responsabilidad de hablar y actuar como embajadores de la humanidad, asumiendo que ya estamos dotados de buena voluntad, sentido común y una creciente conciencia de las correctas relaciones humanas. Solo nuestros corazones pueden explicar verdaderamente la importancia de estos términos, insuficientes porque nuestra inteligencia humana mal aplicada ha ofuscado el simple significado de tales palabras durante milenios. No es suficiente educar a nuestros hijos en la importancia de reciclar los materiales del hogar para proteger el medio ambiente, por ejemplo, si no los educamos también en la importancia de reciclar la vida humana a través de la distribución global económica y la cooperación internacional. De otro modo estaremos limitando su conciencia a ese contenedor de reciclaje, lo cual poco tiene que ver con salvar nuestro planeta, a menos que también les enseñemos cómo se generaron nuestros problemas ambientales en primer lugar, como si ese contenedor fuese una caja de Pandora que conectase el resto de los asuntos globales. Esto también significa que los padres tienen que educarse a sí mismos sobre lo que la economía de mercado está haciendo al medio ambiente y lo que su Gobierno le está haciendo al mundo, de modo que puedan predicar con el ejemplo guiando a sus hijos para que se conviertan en embajadores de la humanidad al igual que ellos mismos.
Por lo tanto, en el centro de nuestros actuales programas educativos escolares debería existir una comprensión de la necesidad de garantizar las necesidades básicas de cada persona en cada país, lo cual no solo hace referencia a los derechos universales a comida, atención médica, refugio y seguridad social. No limitemos nuestro entendimiento a las pocas oraciones que definen el Artículo 25 y utilicemos en su lugar nuestra intuición para leer entre líneas, porque proclamar el Artículo 25 en incesantes protestas también implica una nueva conciencia de nuestra responsabilidad moral y visión para ese Mundo Único. De hecho, lo que está sucediendo con las manifestaciones globales sobre el medio ambiente es un símbolo del reconocimiento emergente de que la humanidad es Única, y representa el comienzo de una conciencia mundial y el rechazo venidero de nuestro largo y dividido pasado. En este sentido, el cambio climático es un gran maestro que está intentando unir a las personas del mundo en una causa planetaria compartida, de modo que podamos finalmente darnos cuenta de la importancia de nuestra unidad e interrelación espiritual. Pero el hecho de que no haya manifestaciones públicas mundiales para acabar con el hambre y la pobreza mortal también significa que todavía seguimos un rumbo equivocado, y aún tenemos que percatarnos en masse de que la distribución de los recursos del mundo es el único camino para revertir la destrucción ambiental, para comenzar un modo de vida más simple, y para establecer una economía sustentable para el bien común de todos y todas.
Parte IV: Involucrar el corazón
Hasta ahora hemos explorado algunas razones clave que hacen que la implementación del Artículo 25 sea de suma importancia para los años cruciales que tenemos por delante, y que la responsabilidad de la transformación mundial recaiga en la voz unida de los ciudadanos comunes involucrados. Considerando la gravedad de la magnitud de las crisis de la desigualdad, medioambiente y seguridad que afrontamos hoy, sería ingenuo o insensato creer que nuestros Gobiernos se despertarán de repente ante la realidad y empezarán a dirigir al mundo hacia una ruta más estable. Siguen destinándose miles de millones de dólares a guerras sin sentido y estratagemas geopolíticas destructivas pese a deudas nacionales impagables y el aumento de las desigualdades en cuanto a riqueza, mientras que las políticas de la mayoría de los Jefes de Estado comercializan aún más todo lo que queda de los activos públicos comunes.
Aun habiendo sufrido una crisis financiera global que requirió rescates públicos para las instituciones bancarias privadas que habían doblegado la economía mundial, todavía no hemos aprendido la lección de solidaridad internacional con el objetivo común de la renovación social y planetaria. De nuevo, todas las naciones le han dado la espalda al resto y han mostrado una verdadera falta de preocupación por el sufrimiento de la Tierra, en lugar de ayudarse finalmente unas a otras y aunarse con un espíritu de auténtica cooperación y distribución económica. Podríamos trazar una analogía con lo que el Gobierno israelí le está haciendo al pueblo Palestino, y comparar la opresión de sus vecinos con la opresión infligida al mundo en conjunto por parte de los países poderosos mediante políticas exteriores brutales, mano a mano con las corporaciones multinacionales y su tiranía motivada por el lucro. ¿Qué los despertará ante el sufrimiento que están imponiendo a poblaciones vulnerables y naciones menos desarrolladas, y cuándo aprenderán la simple lección de tratar a sus hermanos más pobres con decencia, bondad y afecto?
Lamentablemente, nos engañamos si creemos que los intereses particulares dejarán de ejercer presión y de apropiarse de los recursos del mundo para su propio beneficio, así como somos crédulos si creemos que el Gobierno israelí pondrá fin a la agresión que continúa bajo el manto de su hipócrita frase: "el proceso de paz". Existen únicamente dos esperanzas de acabar con este punto muerto permanente y en proceso de deterioro de los asuntos mundiales: o bien un llamado emocional y pasivo a la intervención divina o bien un despertar coordinado de millones y millones de personas comunes que se alcen juntas para decir: ¡YA NO MÁS Y NUNCA MÁS!
A pesar de la posibilidad anterior, existen ciertas condiciones previas que deben cumplirse para que la voz del pueblo unido llegue alguna vez a acumular la suficiente fuerza e importancia como para influenciar las decisiones de los gobiernos y reorientar el actual y desastroso rumbo del planeta. En primer lugar, es necesario repetir que debe haber una presencia constante de millones de personas en las calles de todo el mundo que abracen rotundamente los derechos humanos del Artículo 25, y que debe continuar incesantemente día y noche ad infinitum. De hecho, si se encuentran mal físicamente, no acuden al hospital solo un día, sino durante un largo período de tiempo hasta que el proceso de curación haya completado su curso natural. Del mismo modo, el cuerpo de la humanidad se encuentra en una condición tan crítica que la única cura es que un sinnúmero de personas de buena voluntad se reúnan en las calles y protesten pacíficamente por un vuelco en las prioridades gubernamentales como si el futuro del mundo dependiese de ello —y así es literalmente. Cuando haya llegado el momento y los ciudadanos comunes abracen la misma causa en todos los países y continentes, entonces tal vez podamos concebir millones de personas en todas las capitales congregadas al unísono, día tras día y semana tras semana en números cada vez mayores.
Debemos admirar en este sentido los muchos manifestantes del movimiento Occupy que quizás aún estarían acampando en las plazas principales si la policía no los hubiera desalojado por la fuerza, algo que solo fue posible porque esos activistas incondicionales suponían un porcentaje pequeño de la población nacional. Así, fue relativamente fácil que las autoridades erradicaran sus esperanzas y aspiraciones, convirtiéndoles en un grupo solitario de personas frustradas que intentaron con valentía hacer el trabajo de todos sus conciudadanos. Pero ¿qué haría el Gobierno si una mayoría significativa de la nación se uniese a estas incansables protestas que en lo sucesivo se dedicarán a predicar la implementación del Artículo 25, reuniendo y reanimando cada vez más multitudes de manera que la policía sea incapaz de reprimir o contenerla?
No hay duda de que los políticos del “Sistema”, los departamentos de policía y las élites acaudaladas están observando cuidadosamente los nuevos movimientos de protesta y se tranquilizan al pensar: "Seguramente se calmarán y se irán a casa como hicieron al final la última vez, y entonces recuperaremos la normalidad". Por ello tenemos que llegar a una etapa en la que todo tipo de personas comunes se unan en este resurgimiento de protesta no violenta, incluyendo familias que nunca se han manifestado anteriormente así como alumnos y funcionarios, hasta el punto en que la policía se dirija al Gobierno y diga: "No estoy con ustedes, ¡estoy con el pueblo!".
Deberíamos ser claros a estas alturas sobre lo que necesitamos exigir a nuestros respectivos gobiernos, lo cual es mucho más que aumentar el salario mínimo de los hogares u ofrecer una mayor ayuda a los países en desarrollo. La lucha continuada por un mísero salario "mínimo" refleja la oscura y larga historia de la explotación humana, el robo corporativo y la indiferencia pública, y no guarda una relación verdadera con el Artículo 25, el cual debe en última instancia traducirse en un conjunto de leyes mucho más extenso que garantice el derecho universal a un nivel de vida justo y decente. ¿Cómo podemos en nuestras sociedades de hoy en día movernos entre toda su riqueza distribuida de manera tan desigual y, sin embargo, exigir únicamente el estándar de vida mínimo indispensable para la mayoría de la población pobre en apuros?
Si somos capaces de leer entre líneas, como se recomienda, el Artículo 25 significa en realidad el fin de las antiguas tradiciones basadas en el egoísmo, la codicia y el robo, y el comienzo del sentido común y de un nuevo modo de vida fundamentado en la buena voluntad, el compartir, la justicia y, de ahí, unas relaciones humanas correctas. Significa que ningún líder electo puede permanecer en el cargo sin llevar a cabo la voluntad del público de acabar con todas las formas de pobreza nacional y globalmente, no en términos de ideología sino de una moralidad y dignidad básicas. Como hemos expuesto brevemente, el que los derechos humanos del Artículo 25 estén firmemente garantizados por todos los gobiernos representará un alivio al creciente dominio de la comercialización, el expolio deliberado, la destrucción a manos de las corporaciones multinacionales y a la demencia de las políticas exteriores asentadas en la agresión y la política de poder. Si tan solo pudiésemos personificar esas fuerzas materialistas de la comercialización, las representaríamos rascándose la cabeza en medio de millones de personas clamando por el Artículo 25 en todo el mundo, antes de susurrar silenciosamente la una a la otra: "Esta vez tenemos problemas serios".
Por consiguiente, proclamar el Artículo 25 como la causa principal del pueblo es la vía de menos resistencia, y puede aportar rápidamente muchos resultados positivos y un nuevo contrato social que no podemos anticipar en la actualidad. Dentro de sus simples condiciones básicas para cada ser humano se encuentran integradas todas las exigencias de los activistas progresistas a lo largo de los siglos, incluso en términos de justicia medioambiental, como hemos tratado en el capítulo anterior. Ya no hay tiempo para recopilar una larga lista de reivindicaciones radicales a la que los gobiernos deberían adherirse, ya que no supone una manera inclusiva de transformar el mundo cuando tales reivindicaciones nos llevarán a revolución tras revolución si se consiguen a la fuerza en el volátil contexto de nuestras sociedades polarizadas. En la actualidad, muchos activistas jóvenes están complicando la situación con sus manifiestos de transformación política y económica, casi como si estuviesen imitando lo que llamamos "el Sistema" e intentasen implicarse en sus procesos laberínticos, en lugar de disminuir su poder reuniendo a millones de personas en todo el mundo manifestándose por una causa común. No olvidemos que el sistema es extremadamente antiguo y maléfico en su complejidad divisoria, tal y como siempre ha sido desde antes de que naciéramos, de ahí que intentar negociar con los representantes del Sistema en sus propios términos es una tarea fútil e interminable. Así como el político bienintencionado que intenta reformar el Gobierno desde dentro es susceptible de ser reformado desde dentro de sí mismo, el activista solitario que intenta cambiar el Sistema descubrirá con el paso del tiempo que el Sistema lo ha cambiado a él.
Así es que tomemos la vía de menor resistencia y proclamemos el Artículo 25 de manera conjunta, sabiendo que es la ruta más segura para instigar a nuestros Gobiernos a redistribuir recursos y reestructurar la economía global. Una demanda así puede expresarse creativamente a nuestra manera, con la confianza de saber que contiene todas las respuestas que estamos intentando encontrar. Entonces puede que nos demos cuenta de que muchas de las peticiones actuales de los activistas a nivel global ya están recogidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, incluso en los países ricos donde el llamamiento a compartir se manifiesta ahora de forma incipiente. Observemos en este sentido los diversos movimientos por una vivienda social accesible, por el control público de los servicios y el transporte, por el acceso libre a la sanidad y educación superior, o por una sociedad más igualitaria y redistributiva a través de un régimen impositivo justo. No hay duda de que el principio de distribución debe institucionalizarse en todas las naciones en el sentido de estos preceptos básicos, y es natural que los ciudadanos comprometidos se concentren en promover estos temas en sus propias sociedades. Pero también tenemos que ser conscientes de que nuestros problemas son esencialmente los mismos que los de otras naciones, porque es esa toma de conciencia lo que nos reunirá y nos convertirá en una fuerza internacional implacable aunque pacífica.
Esta es la esencia de la estrategia popular que conlleva proclamar el Artículo 25, porque no debería manifestarse dicha toma de conciencia solo en un país sino en muchos distintos al mismo tiempo. Como se ha señalado anteriormente con relación a temas de crecimiento económico y prosperidad social, hemos finalmente alcanzado un punto en que es necesario el trabajo grupal planetario para resolver los problemas de la humanidad, de alcance manifiestamente global y que no pueden abordarse a nivel estrictamente nacional o unilateral. Es por eso que la responsabilidad que recae en los ciudadanos comprometidos es primeramente leer entre líneas el significado del Artículo 25 y, a partir de ahí, movilizarse a lo largo y ancho del propio país con la intención expresa de hacer un llamamiento a otras naciones a seguir su ejemplo.
Ser plenamente consciente de que nuestro objetivo final es que el Artículo 25 sea instituido como una ley dominante dentro de cada país significa que queremos empoderar a las Naciones Unidas para asegurarnos de que todos los Gobiernos del mundo defiendan estas leyes, cualquiera que sea el modo en que tales estatutos hayan sido recogidos. Hemos observado cómo la actual situación en muchos países es claramente la contraria, donde los Gobiernos continúan persiguiendo esas políticas nocivas que revierten las garantías de protección social y comprometen la satisfacción de muchas de las necesidades esenciales de la población. Pero si el Artículo 25 fuese establecido en cada país como una ley orgánica o fundacional e inviolable, tal vez la policía debería arrestar a los políticos en lugar de restringir las protestas pacíficas de las personas comunes, la mayoría de las cuales luchan para defender sus derechos humanos básicos, que ya deberían haber sido protegidos por las Naciones Unidas.
Desde este entendimiento deberíamos percibir que la estrategia correcta para la transformación mundial no es instar solo a nuestros gobiernos nacionales que, como sabemos, a menudo incumplen su deber de salvaguardar el bienestar común de todos sus ciudadanos. Asimismo y simultáneamente debemos instar a las Naciones Unidas que representen verdaderamente a los pueblos del mundo, un llamado que debe manifestarse a escala intercontinental para que sea efectivo permanentemente. Después de todo, cuando un Gobierno es oprimido por otro país tiene la oportunidad de llevar su caso ante la Corte Internacional de Justicia pero… ¿dónde existe tal representación para las familias e individuos más pobres del mundo? No es sorprendente que no exista ningún lugar al que acudir en busca de un recurso ante la injusticia de su pobreza, incluso cuando los gobiernos están rescatando instituciones bancarias ricas tras el colapso internacional de la economía global.
Por consiguiente, necesitamos unas Naciones Unidas que representen los corazones y mentes de las personas del mundo, y que otorguen la máxima prioridad a las necesidades de los pobres desatendidos y moribundos. Aunque nosotros mismos tenemos garantizado el acceso a nuestras necesidades esenciales, ¿a quién nos vamos a quejar cuando nuestros gobiernos ataquen las instituciones públicas y los servicios sociales a las que tenemos tanto aprecio y demuestren un total desprecio por nuestros derechos humanos básicos para la vida y la libertad ya arraigados? Por ejemplo, podemos discrepar totalmente con los acuerdos de libre comercio y las privatizaciones que están comercializando todavía más cada aspecto de nuestras vidas pero… ¿cómo vamos a crear un mundo mejor cuando nuestros gobiernos trabajan en nombre de las corporaciones en lugar de priorizar nuestras preocupaciones sociales más fundamentales?
Esta es otra razón por la cual necesitamos trabajar con un artículo que pertenezca a la Declaración Universal de Derechos Humanos, porque estas normas de rendimiento comúnmente aceptadas para todas las naciones nunca llegarán a materializarse a menos que las personas del mundo aboguen por ellas continuamente mediante enormes movilizaciones populares, proceso a partir del cual el líder de un país puede finalmente comenzar a escuchar a sus electores y actuar fielmente acorde a ellos. Dado que es improbable que si esto ocurriera se tratara de uno de los líderes de las actuales administraciones de Gobierno, deberíamos considerar las Naciones Unidas como la verdadera presidencia de toda la humanidad, y nuestra mayor esperanza para rescatar a los pobres del mundo. Cuando existe un conflicto en una región del mundo en particular y no se encuentran soluciones inmediatas, entonces los cascos azules de la ONU acuden como fuerza pacificadora para monitorear los eventos y buscar una solución, sin importar cuán impotente pueda ser su presencia como supuesta representación de la voluntad manifiesta de la comunidad de naciones. Ahora imaginen que las Naciones Unidas comienzan a representar la voluntad manifiesta de todos los ciudadanos del mundo y, de ese modo y gracias a dicha efusión global de apoyo, dicha organización se ve facultada a actuar en nombre de las personas mediante el Artículo 25. Seguro que no pasará mucho tiempo antes de que las Naciones Unidas envíen sus emisarios a Washington, Bruselas, Moscú y el resto de sedes de gobierno para decir: "Ya hemos esperado suficiente, ¡es hora de alimentar y proteger a las personas hambrientas y empobrecidas del mundo!"
La juventud pronto se dará cuenta de que atender a este curso de acción tendrá gran repercusión alrededor del mundo y conseguirá resultados extraordinarios que tendrán lugar en una atmósfera social que nunca hemos visto o experimentado antes. Nuestro mayor deseo es dar un nuevo aliento a las Naciones Unidas, y si millones de personas están protestando sin pausa día y noche, mes tras mes y año tras año por la formidable causa de implementar el Artículo 25, es muy posible que con el paso del tiempo seamos testigos de un considerable empoderamiento de la Asamblea General de la ONU y un debilitamiento gradual del Consejo de Seguridad. Como hemos señalado previamente, un sistema de Naciones Unidas reformado y plenamente democrático desempeña un gran papel en la tarea de supervisar la administración de una economía global reestructurada. Sin embargo, su función prevista a estos efectos —como se estipula en el Artículo 55 de su Carta— no puede llevarse a cabo hasta que sean liberadas de las restricciones del veto del Consejo de Seguridad, liberadas de la influencia de las instituciones dominadas por las corporaciones de Bretton Woods, y liberadas de sus restricciones financieras por medio de fuentes de ingreso mucho mayores y fiables. Las Naciones Unidas no pertenecen ni a intereses políticos ni corporativos en los Estados Unidos, China, Francia o el Reino Unido: nos pertenecen a todos, dada la razón de ser de su existencia en promover "el avance económico y social de todos los pueblos".
Con esto en mente, los jóvenes de los Estados Unidos deberían preguntarse a sí mismos por qué protestaron fuera de Wall Street y proclamaron los derechos del "99%" en vez de reunirse alrededor de la sede de la ONU y proclamar el Artículo 25. En realidad, declarar "somos el 99%" no lleva a ningún lado, pero si reclamamos el Artículo 25, a la larga los pobres nos oirán y se nos unirán. ¡Y es ahí donde yace la solución! Imaginen que les hablan de Occupy Wall Street a las personas más pobres de regiones como el África subsahariana o la China o India rurales: ¿Cómo piensan que responderán a sus preocupaciones globales? Explíquenles cómo funciona la economía mundial, y probablemente no sabrán qué quieren decir. Explíquenles el significado de los seguros por impago de la deuda o la expansión cuantitativa, y probablemente no entenderán una sola palabra. Existen muchas personas en los barrios marginales y pueblos más pobres que nunca han oído la palabra "capitalismo". Pero si les leen el contenido del Artículo 25 pueden estar seguros de que sus ojos se iluminarán y lo entenderán inmediatamente, porque les están hablando de sus vidas tanto como de las de ustedes.
Estas cuestiones de desigualdad e injusticia siempre han pertenecido a los pobres, antes de que los intelectuales se las apropiaran y las complicaran en exceso. Los complejos problemas del mundo también son los problemas de los pobres, así que… ¿vamos a hablar en su nombre o vamos a invitarlos a hablar por sí mismos? Porque los ciudadanos más desfavorecidos están acostumbrados a vivir con la boca cerrada sin importar cuán difíciles e inmerecidas sean sus circunstancias, incluso hasta el punto en que mueren calladamente en la mugre y la miseria como hemos observado antes. Pero en cuanto oigan el llamado al cambio expresado a través de millones de personas denunciando el sinsentido de su pobreza, entonces verán la alternativa en sus mentes como si ya la conocieran, y es que el Artículo 25 debería haberse implementado hace mucho tiempo en lo que a ellos respecta.
Para comprender esto por nosotros mismos tenemos que examinar la realidad de la pobreza interna y hacerlo psicológicamente, no intelectualmente o a través de los ojos de la complacencia, lo que significa que debemos "estar con" los pobres tanto espiritual como emocionalmente a fin de ver cómo el Artículo 25 es una alternativa en sí misma. Cuando millones de personas comunes y de buena voluntad reclamen el fin de la pobreza en manifestaciones continuas y globales, esa alternativa cobrará vida y hablará por primera vez. A esto le seguirán unas reformas políticas y económicas a tal velocidad que muchas de las tendencias globales negativas comenzarán a revertirse, incluyendo la de los ricos haciéndose aún más ricos debido a la creciente concentración de riqueza y poder, lo que al menos concederá a la humanidad algo de tiempo para respirar, por así decirlo, cuando las naciones comiencen a cooperar en redistribuir los recursos esenciales con las regiones más pobres del mundo.
La humanidad lleva mucho tiempo reclamando que el Artículo 25 se implemente mundialmente de distintos modos, por parte de organizaciones no gubernamentales como la Cruz Roja u Oxfam. Pero estos esfuerzos fragmentados y caritativos nunca serán suficiente a menos que se vean respaldados firmemente por las masas populares del mundo, obligando así a los Gobiernos a utilizar sus amplios recursos y desempeñar su papel de manera decisiva. Así es que: ¡Que se unan los pobres! ¡Que se unan otras naciones! ¡Dejen que se una el sentido común! ¿No estamos cansados de protestar en vano y participar de manifestaciones donde solo unos pocos miles de personas están comprometidas con una causa justa? Entonces proclamemos juntos el Artículo 25 y veamos lo que sucede, porque si tomamos las calles continuamente por el cese del hambre y la pobreza pronto se les unirán millones de personas independientemente de su nacionalidad o domicilio. Tal vez incluso los turistas en las capitales arrojen sus guías y se pongan de pie a su lado, en especial si al fin ha llegado la hora. La pobreza es pobreza donde sea que exista en el mundo, y la injusticia es injusticia cualquiera que sea el estatus social o el país de nacimiento.
Clamar por el 99% solo en las naciones ricas es por lo tanto el idioma y la estrategia equivocada, porque implica que la injusticia se ha occidentalizado y no pertenece al resto de la humanidad. La mayoría de las personas más necesitadas ignora aquellas protestas del movimiento Occupy en muchos países en 2011 y 2012, e incluso si simpatizaron con varias de aquellas causas nacionales no tenían por qué involucrarse. Pero protestar por poner fin a la pobreza per se es una convocatoria mundial en la cual todos y cada uno tenemos un papel que desempeñar, así es que vamos a apelar a los pobres proclamando el Artículo 25 y formemos un colosal ejército. No hablemos únicamente de la necesidad de justicia social en nuestro propio país, compartamos también de manera internacional la urgencia de asegurar que se satisfagan inmediatamente las necesidades básicas de todos los seres humanos —algo que, como sabemos, puede lograrse definitivamente ya que hay recursos más que suficientes para todos.
Podemos demostrar este simple hecho creativamente a través de nuestras numerosas iniciativas de campaña, tales como investigar estadísticas de sentido común que revelan cuánto alimento sobra o se desperdicia en cada país. Otra posibilidad es demostrar lo fácilmente que los Gobiernos y la sociedad civil pueden proporcionar lo esencial para la vida de cada persona incondicionalmente con la ayuda de nuevos acuerdos económicos globales que reúnan y redistribuyan los recursos excedentes sin verse obstaculizados por el imperativo del lucro. Demandemos a nuestros Gobiernos nos respeten y nos escuchen a "nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas" con una visión innovadora y multitud de acciones directas, hasta que una propuesta central contenida en el Informe Brandt regrese a la mesa de negociaciones: un programa de emergencia para abolir el hambre y la desnutrición a través de la erradicación de la pobreza absoluta como prioridad global por encima de cualquier otra.
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Seamos también conscientes de que es imposible transformar el mundo luchando continuamente contra el "capitalismo" o "el Sistema", no solo porque es improbable que muchas personas pobres sin estudios entiendan una causa tan compleja y beligerante. El término "capitalismo" es equívoco y divisivo en sí mismo y, de hecho, no existe una entidad llamada "el Sistema" a la que podamos oponernos activamente, únicamente existen personas en el mundo que se ocultan detrás de ideas o abusan de principios para sus propias y retorcidas intenciones. El capitalismo es solo una idea, un principio, que ha sido secuestrado a lo largo de varios siglos por las élites acaudaladas y políticas que manipulan las leyes y normas para servir su propio interés, habitualmente en nombre de una "democracia" o "libertad" que no comprenden y que no tiene nada que ver con ellos.
Así es que no nos engañemos cuando otros apunten al capitalismo y culpen al Sistema por los problemas del mundo, porque el principio del capitalismo en sí mismo no es en absoluto sinónimo de injusticia, desigualdad o riqueza extrema. Lo que llamamos el Sistema no existe más allá de las intenciones humanas que lo han creado y sostenido, cuyo pilar está caracterizado por la ambición, la codicia, el egoísmo e incluso la crueldad. De ahí que el Sistema en su totalidad sea en gran medida injusto, egoísta, indiferente y frecuentemente cruel. Cuando contemplamos la inestabilidad financiera y la injusticia en el mundo, no es el capitalismo lo que vemos sino las consecuencias de las motivaciones de ciertos individuos que ignoran el propósito espiritual de la vida y que carecen de sentido común e incluso de amor propio. Vemos a demasiadas personas tras el dinero, el poder y el prestigio, y demasiado pocas verdaderamente interesadas en servir a la humanidad y salvaguardar el bienestar de los demás.
Con esto no se pretende insinuar que este escritor defienda el capitalismo; todo lo contrario, ya que podemos decir lo mismo acerca de los principios del socialismo y el comunismo. ¿Qué hay de intrínsecamente erróneo en el capitalismo como principio? Nada. ¿Qué hay de intrínsecamente erróneo en el comunismo como principio? Nada, independientemente de lo que regímenes autoritarios o líderes hambrientos de poder hayan corrompido y distorsionado esta idea esencialmente espiritual. Ni los principios del capitalismo ni los del socialismo se han manifestado aún de manera similar a su verdadera forma de organización social, y nunca podrán hacerlo hasta que el principio de distribución sea implementado en los asuntos mundiales sobre la base de correctas relaciones humanas. De este modo, es inútil que la persona común se identifique con estos términos y títulos malinterpretados, porque los principios no son los culpables de los problemas mundiales sino el ser humano mismo. Así solo los humanos pueden cambiar, y no el capitalismo ni el Sistema, porque este es meramente un producto de los pensamientos y las acciones humanas. El Sistema en sí no existe: solo las personas existen, y sin embargo la sociedad que hemos creado está tan dividida y es tan injusta que, por extraño que parezca, culpamos "al Sistema" por nuestro descontento e infelicidad, una conclusión errónea y potencialmente peligrosa.
Necesitamos examinar los principios que subyacen al socialismo y el capitalismo bajo una luz diferente y con una mayor comprensión espiritual, no a la antigua usanza basada en políticas partidistas y discordias perpetuas. Un movimiento político que está "en contra" del Sistema y quiere reemplazarlo con otro -ismo nunca tendrá éxito en llevar adelante el bien común para todos y nunca incluirá a las personas más necesitadas que no les interesa ser socialistas, comunistas, liberales ni cualquier otra cosa y que solo quieren alimentar a su familia y disfrutar de una vida pacífica y segura. Al oponernos al capitalismo o al corrupto Sistema, nos embarcamos en esos viejos procesos divisorios que han llevado al conflicto de clases y a la marginación social una y otra vez a lo largo de cientos de años.
Es casi como si los activistas estuviesen intentando personificar el capitalismo en sus mentes y matarlo con un cuchillo, cuando en realidad no se puede matar una teoría ni un principio. Tan solo podemos comprender la verdad de lo que está sucediendo, que en realidad es una guerra ocasionada por las fuerzas de la comercialización y que no tiene absolutamente nada que ver con el "capitalismo" en sí. Por lo que cuando se intenta luchar contra este, se lucha contra una idea en lugar de desafiar o abordar efectivamente a las élites que perpetúan el statu quo y con ello corremos el riesgo de volvernos tan divisivos como ellos. En el mejor de los casos, las autoridades echarán un vistazo a esos manifestantes que se llaman a sí mismos "anticapitalistas" y los reducirán sin pensárselo dos veces, porque un activismo tal siempre ha estado integrado solamente por una facción pequeña y a menudo combatiente de la población. No obstante, en el peor de los casos cualquier movimiento popular que esté en "contra" del orden social existente podría a la larga provocar disturbios, caos y un violento levantamiento con resultados sociales y políticos aún más terribles.
Por todo ello, afirmar que "necesitamos una revolución" en nuestras sociedades modernas polarizadas es una sugerencia loca y temeraria, porque la palabra “Revolución” alimenta las nociones de “contra” y “enemigo”; y la actitud interna de estar "en contra" alimenta a su vez la ceguera mental y el egoísmo. La contrapartida psicológica de pensar "estoy contra ti" es la tozudez, la arrogancia y la violencia (ya sea expresada interna o externamente), e invariablemente endurece los corazones de las personas y conduce a la fragmentación y el conflicto, tanto a nivel individual como social. La palabra “Revolución” está pasada de moda para la era venidera en todos los aspectos, y ahora es el momento de una nueva iniciativa basada en la cooperación, la buena voluntad, la distribución y la unidad global, ¡así como cantidades copiosas de sentido común!
Al considerar esto esperamos percibir la futilidad de demandar una alternativa al capitalismo como principio en nuestras sociedades y abogar en su lugar por una alternativa a nuestros modelos actuales de educación, que son la causa original de los problemas mundiales. Desde el comienzo de la vida, todo niño necesita ser educado en base a relaciones humanas correctas, y concienciado de que la humanidad es una familia cuyos miembros dependen unos de otros y que las necesidades de cada uno son básicamente las mismas, independientemente del lugar en que vivamos o del idioma en que hablemos y sin importar lo aparentemente distintas que sean nuestras formas externas de organización social. Una educación apropiada también requiere comprender que el principio de compartir y de cooperación debe subyacer a nuestras estructuras económicas y prácticas sociales, puesto que este conocimiento básico representa el primer paso hacia la resolución de las arraigadas divisiones sociales y la disolución de los modelos opuestos de pensamiento.
Esto podría conllevar el inicio inmediato de una nueva era si el número suficiente de personas se reeducaran a sí mismas y eliminaran de sus conciencias los -ismos políticos condicionantes y nocivos que las impregnan, definidos frecuentemente por los desacertados términos "izquierda" y "derecha". La necesidad de una nueva educación es un asunto complejo que requiere mucha reflexión y una mayor consideración, ya que hemos aprisionado nuestras mentes durante incalculables mediante un erróneo condicionamiento e identificación con los -ismos en todas sus variantes, con repercusiones inmensamente dañinas para la creatividad y libertad humanas. El hombre y mujer comunes son los que siempre han sufrido las consecuencias más perjudiciales de esta vulneración crasa del libre albedrío humano a lo largo de los siglos, impuesta principalmente por las ideologías religiosas y políticas mayoritarias que siguen compitiendo por la supremacía en los asuntos mundiales.
La única forma de comenzar a comprender la enormidad del problema es contemplando nuestra extendida actitud psicológica de estar "contra" el capitalismo, el socialismo o cualquier otra ideología percibida como enemiga. No obstante, este es un buen punto de partida para comenzar a entender la nueva conciencia que debe facilitar las relaciones humanas en los años venideros. En primer lugar, deberíamos abandonar toda identificación mental con los términos "izquierda", "derecha", "capitalismo", "socialismo", "anarquismo", "liberalismo", etc., al tiempo que la palabra "contra" sea reemplazada irrevocablemente en nuestro vocabulario y pensamiento por otras como "no con". Pensar "estoy contra ti" conduce invariablemente a la hostilidad y la violencia, pero pensar "no estoy contigo" infiere la posibilidad de diálogo y resolución sin conflictos injustificados. Y lo que es más importante, una mentalidad de inclusión y unidad comprende que no existe división psicológica real entre tú o yo, lo cual puede ayudarnos a reconocer qué nos une espiritualmente como seres humanos incluso si diferimos en nuestras actitudes sociales y conceptos mentales. La humanidad es siempre única en esencia y no puede haber separación entre nosotros en el sentido espiritual más elevado, sin importar cuán divididos podamos parecer en el plano físico. De este modo, si parece haber un conflicto irreconciliable entre ideologías políticas opuestas, la solución duradera yace no en la victoria de un -ismo sobre otro, sino que debe hallarse en lo que nos una al aceptar universalmente nuestra humanidad común, lo que, en última instancia, requiere una reeducación en la verdadera naturaleza del Yo interior.
No hay nada sentimental ni inocente en estas sugerencias, en tanto que dicha actitud para con las relaciones humanas tiene el potencial de transformar la sociedad una vez que el grueso de la población sea educada para pensar y tome conciencia de sí misma de un modo más espiritual, inclusivo y desde el corazón. En cuyo caso se revelaría que el capitalismo de hoy está sostenido predominantemente por las élites acaudaladas con la actitud de "solo existe un yo único", en lugar de "solo existe una Humanidad Única". El acercamiento psicológico a nuestra comprensión actual del capitalismo solo implica observar realmente cómo sus varias formas de organización social se caracterizan por la codicia y la falta de amor. Cuando el ser humano llegue a ser consciente de esto y consecuentemente modifique sus intenciones, el capitalismo cambiará su expresión externa exactamente en la misma medida. Es inevitable que el capitalismo asuma gradualmente una forma de expresión menos dominante y pura mediante el proceso institucionalizado de redistribución de recursos tanto nacional como internacionalmente, hasta que, en definitiva, lo que llamamos capitalismo esté basado en el intercambio de innovación en lugar del gobierno descontrolado de las fuerzas del Mercado, todo ello en el marco de una economía administrada socialmente que priorice la provisión universal de bienes y servicios esenciales.
Posiblemente el único modo de iniciar estos cambios en nuestra conciencia y en nuestras sociedades sea proclamar el Artículo 25 en manifestaciones masivas y encuentros pacíficos, lo cual podría eventualmente dar paso a la transformación tanto del capitalismo como del socialismo en sus respectivas formas apropiadas y así dar comienzo a una era de distribución, justicia y cooperación global. Sin embargo, es valioso que reflexionemos aún más por nosotros mismos sobre el hecho de que el Artículo 25 no tiene nada que ver con los principios del socialismo ni el capitalismo per se, ya que está asociado únicamente al principio de la relación humana correcta en el sentido de que permite a todos los habitantes de este planeta evolucionar espiritualmente con dignidad y en libertad.
Cualesquiera que sean nuestras inclinaciones o predilecciones ideológicas, seamos conscientes al menos de que levantarse contra el capitalismo es un absurdo que equivale a dos ideas luchando una contra otra. Seamos pragmáticos en cambio y proclamemos una petición que trascienda nuestras diferencias políticas del modo más inclusivo. Necesitamos una demanda integradora, no miles de causas dispares y aisladas. Asimismo, luchar contra el capitalismo aliena al público no politizado e inhibe la amplia participación popular, mientras que proclamar el Artículo 25 puede unir a la humanidad como un todo e invitar a cada uno a darse cuenta de su potencial desaprovechado de liderazgo. Podríamos sorprendernos al descubrir lo que sucede cuando millones de personas se unen sin la energía de estar "en contra", porque esto traerá tal inspiración y alegría a los espectadores que se les unirán millones de personas más. Cuán simple podríamos encontrar la solución a los problemas del mundo, pese a la complejidad en que se manifiestan y las innumerables bibliotecas que continúan escribiéndose sobre ellos.
La solución no requiere gran trabajo intelectual ni complicadas teorías académicas, sino simplemente que los corazones de las personas comunes se involucren en manifestaciones espontáneas, incesantes, pacíficas e increíblemente grandes que giren en torno a los derechos humanos del Artículo 25. Los activistas comprometidos deberían evitar por completo la amenazadora palabra "Revolución" y pensar en su lugar en términos de crear un ejército del corazón, que es la ruta segura para unir a la gente mundialmente como nunca antes ha ocurrido. Es hora de hablar con el corazón, no a través de viejas ideologías e -ismos. No podemos transformar el mundo con palabras como "desobediencia", "contra" o "anti", pero sí podemos hacerlo más allá de nuestra imaginación comunicándonos de corazón a corazón por una nueva administración. Cuando un segmento sustancial de cada sociedad se una en esta empresa colectiva e invoque persistentemente el Artículo 25, la energía de esas manifestaciones pacíficas provocarán la revelación de una nueva Tierra para la cual la humanidad se está preparando, si bien inconscientemente en su mayoría. Con el sonido de esos mundiales encuentros de protesta involucrados de corazón y con el compromiso de millones de personas que se manifiesten continuamente día tras día, la pregunta de "cómo" renovar el mundo se revelará de forma natural y nada impedirá que estas transformaciones tengan lugar.
Podríamos decir con exactitud que el mayor adversario de nuestro podrido y corrupto Sistema es el corazón humano, ya que el corazón es muy simple en sus atributos y sin embargo se vuelve asombrosamente poderoso cuando se une a otros corazones en una causa común. Del mismo modo en que nuestro corazón está abocado a cuidar a nuestros niños o proteger a nuestra familia, necesitamos infundir en las manifestaciones populares la misma conciencia y decidida preocupación por la terrible pobreza que experimentan millones de familias e individuos desamparados, muchos de los cuales corren peligro de morir de hambre o enfermedades prevenibles en este mismo momento. La mayoría de los activistas y pensadores progresistas han fracasado en reconocer el poder de la buena voluntad masiva como condición previa para la transformación global. Y es que sin un despertar de los corazones de las personas comunes no hay esperanza de involucrar a la población general en ninguna empresa para hacer del mundo un lugar mejor, particularmente en esta etapa decisiva de la evolución de la humanidad que se ve afectada por todos los frentes de esta guerra de los -ismos y la comercialización.
Si debemos hablar de revolución, que sea una revolución del corazón, una visión lejos del antiguo condicionamiento de los -ismos que aún es patente en el discurso político sobre la Primavera Árabe y sus correspondientes levantamientos. La estrategia para la renovación global que consideramos aquí no es lo mismo que las revueltas generalizadas que tuvieron lugar en Egipto y otros países de Medio Oriente a partir de 2011, y que estaban enfocadas principalmente en poner fin al gobierno de regímenes políticos autoritarios y corruptos. La posición en contra de los gobernantes represivos es la causa del pueblo de una nación en particular; puedo simpatizar con ella pero es improbable que me involucre a menos que esté sucediendo en mi propio país. Pero levantarse por poner fin a la pobreza global donde sea que exista es la causa de todas las naciones y de las personas de todo el mundo, y requerirá una revolución mundial del corazón si es que deseamos que tenga éxito.
Esta proposición subraya un dilema de fondo que los activistas deberían contemplar e intentar comprender: luchar por el cambio y la justicia es innegablemente necesario y admirable, pero luchar con una mente condicionada por los -ismos y la ideología es una tarea peligrosa que podría desembocar en una situación incluso peor. En el mecanismo de ese condicionamiento reside la repetición de los errores pasados de la humanidad, cometidos una y otra vez, y por ello debemos reclamar justicia y una nueva forma de vida con los atributos del corazón, y sin una actitud "en contra".
No obstante, estas simples pautas para un nuevo activismo global no deberían considerarse como utópicas o imprecisas, sino como una estrategia realista para luchar y ganar de verdad: involucrando el corazón de millones de personas en todos los países con manifestaciones pacíficas masivas enfocadas en poner término inmediato al sufrimiento humano causado por la pobreza. Jamás hemos sido testigos de un espectáculo tan profundamente emotivo y gozoso en pleno esplendor en este planeta. Muchos activistas anuncian hoy la posibilidad de crear un mundo mejor, pero la transformación social a la escala necesaria nunca puede realizarse sin involucrar al unísono los atributos del corazón y de la mente. Así la inteligencia humana podrá comenzar finalmente a moverse en la dirección correcta: no hacia el lucro, la ideología o el interés propio, sino hacia el bien común de todos, considerando en primer lugar a los menos privilegiados de entre nosotros.
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Lo que más necesitamos actualmente no es una revolución sino sentido común, sencillez y sabiduría para manifestar nuestras acciones y pensamientos cotidianos. Proclamar el Artículo 25 es la vía directa para trasladar estas cualidades a nuestras actividades de protesta, hasta el punto de que aliviarán la tensión entre ricos y pobres e invitarán a ambos a sentarse y hablar, tanto simbólica como literalmente. Incluso hay personas que hoy en día claman una "revolución espiritual" que en apariencia sigue el orden correcto de pensamiento, pero en realidad reivindicar una súbita iluminación de nuestra conciencia colectiva es algo vano e improbable cuando las relaciones humanas están basadas en el deseo, la confusión, la ignorancia y la identificación con -ismos e ideologías.
¿En una sociedad tan dividida y materialista como la nuestra, qué clase de revolución espiritual podemos tener si no es una "revolución espiritual comercializada", como ya ha sucedido con la introducción de las enseñanzas de yoga en Occidente? Es inútil intentar generar una revolución espiritual sin experimentar primero una revolución psicológica que se extienda por toda la sociedad, de modo que podamos comenzar a saber quiénes somos verdaderamente a través de la asociación común en protestas populares e involucrando el corazón. Una vez que todas las personas de la Tierra tengan lo necesario para vivir en dignidad, confianza y libertad, tal vez podamos demandar una revolución espiritual; de lo contrario, si pudiéramos personificar esa revolución, diría: "me encantaría estar entre todos ustedes, pero soy incapaz de hacerlo hasta que pongan primero su casa en orden".
Muchas personas se esfuerzan por alcanzar su propia revolución espiritual en un mundo asolado por la creciente desigualdad, la disrupción climática y devastadores conflictos, y en estas circunstancias nuestra supuesta iluminación solo puede alcanzarse como individuos que desdeñan tercamente la crisis espiritual de nuestro tiempo que es más profunda todavía. Podemos procurarnos refugio en un ashram o monasterio y meditar en aislamiento durante muchos años, pero… ¿para qué meditamos cuando el mundo se acerca inminentemente a una era de interminable caos social y catástrofe ambiental a menos que cambie dramáticamente su rumbro? Es más, ¿acaso alimentar a los hambrientos y servir a nuestros hermanos más desfavoracidos no es también un sendero hacia la salvación espiritual? Mientras el crimen del hambre rodeado de abundancia persista en el siglo XXI, no debería haber conversación alguna sobre una revolución espiritual, en lo que a este escritor concierne, al menos no antes de que haya una revolución espiritual planetaria que nos conduzca a proclamar el Artículo 25 con una actitud de "¿y qué hay de los demás?"
El hecho de que la gente se manifieste por todo el mundo de esta manera es, en sí misma, una revolución psicológica que se logrará a través de la gozosa conciencia de que la humanidad es Una, y la resonancia de esas manifestaciones será tan contagiosa que de hecho constituirá el comienzo mismo de una revolución espiritual sobre esta Tierra. Un nuevo levantamiento de constantes manifestaciones mundiales en la forma indicada anteriormente proporcionará tal dignidad y fuerza a las personas que nos miraremos unos a otros sin barreras de lenguaje, raza ni clase como si siempre hubiésemos sido hermanos y hermanas y como si la confianza siempre hubiese estado allí de haber querido utilizarla. Sabremos lo que significa el designarnos a nosotros mismos embajadores de la humanidad una vez que el Artículo 25 empiece a ser implementado mediante nuevas leyes, políticas y acuerdos económicos globales, en cuyo momento tendrá lugar un extraño fenómeno en las mentes de los hombres y mujeres de una cualidad previamente desconocida que emana de la conciencia del otro: un respeto y confianza renovados y, por supuesto, la energía que llamamos amor.
Lo que ya hemos visto en muchos campamentos reivindicativos desde 2011 es un pequeño indicio de esta conciencia emergente, pese a que esos eventos pasados resultarán insignificantes si los comparamos con nuestra visión de muchas naciones estallando bajo una misma demanda unida. ¿Han observado en los últimos años cómo se comportan las personas cuando interactúan como grupo durante las manifestaciones pacíficas y masivas, donde existe una alegría de estar juntos y servir a los demás sin pensar solo en "mí", incluso si se trata simplemente de compartir libros en una biblioteca improvisada o distribuir comida gratis? Estos activistas habitualmente comparten casi todo lo que tienen, y experimentan una joie de vivre y un sentido de solidaridad que es inspirador, creativo y curativo en su máxima expresión. Así es que a este escritor le gustaría preguntar al lector: ¿Deberíamos considerar este comportamiento meramente como "cosas de hippies" o supone el inicio de una nueva era basada en relaciones correctas, algo que tal vez ya haya experimentado usted mismo?
Los eventos de los que hemos sido testigos hasta ahora representan una apelación inconsciente a hacer realidad una nueva manera de vivir y es señal de lo que aún queda por venir a escala planetaria y hasta ahora nunca vista. Imaginen si pueden la plena liberación de este fenómeno rebosante de corazón en cada país del mundo, conforme es experimentado y expresado por muchos millones de personas continuamente durante prolongados meses. Las oleadas esporádicas de protesta popular que han tenido lugar recientemente dicen claramente "queremos un mundo mejor", pero ahora ya tienen instrucciones sobre cómo inaugurar este mundo mejor que las personas de todas partes están intentando alcanzar de manera intuitiva.
Proclamando el Artículo 25 también podemos ayudar a crear una conciencia universal de que compartir los recursos del mundo es verdaderamente la solución a nuestra crisis de civilización, porque existe una relación interdependiente entre estos dos conceptos que se realizará a través de manifestaciones continuas y mundiales involucrando el corazón y la buena voluntad masiva. Esa relación siempre ha sido sencilla pero solo puede describirse alegóricamente en la actualidad, puesto que la comprensión de la verdadera naturaleza de uno mismo, tras incontables vidas y hasta que comencemos a despertarnos de un profundo letargo y a percibir la simple verdad de nuestro potencial divino comporta un largo camino. En el amor de Dios o la Vida todo es sencillo, mientras que solo el ser humano lo complica todo con su ignorancia, codicia y apego a los -ismos.
Así pues, intentemos pensar simbólicamente en el Artículo 25 como el explorador que parte en busca de un grupo desaparecido, concretamente la humanidad, antes de guiarla de regreso a su nave nodriza, que es el principio de la redistribución. En este sentido el Artículo 25 contiene en sí mismo la respuesta y la alternativa, que será revelada cuando la humanidad se (re)úna y la reclame a viva voz durante una revolución psicológica mundial. Entonces tendrá lugar en nosotros una reacción química, como numerosos tubos de ensayo destapándose y burbujeando al mismo tiempo, hasta que experimentemos la revelación más inesperada: que la vida es un don valioso y realmente merece la pena vivirla, porque la humanidad es Una. Y no pasará mucho tiempo antes de que el Artículo 25 nos conduzca a casa, al principio del compartir, y pueda comenzar entonces la reconstrucción de nuestro mundo.
Parte V: Educación para una nueva Tierra
Si declaramos y creemos verdaderamente que otro mundo es posible, entonces… ¿qué haríamos con nuestros políticos con los ojos vendados, nuestra indiferencia y complacencia colectivas, y todos los -ismos que nos impiden encontrar nuestro camino hacia la verdad y la libertad? ¿Cuándo nos miraríamos los unos a los otros sin (pre)juicios, miedo ni condena, sino con alegría y buena voluntad? ¿Cuándo experimentaríamos un día distinto del resto, aunque fuera sola una vez en nuestras breves vidas? Nuevamente, la respuesta es otra clase de educación basada en el conocimiento de uno mismo a través del amor y la sabiduría, comenzando con la revelación de que la humanidad es Una; porque ésta es la verdad liberadora de la vida en la Tierra independientemente de cuánto hayamos intentado negarla. Así, podríamos afirmar con exactitud que en el presente no necesitamos una revolución sino una educación adecuada, ya que no hay esperanza de implementar el Artículo 25 para siempre a menos que aprendamos a vivir más sencilla y equitativamente con los recursos de un planeta que todos debemos compartir.
Es urgentemente necesario disponer de nuevos métodos educativos que respalden las leyes que garantizarán la plena realización del Artículo 25 en todo el mundo, porque la humanidad se encuentra tan condicionada por los -ismos y siglos de una mentalidad errada sobre la naturaleza humana que, de lo contrario, ninguna de esas leyes duraría mucho tiempo. Generalmente no tenemos ni idea de lo que significa una educación adecuada en nuestras sociedades disfuncionales, donde una supuesta "buena educación" se basa en la identificación con la personalidad y el glamour de lograr un éxito reconocido. Por consiguiente, nuestras escuelas y universidades han creado muchas personas "bien educadas" en posiciones de poder que son expertas en arruinar el planeta y los seres humanos. Este es un hecho innegable que debería ser analizarse con relación a una sociedad que está consumiendo rápidamente la base de recursos naturales que sustenta la vida misma, mientras que las zonas de extrema pobreza y riqueza están creciendo hasta tal punto que encierran en sí las simientes de una tercera guerra mundial. Todos los primeros ministros, presidentes o directores generales han tenido lo que podemos definir como una buena educación y sin embargo todos han perpetuado invariablemente estas desastrosas tendencias.
Cuando un niño privilegiado va a la escuela no se le educa en ningún sentido en términos de relaciones humanas correctas, sino más bien se le adoctrina y condiciona con siglos de entendimiento erróneo del significado y propósito de la vida, además de que en tiempos más recientes las fuerzas del lucro y la comercialización le contaminan trágicamente. Un niño o adolescente que engendra las máximas aspiraciones de mejorar el mundo está destinado a terminar su educación con una mente que no solo está condicionada sino enteramente contaminada por estas fuerzas, incluso si un adulto joven retiene la ambición impertérrita de "retribuir" a la sociedad o perseguir una vocación de servicio público.
Todos somos hijos de una educación que nos dice cómo deberíamos pensar, que nos adoctrina para alcanzar el éxito, que nos instruye para ser ambiciosos y, como consecuencia, nos divide y produce en última instancia la destrucción y el abuso del Yo. La educación tal y como la conocemos hoy (incuso en muchas de las escuelas o institutos alternativos y con mayores inclinaciones espirituales) es cada vez más como una fábrica que crea autómatas programados y producidos en masa para convertirse en "alguien" exitoso. De ahí que todos estemos sujetos a una educación que nos engaña, nos manipula y fracasa a la hora de expandir nuestra percepción consciente de la verdadera naturaleza de nuestro ser, instigándonos en su lugar un sentido de ambición individualista que nos conduce a la codicia, el egoísmo y en definitiva a la indiferencia ante el sufrimiento ajeno y el de la Tierra.
La humanidad es eterna e indivisible en la evolución única y, sin embargo, como resultado de nuestra errónea identificación con la materialidad, nuestro erróneo condicionamiento y nuestros erróneos métodos educativos, nos hemos hundido hasta un punto en el que millones (si no miles de millones) de personas sienten como si no formaran parte de su sociedad o como si el mundo fuera de alguna manera su enemigo. Del mismo modo que el activista cree a menudo que el Sistema está contra él, los ciudadanos más desfavorecidos a menudo creen que no forman parte de la civilización humana. En el otro extremo, la persona que ha alcanzado una "buena educación" y logrado un alto estatus social conforme a las artes egoístas de la comercialización está condicionada a desarrollar un estandarte en su inconsciente que rece: "Soy uno de los pocos individuos especiales y merecedores que lo logró".
Cuando observamos la situación mundial de forma holística, desde la comprensión espiritual de que la humanidad es Una, podríamos concluir que ninguna persona recibe una educación adecuada en ninguna escuela ni universidad sea cual sea su prestigio. En una sociedad disfuncional que ha elegido la comercialización como núcleo es virtualmente imposible educar un niño de un modo espiritualmente íntegro y psicológicamente sano, ya que lo que estamos produciendo en realidad no es una “buena educación” mediante una conciencia cultivada de nuestro yo interior sino una cadena de producción de "buenos consumidores". No solo se nos cría para volvernos consumidores de un sinfín de productos y servicios comercializados, sino que también se nos educa para consumirnos a nosotros mismos a través del abuso inadvertido de nuestras propias vidas. La persona que no piensa por sí misma, que no se conoce a sí misma, a quien no se le ha enseñado vivir y moverse con una conciencia afectuosa, es la que consumirá los bienes externamente y se consumirá a sí misma internamente, lo que significa que la mejor forma de describirnos no es como seres humanos libres y felices sino como productos. En lugar de ser creativos con toda la energía y belleza con la que se nos dota en nuestro ambiente, preferimos permanecer aletargados y complacientes en nuestra falta de conciencia interior, y por lo tanto "consumimos" o disipamos nuestros atributos humanos más preciados y, sin saberlo, sufrimos una lenta muerte de inanición espiritual.
Estamos consumiéndonos a nosotros mismos de todas las maneras imaginables (política, económica, social, ambiental y emocionalmente) y en todo: desde nuestro abuso inocente del mundo natural a través de pautas masivas de consumo no sustentable a la autodestrucción psicológica derivada de nuestra codicia, soledad, autocompasión, depresión y consumo de drogas adictivas. Incluso nos estamos "autoconsumiendo" en nuestra indiferencia hacia todo el sufrimiento que tiene lugar tanto dentro como fuera de nosotros. Es por eso que cada día nos sentimos igual que cualquier otro en cuanto a cansancio y confusión, porque, hasta cierto punto, todos estamos consumiendo nuestra propia humanidad, seamos o no conscientes de ello. Y en medio de toda esta agitación social y violencia autoinfligida buscamos constantemente nuestro bienestar y una felicidad esquiva. A menudo, buscamos con tal tozudez que nos abruma la pena y el dolor hasta el punto en que creemos que es necesario sacrificar nuestras propias vidas, o lo que es lo mismo, un triste intento final de aniquilar el Yo mediante el suicidio.
En general, nuestros líderes políticos tienen una visión confusa y distorsionada respecto al significado de las relaciones humanas correctas, como el resto de nosotros, quienes nos autoinducimos a vivir en un mundo de creencias, -ismos e ignorancia. Rodeados de todas las desigualdades y miseria de las sociedades modernas, liderar un partido político es en realidad un símbolo de la autodivisión de la humanidad por la carencia de una educación basada en el conocimiento propio, y que pueda sustentar la conciencia afectuosa en la vida de un niño y conducir al desapego interior y la sabiduría en la edad adulta temprana y más tarde. La educación correcta, en este sentido, es antitética para con nuestra comprensión actual del término liderazgo, que tiene una connotación despectiva de lo superior y lo inferior, del que lidera y de los muchos que deben seguirle. En este proceso de seguimiento el ser humano se ha hundido en un estado predominante de complacencia e indiferencia por negar su propia espiritualidad, creatividad e inteligencia innatas. En cualquier sociedad disfuncional y moralmente degenerada que idolatre la acumulación egoísta de riqueza material y poder, el liderazgo político solo generará más confusión y división social, y solo conducirá a más represión, violencia y sufrimiento generalizado.
¿De qué clase de democracia estamos hablando mientras vemos claramente en nuestra vida diaria cómo la política se ha convertido en un encuentro vulgar que niega la idea misma de la existencia de una Humanidad Una, donde cada candidato político aparece como de la nada para imponer sus gastados -ismos en nuestras cansadas vidas y nuestros hijos? Seguir los -ismos en sí es un acto de vulgaridad, por lo que… ¿quién puede culpar a las numerosas personas que no quieren involucrarse con esos políticos hambrientos de poder, replicando en su lugar: "Ah, políticos, ¡no quiero ni oír esa palabra!”? Las tantas otras personas que siguen de cerca los partidos de izquierda o de derecha no suelen pensar además en términos de relaciones humanas correctas o nuestra innata unidad espiritual y les interesa más ver que su partido derrote a todos los demás en la última batalla política. También ellos forman parte de ese juego vulgar que es la política, especialmente cuando juran lealtad a un -ismo con la esperanza de que un nuevo líder baje los impuestos o quizás reduzca los pagos de su hipoteca, reforzando de ese modo una forma de vida complaciente y aislada. La vida y el autoconocimiento siempre han estado basados en el crecimiento de nuestra percepción a través de las relaciones humanas, no en el confinamiento de nuestra conciencia a esos cubículos egocéntricos que llamamos "mi vida" o "mis derechos". Rehusando percibir esta realidad a lo largo de nuestras vidas, nos engañamos repetidamente a nosotros mismos y al resto al creer que la sociedad puede cambiar para bien reemplazando un -ismo político por otro.
En estos tiempos confusos, la lucha por los votos en una gran campaña electoral crea todavía más estrés y división dentro de una nación y, a nivel psicológico, el acto de votar representa la creciente desunión y fragmentación espiritual de esa sociedad. Con esto el autor no pretende desestimar las numerosas luchas históricas por el sufragio universal y una mejor representación democrática, sino que se trata de examinar estas cuestiones de democracia y liderazgo con una capacidad de percepción más holística y espiritual. ¿A quién y para qué estamos votando cuando la economía está colapsando, cuando la comercialización desenfrenada abusa del ser humano y de la naturaleza, cuando el medio ambiente está deteriorándose tan rápidamente que es posible que con el paso del tiempo haga el planeta inhabitable?
Votar simplemente por otro -ismo de izquierda o derecha únicamente puede generar más dolor y división desde el interior de esa vorágine, porque significa que seguimos negándonos a abandonar nuestra complacencia, a expandir nuestra percepción consciente y a asumir nosotros mismos la responsabilidad por cambiar la situación del mundo. No podemos culpar al Gobierno por estos asuntos si primero votamos por él y luego no hacemos nada, de modo que el Gobierno refleja no solo en qué nos hemos convertido sino también lo que merecemos. El Gobierno y el electorado van de la mano, incluidos los votantes apáticos o alienados que declinan involucrarse en la palabrería desmesurada y distractora de las elecciones. Nos hemos quedado estancados durante demasiado tiempo a causa de una educación inadecuada, de la que provienen las erróneas ideas de liderazgo que, al parecer, tomamos como el único modo en que puede funcionar la sociedad. Aparentemente, no podemos imaginar un modo distinto de vivir basado en las correctas relaciones humanas —sin las cuales, en verdad, nunca puede haber armonía ni paz en los asuntos mundiales.
Mientras siga habiendo líderes competidores y ávidos de poder como los que vemos hoy, siempre habrá conflictos y divisiones sociales. Y mientras existan personas que continúen siguiendo a esos supuestos líderes, siempre existirá la negación inconsciente de nuestra espiritualidad, creatividad y sabiduría innatas. Porque donde hay amor, donde hay libertad, donde hay respeto y confianza hacia los demás sin que nuestras mentes se encuentren condicionadas por los -ismos, no hay autoridad ni liderazgo; solo hay orientación. El verdadero liderazgo guía, mientras que el liderazgo en su actual forma crea cada vez más seguidores, que es donde se engendran todos nuestros problemas. Es por ello que, una vez que todos tengan conocimiento de sí mismos mediante una educación correcta —suponiendo que la humanidad pueda superar una crisis de civilización (o más bien espiritual) para alcanzar esta necesaria etapa de nuestra evolución constante— votar por un líder resultaría casi imposible y ya no habría necesidad de partidos políticos. Simplemente existiría un grupo designado de personas que ocupasen cargos en el Gobierno como representantes del bien común, elegidos no a través de votos sino del reconocimiento público por su sabiduría y actitudes inclusivas. Y el primer deber de dichos representantes sería garantizar la satisfacción de las necesidades básicas de todas las personas en todo momento, asegurando también que todos recibieran una educación que los preparase para desarrollar una conciencia del alma y los guiase a sí mismos en su evolución espiritual a través del servicio a la humanidad.
Los jóvenes que se reúnen en movimientos sociales de base están comenzando a sentir este nuevo modo de ser que definirá la era venidera, y ya están emergiendo naturalmente sin ninguna estructura de liderazgo ni autoridad centralizada clara porque están aprendiendo por sí mismos a pensar en términos de sentido común involucrando el corazón, y no en base a ningún -ismo. Mediante numerosos experimentos sobre empoderamiento popular y democracia participativa están descubriendo rápidamente esta verdad reveladora: que no necesitamos líderes para gobernar la sociedad si la conciencia de todos se orienta hacia la cooperación para el bienestar del mayor número de personas posible, dotando de esta forma a todos para alcanzar su propio potencial de liderazgo en la búsqueda de justicia social y correctas relaciones humanas.
Empero esta nueva conciencia afronta un enorme problema debido a la naturaleza del sistema que desafía, que está basado en las antiguas costumbres del interés propio, la competencia y la política partidista con el apoyo de millones de seguidores en cada país, incluyendo una privilegiada minoría acaudalada y los intereses de sectores poderosos. ¿Cómo los que protestan pueden entonces lograr el respaldo de millones de personas de todo el mundo, pero sin buscar en el exterior líderes que dirijan sus ideas y actividades? El enfoque correcto para iniciar este compromiso cívico masivo no necesita más repetición: es un llamamiento a activar nuestros corazones y apelar al público en general proclamando el Artículo 25 por medio de manifestaciones pacíficas ininterrumpidas. Estamos muy equivocados si creemos que un mundo mejor vendrá a través de las urnas, a menos que nos organicemos en enormes protestas coordinadas, porque, aunque lo intente, no existe líder político capaz de hacer ese trabajo por nosotros. ¿Y por qué debemos votar a político alguno que no esté intentando educar a la nación para pensar en los menos afortunados que nosotros, tanto dentro del país como fuera de él, especialmente si eso significa que estamos dando poder a un partido político para que gobierne nuestras vidas?
Estas observaciones no deberían tomarse como una orden de retirar nuestro apoyo de los procesos democráticos tradicionales, pero seguramente ustedes también se han preguntado si votar en las elecciones nacionales cambiará la crítica situación mundial. Podríamos hacer una comparación entre votar por un político y reciclar la basura de nuestro hogar, porque ambas actividades son necesarias y recomendables pero tendrán poco impacto por sí mismas para revertir las calamitosas tendencias globales. ¿Será suficiente reciclar el plástico para mitigar los efectos del calentamiento global? ¿Será suficiente su voto para acabar con el hambre y la pobreza en el mundo? Obviamente no, de ahí que el único modo de comenzar a resolver estos insolubles problemas sea salir a las calles y manifestarse continuamente en encuentros masivos, tal y como se ha propuesto en el anterior capítulo.
La verdadera pregunta no es por qué nuestros Gobiernos están fracasando en salvar al mundo, sino: ¿por qué estamos fracasando en exigirles tomar las medidas adecuadas como representantes electos que son? Quizás sea cierto que ningún político puede superar por sí mismo el control de un sistema inmoral y corrupto, suponiendo que actualmente exista algún líder mundial seriamente dispuesto a promover los intereses más elevados de la humanidad en su conjunto. Pero… ¿cuántas veces hemos demandado que el hombre y la mujer por quien votamos prioricen el fin del hambre y la pobreza? Desde la perspectiva del Artículo 25, los únicos presidentes o primeros ministros verdaderos son aquellos que son elegidos con el corazón, y no por la urna, para servir a los más pobres, al igual que los trabajadores comprometidos en miles de organizaciones no gubernamentales que hacen todo lo que pueden para ofrecer atención sanitaria, refugio, comida y otras necesidades mientras nuestros Gobiernos desatienden el cumplimiento de este papel vital.
Asimismo, resulta instructivo analizar el significado de democracia desde el punto de vista de la persona que vive con menos de un dólar al día, y preguntarnos qué va a lograr el voto en su lucha diaria por la supervivencia. ¿Dirán "mi voto es mi poder y mi derecho" o responderán "no me importa la democracia, ¡solo quiero comer!"? Como ciudadano de un país rico puedo estar tan estancado en mis preocupaciones egoístas sobre la reducción de impuestos, el incremento de mi pensión, el control de la inmigración y demás, que la única libertad que tengo es la conferida por políticos calculadores en traje de negocios, la libertad para votar por cualquier -ismo político que elija —si eso es a lo que se refieren con democracia y libertad. Pero si soy una persona desesperadamente pobre de una remota aldea o barrio de chabolas, es muy poco probable que se me pida el voto a menos que me soborne o coaccione un candidato electoral engañoso. Si vivo en India, por ejemplo, se supone que debo llamar a mi país la mayor democracia del mundo, aunque también ostente el mayor número de personas desnutridas al tiempo que gasta más de 40 000 millones de dólares cada año en armamento. O tal vez nunca haya oído la palabra democracia en mi aislada y conflictiva comunidad en alguna parte de África, donde la única libertad que me confieren los acaudalados políticos es la libertad de morir en la pobreza sin ninguna ayuda gubernamental.
Entonces, ¿de qué tipo de democracia estamos hablando si contemplamos esta cuestión desde una perspectiva verdaderamente global e inclusiva, y con una comprensión espiritual de una Única Humanidad? Los capitalistas hablan de democracia, los socialistas hablan de democracia, incluso los fascistas hablan de democracia hoy en día, pero… ¿quién va a conceder la libertad de votar a la persona que está muriendo de desnutrición; no votar para elegir a otro partido político, sino votar para vivir? Es un voto que todos deberíamos haber dado a esa persona, en lugar de centrarnos solamente en nuestra lucha por la justicia y "mis derechos" en mi país. El voto de vida para los hambrientos del mundo no lo concederá ningún político, como hemos comprobado hasta ahora; solo puede venir de las personas comunes en las calles en una acción conjunta para exigir la implementación del Artículo 25. Y un voto así no puede darse con apatía o indiferencia, sino solo involucrando nuestros corazones, nuestra compasión y nuestro sentido común. Pero, ¿acaso no es cierto que hemos fracasado en ese empeño durante muchas, muchas décadas, a pesar de que la horrorosa realidad de la pobreza mortal ha persistido todos estos años? ¡Debería darnos vergüenza!
Observemos muy atentamente a la persona que dice: "Es culpa de mi Gobierno, por no actuar", en lugar de pensar que ellos mismos deberían levantarse y actuar. Si observamos nuevamente esta tendencia psicológica desde la perspectiva de nuestra unidad e interconexión espiritual, ese mismo acto de culpar a los políticos cuando las personas están muriendo en la pobreza implica la separación interna de uno mismo para con el resto del género humano, a menos que nos involucremos también para acabar con este crimen de penuria innecesaria en un mundo de abundantes recursos. Incluso nuestra complacencia colectiva queda al descubierto tácitamente en nuestro uso del lenguaje cuando describimos ciertos virus como "enfermedades de los pobres", como si los pobres fuesen de alguna manera diferentes de nosotros y responsables de crear esas enfermedades letales por su propia imprudencia. ¿Los brotes masivos de enfermedades en gran medida tratables son realmente culpa de los pobres o los políticos? ¿O somos todos culpables por nuestra actitud complaciente con el sufrimiento prevenible de aquellas personas que no conocemos? De hecho, si hubiésemos exigido de forma conjunta la implementación del Artículo 25 como ley en cada nación, hace mucho tiempo que habríamos abordado las causas fundamentales de la enfermedad y desigualdad en materia de salud en los países menos desarrollados. Con viviendas adecuadas, atención sanitaria, higiene y buena nutrición para todos nuestros hermanos y hermanas más pobres, muchas enfermedades letales ya habrían pasado a la historia en lugar de resurgir como lo han hecho durante las últimas décadas.
Estas reflexiones podrían ayudar a esbozar lo que queremos decir con “pensar en términos de sentido común” y con “abogar por que el principio del compartir gobierne los asuntos económicos globales” —lo cual no es una idea simplista ni una propuesta utópica, sino la vida real. Las múltiples organizaciones humanitarias que intentan asistir a los pobres siempre se verán abrumadas en su tarea y con el paso del tiempo se desanimarán con su trabajo, hasta que sus esfuerzos se vean impulsados por manifestaciones mundiales solidarias que sigan la estrategia de sentido común de proclamar el Artículo 25. Hay miles de millones de personas pobres por todo el mundo que viven en un estado de lucha y carencia continua, muchos de los cuales saldrían de sus casas y protestarían durante un largo período de tiempo en cuanto se les invitara a ello y se les ofreciera la esperanza de que sus circunstancias pueden cambiar.
Así es que salgamos a las calles y no nos preguntemos más qué tipo de acción deberíamos tomar. Y no votemos por ningún político a menos que acabar con el hambre y la pobreza sea una de las principales preocupaciones de su agenda, junto con la promesa de cooperar y negociar con el resto de los partidos por el bien de la nación y la población de todo el mundo. Esa es la línea de acción del sentido común para transformar el mundo, aunque sea curioso y triste que hayamos llegado a necesitar una medida tan extrema para despertar la cordura en los asuntos políticos. Simplemente imaginen que la humanidad es como una gran familia disfuncional, y sus numerosos niños son tan maltratados y poco queridos que finalmente se les obliga a permanecer en la calle y protestar contra sus padres. Qué acusación tan trágica y escandalosa de ese hogar roto, y qué manera tan triste de ver lo que está sucediendo en este planeta desde la perspectiva más holística e espiritual.
Supongamos que viviésemos en un planeta pacífico y evolucionado donde el flagelo del hambre en medio de la abundancia sería impensable. ¿Qué haríamos entonces con las grandes divisiones, los conflictos recurrentes y el sufrimiento innecesario que caracteriza la vida en la Tierra? Ni siquiera tendríamos que aterrizar nuestra nave en este bello y generoso planeta, solo nos haría falta mirar a través de prismáticos gigantes para observar cómo sus gentes interactúan unas con otras allá abajo. Si viéramos tan solo una protesta violenta en las calles, esto significaría "¡no nos visites!", ya que simbolizaría la división que existe entre los Gobiernos y su gente, así como el desequilibrio espiritual que prevalece en todo el planeta. Pero si viéramos millones y millones de personas reunidas en manifestaciones pacíficas que expresasen la participación, la alegría y la buena voluntad, eso significaría "¡sigan mirando!", ya que aquellas multitudes simbolizan una evolución planetaria ya madura, estado expresado por una mayoría de la población que ya no quiere permanecer dividida y se levanta por sus hermanos desfavorecidos. Por lo tanto, es solo cuestión de tiempo el que ese planeta reconsidere completamente la naturaleza y propósito de sus relaciones familiares, e implemente finalmente el principio del compartir en sus asuntos políticos y acuerdos económicos globales.
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En resumen, podemos discernir que existen dos soluciones principales para resolver las crisis convergentes del mundo; primero, compartir los recursos esenciales entre naciones por medio de nuevas formas de intercambio global que ya no estén motivadas por la codicia, la competencia y el interés propio. Y, segundo, inaugurar entretanto una nueva educación que pueda generar la conciencia necesaria para sostener este modo de vida más cooperativo, compasivo y sencillo. En el siglo XXI la humanidad ya ha demostrado tener conciencia de las interconexiones que nos unen, tales como el comercio globalizado de bienes y servicios (sin importar cuán desequilibrado y desigual sea en su forma actual) o las comunicaciones y eventos deportivos mundiales que revelan la integración y reciprocidad de los intereses globales, e incluso a través de las oleadas de dolor y generosidad hacia las numerosas víctimas mortales que originan los desastres naturales. La nueva educación debe construirse sobre esta comprensión emergente de nuestra interdependencia planetaria, de tal manera que cada persona en cada nación se dé cuenta del significado y la importancia de compartir los recursos del mundo para lograr la justicia, la paz y unas correctas relaciones humanas.
Los niños deben ser educados también en este sentido como parte de su programa de estudios para garantizar que siempre piensen en términos de la Humanidad Una, con el fin de que comprendan la contribución única de cada nación al todo y la igualdad y el potencial creativo inherentes a cada individuo. Existe también un tipo de educación basado en el amor y la sabiduría que puede ayudar a un joven a darse cuenta de "quién soy en el mundo", así como la escolarización es necesaria para comprender las ciencias sociales y naturales, las humanidades, las artes y demás. Con estos medios es posible entrenar a un niño a mantener la mente en calma y el corazón siempre despierto en las relaciones humanas a través de la conciencia de sí mismo, aunque este escritor no sea quien deba dar detalles precisos sobre la forma específica que esta educación debería tomar. Baste decir que ninguna creencia religiosa, ideología política o -ismo de ningún tipo deberían ser impuestos en la mente de un niño en sus etapas formativas de aprendizaje y desarrollo. Asimismo, debería introducirse un programa especial o complementario en cada escuela que enseñe a los jóvenes a pensar respecto a los demás sin caer en el egocentrismo, y a servir al bien común con el fin de que la supremacía del lucro y la competencia individualista queden relegadas al pasado.
La velocidad o lentitud a la que se introduzca esta nueva educación dependerá crucialmente de las reformas políticas y económicas simultáneas que tengan lugar a escala mundial. Por esta razón, las lecciones escolares inicialmente deberían incluir enseñanzas básicas sobre cómo los principios de distribución y cooperación son la base de un sistema económico global sustentable. Todos los niños deberían ser guiados para comprender la interrelación subjetiva de los seres humanos entre sí y con el medioambiente natural, y la consiguiente importancia de compartir la acumulación de riqueza, recursos, tecnología y conocimiento del mundo de forma más equitativa y libre entre las naciones. Tal y como una familia comparte naturalmente lo que tiene entre sus miembros, la familia de naciones debe organizar sus asuntos de modo que los recursos excedentes se cedan en fideicomiso a algún tipo de fondo global y se redistribuyan de acuerdo a la necesidad, sobre la base del compartir antes que la del lucro o la codicia. Un concepto tan directo no podría ser más sencillo, y es posible que un día represente la introducción más elemental al significado de la correcta relación entre las personas y países del mundo. Si creemos que el principio del compartir en su expresión más verdadera subyacerá a un sistema económico internacional en un futuro próximo, tal vez ningún miembro de nuestra generación más joven —no condicionada por ideologías ni por -ismos pasados de moda— engendrará ambición alguna de ser líder político cuando finalmente se gradúen. Y aunque un niño crezca queriendo ser presidente o primer ministro, sabrá exactamente cómo asegurar que su nación viva en paz con las demás naciones.
Al reflexionar sobre el conjunto de los pensamientos precedentes, podríamos deducir de nuevo que los problemas del mundo son muy complejos y, sin embargo, tan simples de resolver… La implementación sistemática del principio del compartir en nuestras sociedades y asuntos internacionales también hará necesaria la reconstrucción y simplificación de nuestro marco económico global. A su vez, este proceso también precisará de la inauguración de una nueva educación basada en relaciones humanas correctas a fin de sostener este orden social más sencillo y progresista. Todo esto comienza con la proclamación del Artículo 25 en su totalidad, que representa la base necesaria para las transformaciones políticas y económicas que deben llevarse a cabo inmediatamente, por lo que se desprende que el Artículo 25 no es un llamamiento a que se cumplan los "derechos humanos" sino que supone verdaderamente el comienzo de las correctas relaciones humanas en esta Tierra. Cuando estas condiciones esenciales estén consolidadas para todas las personas a lo largo de sucesivas generaciones, quizá el Artículo 25 ya no será mencionado y solo lo recordarán los historiadores como "el Artículo del sentido común".
En términos simbólicos, la humanidad está sufriendo de una enfermedad potencialmente mortal llamada separación y el único remedio universal es el principio eterno del compartir. Y lo es por una razón concreta: porque una vez que este mundo comparta sus recursos y todas las personas tengan sus necesidades básicas aseguradas de una vez por todas, nuestros actuales modelos de educación comenzarán inevitablemente (y tal vez dramáticamente) a cambiar su forma y rumbo. En medio del caos social, psicológico y político de hoy en día, el principio del compartir puede generar una oleada indescriptible de cambio aunque solo sea por despertar al silencioso educador que existe en todos nosotros, es decir, esa guía interna afectuosa que pueda conducir al individuo a respetarse a sí mismo y a no consumir más su propia humanidad mediante patrones y comportamientos autodestructivos, conforme a los significados internos y externos del consumismo que hemos tratado anteriormente. Del mismo modo que los vecinos que riñen pueden hallar la paz y cambiar interiormente compartiendo entre ellos, el proceso de compartir los recursos a escala global tiene el potencial de cambiar la conciencia colectiva de la humanidad de un modo inimaginable actualmente. Desde el nivel más bajo al más alto, la acción de compartir es capaz de cambiar la situación convirtiendo la competencia egoísta en cooperación altruista, la división social en unión común, el desorden en armonía y equilibrio, y el odio en amor.
Cuando dichos cambios inunden el planeta, tanto psicológica e internamente como externamente en la sociedad, la humanidad se verá naturalmente inspirada a comenzar una nueva era de educación basada en relaciones humanas correctas. Estas son las dos formas de relación correcta que podemos considerar con respecto al individuo y su medioambiente social, porque cuando existe una relación correcta para con uno mismo, uno se siente guiado intuitivamente hacia una correcta relación con los demás. Al verificar esta realidad objetiva gracias a la contemplación interna y la observación externa, podemos reafirmar aún más la inmensa importancia de implementar el Artículo 25, porque es la sombra del principio del compartir lo que en última instancia aportará equilibrio al caos del autoconsumo destructivo definido previamente, abriendo de ese modo las puertas a un modo de vida más simple, sustentable y pacífico los unos con los otros y con el mundo natural.
Cuando reflexionamos acerca del significado de las correctas relaciones humanas también resulta útil concebir el principio del compartir como un gran médico social o psicoterapeuta planetario que tiene el poder de sanar casi de cualquier manera posible: alimentando a los hambrientos y curando a los enfermos, enmendando familias rotas y restableciendo la salud mental, reconstruyendo comunidades y apoyando a los individuos para que recobren su confianza, creatividad, etc. De modo que si quieren sanarse a ustedes mismos como individuos o como grupo, aboguen por que el principio del compartir sea implementado en los asuntos mundiales y sirvan a la humanidad proclamando el Artículo 25 con cada pizca de energía que tengan, descentralizándose así de la enfermedad llamada separación y desempeñando su papel en establecer una nueva Tierra basada en las correctas relaciones humanas.
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Es posible que el lector aún cuestione cómo se puede persuadir a millones de personas para que estas se reúnan en las calles de la manera sugerida, a lo cual este escritor solo puede replicar que la responsabilidad de responder a esta pregunta yace en los propios lectores. No se puede ofrecer otra instrucción sobre "cómo" generar estas protestas pacíficas masivas que no sea la de recomendar que el lector examine personalmente desde todos los puntos de vista el significado y el potencial de proclamar el Artículo 25 como estrategia viable para la transformación mundial. Quizá solo baste una chispa cuando llegue el momento, así como la idea de proclamar el poder del "99%" surgió de una única persona en el momento oportuno. Y el momento está por llegar —nah, ya está aquí— de reactivar el Artículo 25 en las Naciones Unidas manifestándonos en todo el mundo bajo esta premisa concreta.
Sin embargo, a la pregunta de "¿cómo?" también puede responderse de una manera muy sencilla: solo necesitamos despertar los corazones de las personas comunes y nada más, porque el amor y la sabiduría de toda la humanidad se encuentran arraigados dentro de todos y cada uno de los corazones humanos. Si una persona acaudalada mira al mundo de nuevo y piensa para sí misma: "Dios mío, ¡hay tanto dinero y riqueza por todas partes y aún así tantas personas están muriendo en la pobreza!", esa observación banal representa en sí misma el comienzo de la sabiduría que se alcanza al involucrar el corazón. Y si esa persona se compromete a compartir su riqueza con el fin de aliviar el sufrimiento humano, ese acto en sí mismo representa una pequeña manifestación de amor y sabiduría en el mundo. El corazón, con sus atributos naturales, siempre es sencillo y sin embargo muy, muy sabio en tanto es capaz de hacernos reconocer quiénes somos verdaderamente como seres humanos pese a toda nuestra complacencia, indiferencia y condicionamiento mental.
Lo que necesitamos para despertar los corazones de millones de personas con respecto a las necesidades ajenas es confianza, inspiración y alegría, cualidades todas ellas que se alcanzarán cuando suficientes naciones se reúnan con el mismo interés altruista de acabar con el hambre y la pobreza mortal. Entonces sabremos que muchos de los activistas que están luchando por la justicia actualmente —como los que trabajan en las numerosas redes de agencias humanitarias, organizaciones de la sociedad civil y grupos políticos progresistas— están inconscientemente exigiendo una mejor distribución mediante la implementación del Artículo 25. Por lo tanto, si se necesita una chispa para despertar los atributos del corazón humano (es decir, el amor y sabiduría expresados a través de la compasión, la empatía, la generosidad, el compartir y demás), es la chispa de la inteligencia liberada del condicionamiento la que exclama: "¡Acabemos con el hambre y la pobreza de una vez por todas porque finalmente ha llegado la hora, y solo lo conseguiremos si nos involucramos el mayor número posible de personas!"
La realidad es que la mayoría de los ciudadanos de a pie están profundamente condicionados y no son conscientes de la crítica situación mundial, aunque, desafortunadamente, ser consciente de la abrumadora magnitud de la privación humana y luego no hacer nada también forma parte de nuestro condicionamiento. Por eso, qué responder a la pregunta "¿Cómo empezará esto?" sino "¡Usando su intuición y sentido común, y luego, más sentido común!" Gran parte de la humanidad ya está preparada para oír el llamado, así es que, si reconocemos que todos estamos luchando por la misma causa, unámonos involucrándonos de corazón y dejemos que el Artículo 25 nos devuelva la alegría de vivir, la alegría de ser creativos, la alegría de comprender al fin que la humanidad es Una.
Parece que hemos alcanzado una etapa en la que estamos tan confundidos que la cuestión del "cómo" se pierde en la multitud de respuestas contradictorias provenientes de facciones políticas e incontables teorías especulativas. Cualquier activista que declare que "otro mundo es posible" es incapaz de navegar por todo este pensamiento divisivo para producir una estrategia o modelo integral, unificador y viable para la transformación planetaria. De ahí que quizás sea cierto que otro mundo es posible, pero no sin sentido común (libre de -ismos e ideologías) y sin que un gran número de personas se involucre de corazón. Aún así, nos hemos negado a escuchar a nuestros corazones durante tanto tiempo que la situación mundial está aproximándose rápidamente a un clímax catastrófico del cual parece que solo podría salvarnos una intervención divina, considerando cómo la humanidad se ha llevado a sí misma hacia un callejón sin salida por su propia arrogancia y temeridad hasta el punto en que incluso el clima es ya casi irreparable.
Los líderes religiosos de innumerables iglesias, sinagogas, mezquitas y templos del mundo deberían haber sido congruentes y promulgar desde siempre este urgente mensaje para que nos involucremos de corazón y salvemos a los más necesitados, en lugar de perder el tiempo en reunir un rebaño o buscar refugio en un -ismo sagrado. Deberíamos preguntarnos por qué la Iglesia habla incansablemente sobre la injusticia del hambre en un mundo de abundancia adorando exclusivamente a María y a Jesús, por ejemplo, en lugar de educar a su congregación en la curación del mundo siguiendo así la relevancia contemporánea de la simple enseñanza de Cristo.[11] Se podría argumentar que la Iglesia siempre debería haber educado a la humanidad a involucrarse de corazón y servir a los demás, papel al que ha renunciado en gran medida entre dogmas, cismas y escándalos hipócritas a lo largo de su abominable historia. Ahora, como siempre, no existe diferencia psicológica alguna entre el político y el sacerdote, ya que ambos se encuentran motivados por la idea del poder o del privilegio personal, al extremo de que uno anhela dejar huella en la historia mientras que el otro anhela convertirse en "elegido" a los ojos de Dios. Con todo nuestro conocimiento de la alarmante escala de la innecesaria privación humana que existe hoy, es justo decir que ningún político ni sacerdote tiene idea alguna de lo que supone el verdadero servicio público o la compasión en nombre de Jesús a menos que ocupen cada segundo de su día intentando implementar el principio del compartir en sus comunidades, países y, sobre todo, entre naciones.
Imaginemos que efectivamente Cristo regresara al mundo contemporáneo, tal y como fue profetizado, y se manifestara espectacularmente en nuestras pantallas de televisión: sería interesante ver cuál sería su consejo divino a los Gobiernos y la humanidad en general. ¿Hablaría en complejos términos académicos sobre la destrucción del capitalismo y la creación de una alternativa socialista, o invocaría nuestros corazones para pensar en los demás y salvar inmediatamente a las millones de personas que están muriendo de hambre? ¿Nos aconsejaría compartir únicamente con nuestros vecinos y en nuestras comunidades, o nos asesoraría para que compartiéramos los recursos del mundo basándonos en la justicia, la compasión y las correctas relaciones humanas? Tal vez su consejo sería llano y simple pese a su consumado conocimiento de los problemas de la humanidad, y comprendería sabiamente que implementar el Artículo 25 es el antídoto para un dividido mundo cautivo de los -ismos conflictivos y las fuerzas de la comercialización.
¿Pero cuántas personas seguirían su consejo? ¿Cuántos se indignarían por su humilde instrucción de compartir y salvar nuestro mundo? ¿Y cuántos permanecerían indiferentes a sus desgarradoras palabras, aunque les envolviera el amor de Cristo como si de una experiencia universal de Pentecostés se tratara? De estas tres reacciones es la última la que más debería preocuparnos, porque al menos la persona que no esté de acuerdo está pensando por sí misma y puede estar abierta a cambiar de opinión. Sin embargo, una respuesta complaciente es mucho más perturbadora ya que representa la indiferencia arraigada que ha impregnado a la sociedad y ha frenado la evolución humana durante milenios. Podríamos especular que a estas alturas los Dioses se han acostumbrado a la crueldad los humanos para con los humanos, pero nunca se acostumbrarán a nuestra complacencia e indiferencia colectivas que han permitido y permiten que la historia se repita una y otra vez. Tal vez sea esta la verdadera razón por la cual, desde su perspectiva divina, se transmitan los conflictos sangrientos y las injusticias flagrantes de generación en generación y continúen en perpetuidad.
Desafortunadamente, estas elucubraciones nos llevan a una conclusión deplorable, ya que los pocos precedentes significativos de sociedades enteras que se unen en nombre de un bien mayor solo han ocurrido tras una gran guerra o colapso económico total. Si bien es verdad que para transformar el mundo innumerables personas deben involucrarse de corazón bajo la misma causa, la historia sugiere que en realidad existen dos Salvadores Mundiales capaces de iniciar esta colosal tarea. Mientras que las personas más propensas hacia lo espiritual depositan sus esperanzas en el retorno de Cristo, el quinto Buda, el Imán Mahdi o Krishna, otros concluyen más racionalmente que lo que se necesita es una ruina tal de la economía global que ya no sea posible prolongar nuestras costumbres egoístas y competitivas del pasado. De hecho, cuando no queda otro remedio que sobrevivir ayudándonos unos a otros y compartiendo lo que tenemos, es fácil darnos cuenta de que un modo de vida diferente es posible sin terminar psicológicamente separados y divididos en nuestras relaciones sociales. Incluso compartiendo una sola lata de sardinas con alguien necesitado, sentimos una chispa de alegría en ese simple gesto de dar y recibir. Además, aquellas personas que comparten entre sí por necesidad y falta de elección perciben en su comunidad el inesperado perfume de la paz, sin importar cuán breve o pequeña sea esta inevitable consecuencia, porque el principio del compartir en cualquier contexto se asocia siempre con la alegría y la paz, desde el nivel comunitario hasta el internacional.
Tal vez por eso necesitemos un prolongado colapso económico de proporciones globales para librarnos de nuestro condicionamiento, para superar nuestra indiferencia hacia el sufrimiento de los menos afortunados que nosotros, y para despertar nuestros corazones ante la angustia de los millones de personas sin acceso a recursos básicos. Quizás debamos caernos juntos para levantarnos juntos y comenzar a transitar el sendero correcto, porque solo el drama y la catástrofe nos mueven a la acción y no los llamados del sentido común a nuestra razón y compasión. En otras palabras, tal vez no sea solo amor lo que necesita la humanidad sino una crisis formidable dada la grave situación que ha resultado de nuestra complacencia e indiferencia durante todos estos años, mientras se nos ha condicionado a buscar la felicidad y seguridad personal a toda costa aun cuando el mundo se esté cayendo a pedazos a nuestro alrededor.
No obstante, seguimos tan condicionados por las antiguas maneras de pensar que en cualquier momento podemos volver a nuestro estilo de vida materialista y aislado, esperando que la economía vuelva a su estado anterior de crecimiento y aparente estabilidad. Incluso hoy, muchas de las protestas y movimientos sociales en países pudientes no se preocupan por transformar el mundo en beneficio de todos, sino más bien luchan para que el Gobierno les devuelva su antigua forma de vida —sin importarles en absoluto las injusticias sistémicas que mantienen las marcadas diferencias en los estándares de vida entre ricos y pobres. Estas respuestas complacientes revelan una vez más cómo el ciudadano ordinario es tan culpable de los problemas de la sociedad como el político, dado que el Gobierno refleja de alguna manera la mentalidad de un amplio sector de la conciencia pública en general. No olvidemos que los políticos son solo seres humanos cuyas intenciones son generalmente sinceras, sea cual sea la ideología que promuevan, y es la población la que sostiene su pensamiento polarizado a través de la adherencia casi tribal a los enfrentados -ismos políticos.
En este único hecho reside el mayor peligro de nuestros tiempos, porque un desplome significativo de la economía global podría conducir a la violencia y la revolución si el objetivo de las distintas facciones en ciertas sociedades fuera destituir a los que permanecen en el poder. No olvidemos además que el levantamiento descontrolado del público es enormemente peligroso dada la vasta maquinaria estatal que tan bien preparada está de antemano en caso de que esto suceda tanto en países del Norte como del Sur, y goza del apoyo absoluto de los dirigentes políticos y de los intereses financieros mayoritarios. De ahí que si el suficiente número de personas protesta violentamente contra su gobierno luego de otro colapso del sistema económico internacional, podemos esperar malestar social o incluso más brotes de guerra civil, tal y como hemos observado dolorosamente en el Medio Oriente desde 2011, donde facciones o -ismos varios que se oponían a un liderazgo autoritario lucharon finalmente los unos contra los otros.
El único modo pacífico de reorientar la volátil situación mundial es tan simple que debe repetirse una vez más: involucrándonos de corazón en protestas masivas mundiales sin pensar en ideologías ni intereses personales, porque cuando el corazón humano se encuentra activo es infinitamente sabio e incapaz de estar "en contra". La juventud emprendedora ya ha sintonizado con esta nueva energía que está inundando el mundo, y sabe que ha llegado la hora de alejarse de la antigua conciencia que dice "esto es mío y no tuyo", "tú eres negro y yo soy blanco", "no es de interés para nuestro país" o "deben vivir cada día como si fuera cualquier otro". Esta conciencia unificadora y en rápida expansión nos llena de esperanza para el futuro, pese a que las visiones ferozmente progresistas de muchos jóvenes activistas plantean un peligro mayor para la sociedad si aquellos que representan nuestro extenso y vergonzoso pasado no las reconocen y escuchan atentamente.
El día de saldar cuentas está cerca, así es que… ¿cómo vamos a decidir dar paso a este nuevo y mejor mundo? ¿Utilizaremos el socialismo? ¿Utilizaremos la anarquía? ¿Utilizaremos la religión? ¿O nos uniremos pacíficamente en cantidades innumerables hasta que nuestros Gobiernos se comprometan a compartir los recursos del mundo? Una única manifestación nunca funcionará. Cien marchas en días distintos probablemente lograrán algo. Pero… ¿y millones y millones de protestas simultáneas en todo el mundo sobre la base consistente de implementar el Artículo 25, y que continúen diariamente sin cesar? Quizá eso bastaría.
[2] Cfr. Mohammed Sofiane Mesbahi, "Discurso sobre los -ismos", op. cit.
[3] Cfr. Mohammed Sofiane Mesbahi, "Comercialización: la antítesis del compartir", Share The World's Resources, abril de 2014. <www.sharing.org/information-centre/articles/comercialización-la-antítesis-del-compartir>
[4] Mohammed Sofiane Mesbahi, "Rise Up America, Rise Up!", Share The World's Resources, octubre de 2014. <www.sharing.org/information-centre/articles/rise-america-rise> (artículo en inglés)
[5] Por ejemplo, ver: Mohammed Sofiane Mesbahi, "Uniendo a los pueblos del mundo", Share The World's Resources, mayo de 2014. <www.sharing.org/information-centre/articles/uniendo-los-pueblos-del-mundo>
[6] Willy Brandt, North-South: A Program for Survival (The Brandt Report), MIT Press, 1980; Willy Brandt, Common Crisis, North-South: Co-Operation for World Recovery, The Brandt Commission 1983. London: Pan 1983. Una edición en castellano es: Norte-Sur: un Programa para la Supervivencia (El Informe Brandt). Editorial Pluma, Bogotá, 1980. 462 pp.
[7] Share The World’s Resources, Financiando la economía del compartir global, octubre de 2012.
<www.sharing.org/information-centre/reports/financing-global-sharing-econ... (artículo en inglés)
[8] Willy Brandt, op. cit.
[9] Nota del editor: Siguiendo las propuestas de la Comisión Brandt, líderes de ocho naciones industrializadas y catorce en desarrollo se reunieron en Cancún, México, en octubre de 1981 para una cumbre que esperaba romper el estancamiento de años de prolongadas negociaciones sobre problemas de pobreza mundial. La esperanza era que los Jefes de Estado representativos se encontrarían en un marco informal durante dos días, generando así el impulso y la buena voluntad que permitirían que las negociaciones globales avanzasen. Al final, sin embargo, no se materializaron propuestas firmes y las demandas por parte de los países del Sur de una redistribución de los recursos permaneció insatisfecha. El presidente de EEUU, Ronald Reagan, notablemente rechazó las metas de la cumbre de cubrir la brecha de la riqueza entre las pocas naciones industrializadas y la mayoría de los países más pobres. Aunque no todas las recomendaciones de la Comisión Brandt siguen siendo apropiadas hoy (particularmente su énfasis en la creciente liberalización del comercio y las políticas keynesianas en una era en que nos estamos aproximando rápidamente a los límites ambientales), aun así tanto los políticos como los activistas de la sociedad civil podrían sacar mucho provecho del "programa de prioridades" de dicha Comisión y su visión de un mundo más equitativo. Sobre todo, esto incluye un Programa de Emergencia de cinco años que necesitaría enormes transferencias de recursos a países menos desarrollados y reformas agrarias de largo alcance. La Comisión también pidió un nuevo sistema monetario global, un enfoque diferente al desarrollo de las finanzas, un proceso coordinado de desarme, así como una transición global hacia la independencia de las fuentes de energía no renovable. A la fecha, los gobiernos aún tienen que tomar conciencia de la visión de la Comisión Brandt de un proceso multilateral para "debatir la gama completa de temas Norte-Sur entre todas las naciones, con el apoyo y la colaboración de las agencias internacionales pertinentes" (Crisis Común, 1983).
[10] Mohammed Sofiane Mesbahi, "Rise up America, rise up!", op. cit.
[11] Cfr. Mohammed Sofiane Mesbahi, "La Navidad, el sistema y Yo", Share The World's Resources, diciembre de 2013. <www.sharing.org/information-centre/articles/christmas-system-and-i> (artículo en inglés)
Mohammed Sofiane Mesbahi es el fundador de STWR.
Asistencia editorial: Adam Parsons
Traducción: Martín Dieser; corrección: Guerrilla Translation's Susa Oñate y Lara San Mamés.
Image credit: avivi, Wiki Creative Commons / flickr